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Cómo cargarse a Feijóo y morir en el intento
Feijoo se ha hecho de pedernal porque sabe que las elecciones nunca las gana la oposición, sino que las pierde el Gobierno y en eso está Pedro Sánchez, en perderlas. Así que el popular aguanta y espera
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El pasado fin de semana, Sánchez, con coros y danzas de Óscar López y Diana Morant, rozó el larguero del histerismo descalificador contra Núñez Feijóo y el PP en los congresos del PSOE en Valencia y Madrid. Motivos tenía. Veinticuatro horas antes, la Moncloa conocía ya la encuesta de 40dB que publicaría El País y la Cadena SER el lunes siguiente, elaborada por Belén Barreiro exdirectora del CIS, en la que los populares (32,6%) superaban en cuatro puntos a los socialistas (28,4%), en tanto que Vox alcanzaba el 14,2% (dos puntos más que en julio de 2023) y se desplomaba Sumar hasta el 5,9%. El diario ofrecía en su titular la interpretación correcta del sondeo digital que publicaba: "El PSOE obtiene su peor estimación de voto desde las elecciones y Vox supera el 14%".
La intolerancia a la posibilidad de ser desalojado de la Moncloa sugiere a Sánchez una tensión que distiende en los mítines con una verborrea de pésima calidad. Ya no le escriben en su gabinete intervenciones con un poco de chispa e inteligencia, sino con bastedad, muy en línea con la de Óscar López que, mejor reír que llorar, divierte al personal cuando sale en la TV y habla en la radio y del que se espera que supere su anterior enormidad declarativa. Sánchez ha empezado a obsesionarse con Feijóo y está dejando que sus adláteres lo hagan con Ayuso. Cunde el nerviosismo. Por una razón: esa encuesta publicada y otras, pero esa en particular, publicándose en donde se publica, reitera una constante en los sistemas democráticos: la oposición nunca gana las elecciones, sino que las pierde el Gobierno.
El PSOE registra en las encuestas el peor dato desde el 23-J, el PP le aventaja y se fortalece Vox. Si las derechas suman, se coaligarán
Y eso es lo que muy probablemente podría suceder cuando se convoquen los comicios. La cuestión es que la suma del PP y Vox está arrojando una mayoría absoluta en el Congreso; la cuestión es que en el PP se ha asumido que, si esa mayoría se produce, gobernará con Vox, sí o sí; la cuestión es que, por razones domésticas, pero también de contexto internacional, esa eventual colaboración no sería en absoluto excepcional y la cuestión es que la perspectiva del Gobierno es que su situación empeorará en las próximas semanas, en buena medida porque sus socios de investidura le van a hacer la cuesta más empinada.
Pero ¿no es Feijóo un dirigente que no da la talla?, ¿no es el PP un partido torpe y tornadizo?, ¿no hay guerra interna entre los populares, entre Ayuso y Moreno Bonilla?, ¿no habíamos quedado que la derecha era inútil, anacrónica, incapaz?, ¿acaso puede dudarse de que en Génova no saben elaborar y expandir el relato y siempre ganan los de Ferraz y la Moncloa? Pues ahí está el peor registro del PSOE desde las pasadas elecciones de 2023 y el mejor de Vox, mientras el PP aguanta. La agenda política y la mediática ya no es tan determinante como los dirigentes de los partidos y los periodistas creen (creemos) que lo son.
En el PP han hecho el análisis de sus errores en junio y julio de 2023: debió presentar una moción de censura tras las autonómicas
En el PP comienzan a hacer un correcto análisis de las razones por las que, aún ganado las elecciones de julio de 2023, Feijóo no pudo gobernar por insuficiencia aritmética. Y el tal análisis se despieza así:
En primer lugar, la organización, tras los excelentes resultados de las autonómicas y municipales del 28 de mayo de 2023, se dejó mecer por el nirvana del éxito y no utilizó la herramienta parlamentaria que hubiese bloqueado la decisión de Sánchez de disolver las Cortes y convocar elecciones: presentar una moción de censura durante cuya tramitación y debate, la Constitución impide al presidente del Gobierno terminar anticipadamente con la legislatura.
En segundo lugar, atónitos los cuadros del partido por la reacción del socialista, la maquinaria popular, no se esforzó al ciento por ciento en la precampaña y campaña electorales, priorizando, cada cual, por su lado, la constitución de gobiernos autonómicos y corporaciones municipales.
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En tercer lugar, nadie en el PP supo encauzar la energía negativa de los dirigentes más abruptos y radicales de Vox (pongamos a Jorge Buxadé) que, al imponer un calendario presuroso de acuerdos en las comunidades, intentaron —y consiguieron, al menos en parte— que las opciones del PP no fueran tantas el 23 de julio que restasen posibilidades al 'voxismo'.
En cuarto lugar, la campaña se manejó mal en los medios de comunicación, peor aún en las redes sociales y la proyección de Feijóo se gestionó de manera torpe después de ganar el debate con Sánchez, creyendo que con esa victoria la campaña estaba hecha.
Feijóo ha llegado a un entendimiento con los barones decisivos y ninguno amenaza su liderazgo porque, además, les aglutina Sánchez
Se remedien o no esos errores —dicen estar en ello— lo cierto es que Feijóo es de pedernal. Digiere las piedras. Sabe que las próximas elecciones son su última oportunidad. Es consciente de que no suscita adhesiones enfebrecidas, pero que tampoco se le detesta, en la mejor tradición de grisura en el liderazgo de los máximos dirigentes de la derecha democrática española. Está seguro de que la conducción del partido, con once presidentes autonómicos, le impone un mando equilibrado e integrador de los tantas veces contradictorios intereses de las comunidades autónomas. Ha llegado a un confortable entendimiento con los tres barones decisivos, Ayuso (Madrid), Moreno Bonilla (Andalucía) y Rueda (Galicia). Tiene encima de la mesa la mala situación de Carlos Mazón en Valencia, pero le va a sostener. Con Junts no hay negociación, solo "coincidencias" y una vía de comunicación porque "nos suelen informar de sus próximos pasos". Con el PNV, "no hay nada que hacer", más aún con Aitor Esteban en la presidencia del partido, un tipo que merece en el PP la peor consideración. ERC y Bildu están fuera de cualquier cálculo.
El apoyo a Feijóo es cerrado en el PP. "Así que caigan rayos y centellas, Alberto es la única opción", la que está en la media de las derechas territoriales que controlan los populares, es el líder de perfil bajo pero resistente que todos aceptan y es Sánchez el que les aglutina en esa determinación. Para los populares el grave problema ya no es el presidente del Gobierno, capaz de todo y por ello víctima de sí mismo, sino la relación con Vox en un escenario internacional —véase la cumbre de Madrid con Santiago Abascal de anfitrión de sus correligionarios de Patriots— en el que el Gobierno de coalición 'progresista' español es más excéntrico del que sería otro entre PP y Vox. Por eso, "pretender cargarse a Feijóo, es tanto como morir en el intento" —dicen—, porque la ecuación ha cambiado ya radicalmente: será Sánchez el que pierda las elecciones y, como consecuencia, Feijóo el que las gane. Con las andaderas del socialista, pero a la inversa. Sánchez hoy con la extrema izquierda y los separatistas y Feijóo mañana con la extrema derecha. Es lo que hay.
El pasado fin de semana, Sánchez, con coros y danzas de Óscar López y Diana Morant, rozó el larguero del histerismo descalificador contra Núñez Feijóo y el PP en los congresos del PSOE en Valencia y Madrid. Motivos tenía. Veinticuatro horas antes, la Moncloa conocía ya la encuesta de 40dB que publicaría El País y la Cadena SER el lunes siguiente, elaborada por Belén Barreiro exdirectora del CIS, en la que los populares (32,6%) superaban en cuatro puntos a los socialistas (28,4%), en tanto que Vox alcanzaba el 14,2% (dos puntos más que en julio de 2023) y se desplomaba Sumar hasta el 5,9%. El diario ofrecía en su titular la interpretación correcta del sondeo digital que publicaba: "El PSOE obtiene su peor estimación de voto desde las elecciones y Vox supera el 14%".