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Sánchez y la prensa, una relación destructiva
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Sánchez y la prensa, una relación destructiva

La extrema politización de la comunicación gubernamental y el maniqueísmo en el tratamiento de los medios ha sido un doble fenómeno muy pernicioso. El tema no tiene arreglo

Foto: Pedro Sánchez con Jordi Évole, que le entrevistará este fin de semana.
Pedro Sánchez con Jordi Évole, que le entrevistará este fin de semana.
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Uno de los aspectos más importantes de la planificación de la gestión de un Gobierno democrático consiste en cómo se comunicará con la sociedad y cuál será el modelo de relación que mantendrá tanto con los medios que por su línea editorial se consideran afines a su ideología y planteamientos como con aquellos distantes de la una y de los otros. En esta materia se nota especialmente cuando tal modelo lo trabajan aficionados o lo diseñan personas expertas en la materia. Los siete presidentes españoles que se han sucedido, desde Adolfo Suárez hasta Pedro Sánchez, no han considerado que, en todo caso, la comunicación del Gabinete y las relaciones con los medios fueran materias estratégicas.

No es una casualidad —sino un síntoma— que la portavocía del Gobierno haya consistido más en una función que se encomendaba a un ministro titular de un departamento ajeno a la comunicación que una materia propia de una estructura orgánica ministerial. En los ejecutivos de Pedro Sánchez esta ha sido la pauta: Isabel Celaá (ministra de Educación, portavoz de 2018 a 2020), María Jesús Montero (ministra de Hacienda, portavoz de 2020 a 2021) y, en la actualidad, Isabel Rodríguez (ministra de Política Territorial, portavoz desde julio de 2021).

Foto: El ex secretario general del PSOE Alfredo Pérez Rubalcaba. (EFE) Opinión
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No siempre fue así. Felipe González creó el ministerio del portavoz del Gobierno que encomendó a la socióloga (previamente, secretaria general de la Presidencia y responsable del CIS), Rosa Conde (1988-1993), que desplegó habilidad y capacidad de interlocución con los medios procurando mantener correctos equilibrios. Después, José María Aznar nombró ministro portavoz a Pío Cabanillas (2000-2002), que antes había sido el responsable de la radio y la televisión públicas. Fue eficiente y se ponía al teléfono. Otros portavoces recordados, bien secretarios de Estado, bien ministros, demostraron capacidades profesionales adecuadas: desde Rosa Posada (1980-1981) con Suárez, a Eduardo Sotillos con González (1982-1985), y de forma singular Josep Piqué (1998-2000) y Alfredo Pérez Rubalcaba (1993-1996 y 2010-2011), los dos fallecidos, que dejaron en las redacciones la impronta de su personalidad cálida, ductilidad y un amplio registro de interlocución.

La extrema politización de la comunicación gubernamental y el maniqueísmo en el tratamiento de los medios ha sido en esta legislatura un doble fenómeno muy pernicioso, más todavía desde que el sector mediático se sumió en un tiempo de crisis en el que escasean las cabeceras solventes y económicamente independientes. Además, la irrupción de la tecnología, y en particular de las redes sociales, hubiera justificado una atención política específica en la forma de transmitir los mensajes del Gobierno y en la manera de entenderse, o de no hacerlo, con los medios más críticos con el Gabinete.

El pasado lunes el presidente del Gobierno se lamentó del trato que recibe de los "medios conservadores". Se lo confesó a Carlos Alsina en Onda Cero, una emisora "no afecta" a la que Pedro Sánchez no había concedido una entrevista desde hace cuatro años. El secretario general del PSOE tuvo momentos de relaciones fluidas con algunos de esos medios, pero luego, fiel a sus pulsiones excesivas, fue abandonando el territorio mediático más adverso, empleándose a fondo con los que le brindaban un tratamiento más confortable. Ha sido un grave error.

El Gobierno se ha entregado a la dinámica de las filias y las fobias y el resultado es que los bloques políticos enfrentados han llegado a los medios

¿Cabía otra forma de manejar esta delicada materia? Por supuesto que sí: aguantando el tirón de la crítica sin represalias (las ha habido), distribuyendo la información con ecuanimidad respetando a los usuarios-ciudadanos de todos los medios, dialogando cuando se producían problemas de veracidad, sesgos arbitrarios o errores materiales y, en definitiva, estableciendo con los responsables de periódicos, radios y televisiones reglas de compromiso coherentes con una situación crítica en el sector mediático amenazado por la insuficiencia financiera, una falsa democratización de la información, por la plaga de las noticias falsas y verdades alternativas e invadido por las redes sociales convertidas en junglas pseudoinformativas y repletas de troles y bots. Sin embargo, la comunicación y la discriminación de medios ha formado parte de la estrategia de la confrontación.

El Gobierno —aunque no es este el único, porque otros también incurrieron en el mismo error y lo hace también algún gobierno autonómico del PP como el de Madrid— se ha entregado a la dinámica de las filias y las fobias y el resultado es que los bloques políticos enfrentados sin remedio se han reproducido en las banderías mediáticas. Ahora el presidente parece dispuesto a hollar territorios yermos de simpatía por él y sus políticas. Es tarde por más que se parezca a una rectificación y se entienda como una contrición. Más aún: se trata de un recorrido mediático nada airoso, y hasta ahora vetado, en el que el presidente se caricaturiza como un tipo jocundo cuando ha dado pruebas fehacientes de no serlo en absoluto. Las ocurrencias pseudoperiodísticas llegan al extremo de representar a Sánchez como entrevistador de sus propios ministros.

Las filias y las fobias —a bulto, sin discernir las críticas serias y fundamentadas de las gratuitas y arbitrarias y sin evaluar el alcance de los elogios para separar la adulación y el interés del merecimiento— han causado heridas que no debieron infligirse, mucho más con un gobierno de coalición entre el PSOE y un partido a su izquierda que no ha cesado de hostigar a medios y profesionales de distinto signo ideológico (tampoco se priva de este ejercicio brutal de estigmatización la derecha radical) sin que de la parte socialista se intentase siquiera poner coto al desafuero. Este tema no tiene arreglo. Y la experiencia ha sido muy perjudicial para Pedro Sánchez, pero también para los medios, víctimas, conscientes o inconscientes, de una relación destructiva con este personaje y su entorno.

Uno de los aspectos más importantes de la planificación de la gestión de un Gobierno democrático consiste en cómo se comunicará con la sociedad y cuál será el modelo de relación que mantendrá tanto con los medios que por su línea editorial se consideran afines a su ideología y planteamientos como con aquellos distantes de la una y de los otros. En esta materia se nota especialmente cuando tal modelo lo trabajan aficionados o lo diseñan personas expertas en la materia. Los siete presidentes españoles que se han sucedido, desde Adolfo Suárez hasta Pedro Sánchez, no han considerado que, en todo caso, la comunicación del Gabinete y las relaciones con los medios fueran materias estratégicas.

Pedro Sánchez
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