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Así se envilece la España política (una evocación histórica)
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José Antonio Zarzalejos

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Así se envilece la España política (una evocación histórica)

La discordia, en palabras de Julián Marías, consiste en "la voluntad de no convivir, la consideración del otro como inaceptable, intolerable, insoportable"

Foto: La piñata de Pedro Sánchez. (Europa Press/Diego Radamés)
La piñata de Pedro Sánchez. (Europa Press/Diego Radamés)
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Ignacio Martínez de Pisón es un filólogo con gran éxito literario y novelas muy interesantes que retratan nuestra guerra civil y los años posteriores. Desde su conocimiento de ese tiempo histórico, afirmó en una entrevista publicada en El Periódico de Aragón (16 de abril de 2022) que "todavía no hemos superado la fractura de la guerra civil". Luego ha reiterado, con variantes, igual reflexión ("la retórica actual se parece al 36, pero no habrá violencia", en El Mundo del 29 de diciembre pasado) que resulta tan políticamente incorrecta como seguramente cierta. La lectura de alguna de sus obras me llevó a la relectura de un opúsculo de Julián Marías (1904-2005), escrito en 1980, tras observar indicios inquietantes ya entonces, con prólogo de Juan Pablo Fusi, titulado La guerra civil ¿cómo pudo ocurrir?, editado por Fórcola en 2012, después de su fallecimiento. El historiador llega a la conclusión de que "la consecuencia inevitable" del choque entre las dos Españas "fue el envilecimiento".

No es excesivo traer a colación el ensayo de Marías porque, salvando todas las distancias, la llamada polarización que se vive en la España de 2024 está conduciendo al envilecimiento de la política nacional. Las piñatas a representaciones de Pedro Sánchez, de Abascal, del Rey, de Ayuso y, anteriormente, de Rajoy, entre otros, son episodios repugnantes que expresan una ira y hasta un odio incompatible con una sana convivencia. La cuestión no es si esos comportamientos constituyen o no delito. La cuestión es que indican algo más grave de índole moral: la decisión de determinados sectores sociales de alentar la discordia que, en palabras del autor, consiste en "la voluntad de no convivir, la consideración del otro como inaceptable, intolerable, insoportable".

Nadie dice desear la discordia —que debe ser evitada por todos, y en particular, por el Gobierno— pero los mensajes que recibe la sociedad son frentistas. Ocurre ahora como escribió Marías que sucedió en aquellos años trágicos: "La guerra fue la consecuencia de una ingente frivolidad. Esta me parece la palabra decisiva. Los políticos españoles, apenas sin excepción, la mayor parte de las figuras representativas de la Iglesia, un número crecidísimo de los que se consideraban intelectuales (y desde luego los periodistas), la mayoría de los economistas poderosos (banqueros, empresarios, grandes propietarios, los dirigentes de sindicatos) se dedicaron a jugar con las materias más graves, sin el menor sentido de la responsabilidad, sin imaginar las consecuencias de lo que hacían, decían y omitían". Cita el ensayista el levantamiento militar frustrado de 1932 —encabezado por el general Sanjurjo— y la revuelta de 1934, "aprovechada por los catalanistas" con la declaración de independencia de Companys. Una insurrección que atribuye a la "máxima irresponsabilidad del Partido Socialista", que, apunta, "llevó a la destrucción de una democracia eficaz y del concepto mismo de autonomía regional". En 1936, acaeció el golpe de Estado del general Franco y la guerra más horrenda de nuestra historia.

¿Cómo pudo ocurrir? Por la concurrencia de tres circunstancias que Julián Marías desgrana y que resultan lamentablemente muy actuales. Aquella furia se desató por estas causas: "a) dividir al país en dos bandos, b) identificar al otro como el mal, c) no tenerlo en cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz y d) eliminar, quitarlo de en medio, políticamente si era necesario". En ese contexto, la moderación era —como ahora— despreciada e inaudible. Por eso escribió el historiador que "la hostilidad máxima se reservaba para los que no se sentían adscritos a ninguno de los dos beligerantes, no por indiferencia o desinterés, sino por considerar a ambos inaceptables [...]".

Foto: Protesta en Madrid. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)

Los bien pensantes de salón, aquellos que traducen la realidad solo en términos académicos, se dedican a calificar de hipérboles todos aquellos avisos de deterioro profundo de la convivencia. No están haciendo un favor a la sociedad española en la que ha permeado la radicalidad, por mucho que la mayoría no la desee. El atrapamiento del PSOE por los extremismos de ERC y de Junts (y, en particular, por el insufrible de EH Bildu, legatario de la banda terrorista ETA) y del PP por Vox, está en el origen de este punto de inflexión histórico de la España otrora reconciliada a través del pacto de la transición plasmado en la Constitución de 1978 y de la que, de hecho, con actos apodícticos y palabras huecas, se ha apartado la izquierda socialista de la mano de Pedro Sánchez y de su desmedido afán de mandar (no de gobernar).

Un Gobierno que se sustenta en partidos separatistas que expresan sin descanso sus propósitos destituyentes, que amenazan, pese a todas las concesiones, que lo "volverán a hacer", que la amnistía no es el punto de llegada, sino de salida a sus pretensiones destructivas, en el que se sientan ministros antisistema, nos conducirá a un desastre. Mucho más si la estrategia del PSOE consiste en mantenerse en el poder alimentando a la extrema derecha e intentando hacer responsable de su radicalidad al PP, a su vez hipotecado por sus pactos autonómicos y locales con Vox, partido del que se va distanciando, a diferencia del PSOE que estrecha lazos con secesionistas y la extrema izquierda. Y si, como no sería imposible, sino, incluso, muy probable, la Constitución de 1978 termina por naufragar, alguien se preguntará: "¿Cómo pudo ocurrir?" Entonces habrá que volver al autor del ensayo, Julián Marías, y obtener de él una explicación retrospectiva convincente porque, a la postre, el historiador compone en esas páginas un retrato de la idiosincrasia española que es cainita y convulsa, como se está demostrando en el presente nacional. En un país como el nuestro, que en el siglo pasado padeció la más brutal contienda bélica, no puede permitirse ni una sola banalidad.

La senda que hay que seguir está en la Constitución, el mantenimiento de la unidad de España, la concordia. No las odiosas piñatas

Si Pedro Sánchez entendiera —que no lo hará— que su afán no debería ser el de linchar a Feijoo y este comprendiera —quizá tampoco lo hará— que su propósito no debe consistir en la tosquedad de "derogar el sanchismo", entraríamos en un camino cuyo buen rumbo hemos abandonado. De nuevo el Rey, ayer, en la Pascua Militar, como en su mensaje de Navidad, como en la apertura de la XV legislatura, como en el día de la jura de la Princesa de Asturias, ha trazado la senda que hay que seguir: la Constitución, el mantenimiento de la unidad e "identidad histórica" de España, la convivencia, la concordia. No las odiosas piñatas.

Ignacio Martínez de Pisón es un filólogo con gran éxito literario y novelas muy interesantes que retratan nuestra guerra civil y los años posteriores. Desde su conocimiento de ese tiempo histórico, afirmó en una entrevista publicada en El Periódico de Aragón (16 de abril de 2022) que "todavía no hemos superado la fractura de la guerra civil". Luego ha reiterado, con variantes, igual reflexión ("la retórica actual se parece al 36, pero no habrá violencia", en El Mundo del 29 de diciembre pasado) que resulta tan políticamente incorrecta como seguramente cierta. La lectura de alguna de sus obras me llevó a la relectura de un opúsculo de Julián Marías (1904-2005), escrito en 1980, tras observar indicios inquietantes ya entonces, con prólogo de Juan Pablo Fusi, titulado La guerra civil ¿cómo pudo ocurrir?, editado por Fórcola en 2012, después de su fallecimiento. El historiador llega a la conclusión de que "la consecuencia inevitable" del choque entre las dos Españas "fue el envilecimiento".

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