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Josep Piqué. Mi ministro

En 1996, Piqué recibió y aceptó la oferta de ser ministro de Industria y Energía. Me ofreció acompañarle como secretario de Estado de Energía, puesto que acepté de buen grado

Foto: El expolítico y economista Josep Piqué. (EFE/Chema Moya)
El expolítico y economista Josep Piqué. (EFE/Chema Moya)
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Conocí a Piqué en 1986, cuando era director general de Industria de la Generalitat de Cataluña. Yo era subdirector de Petróleo y Gas del Ministerio de Industria. Creo recordar —aunque puedo equivocarme— que el motivo de la reunión era el otorgamiento de la licencia de operador en el entonces recién liberalizado mercado de productos petrolíferos a Petrolis de Catalunya (Petrocat), nueva empresa pública catalana, que pretendía asumir en la comunidad autónoma el papel que Campsa, forzada por los acuerdos con Bruselas a convertirse en una empresa meramente logística, dejaba vacante. De aquella reunión recuerdo, sobre todo, su permanente sonrisa y lo fácil que nos entendimos. Él tenía 31 años y yo 29. En Madrid gobernaba el PSOE. En Cataluña, CIU disfrutaba su primer Gobierno con mayoría absoluta. El conseller que había fichado a Piqué para la función pública era Joan Hortalá, que luego fue secretario general de ERC y más tarde, presidente de la Bolsa de Barcelona.

Hasta que nos volvimos a ver, 10 años más tarde, nuestras trayectorias profesionales mantuvieron un cierto paralelismo. Ambos dejamos la función pública para integrarnos en la vida empresarial. En 1996, Piqué, que había conocido a Aznar en su calidad de presidente del Círculo de Economía de Barcelona, recibió y aceptó la oferta de ser ministro de Industria y Energía. Me ofreció acompañarle como secretario de Estado de Energía, puesto que acepté de buen grado. Pensar hoy, en esta España de 2023, que un director general de la Generalitat nombrado por un conseller de ERC puede integrarse como ministro en un próximo Gobierno de Feijóo es una absoluta locura. Hace más de 20 años fue posible gracias a que la hoy desaparecida CIU y el PP alcanzaron un acuerdo y Aznar tuvo el acierto de materializar el entendimiento nombrando ministro a una persona que le iba a devolver con creces la confianza en él depositada. Para Piqué, profundamente catalán, España sin Cataluña era un ente desnaturalizado y Cataluña adquiría pleno sentido situada a la vanguardia del desarrollo económico español. Ser ministro del Gobierno español no le suponía por tanto inconveniente ideológico alguno. El reformismo liberal, objetivo primigenio del primer Gobierno de Aznar, encajaba plenamente en su ideario. Su reciente experiencia empresarial y su sólida formación económica no hacían ascos a su inserción, en un primer momento como independiente, en un espacio político de centro derecha.

Foto: El exministro de Asuntos Exteriores Josep Piqué. (EFE/Archivo/Javier Cebollada) Opinión
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Como jefe, Piqué era siempre amable y educado. Ni una palabra más alta que otra. Tenía una gran facilidad para aprehender conceptos, hacerlos suyos, manejarlos y exponerlos de forma sucinta y atractiva. Esta virtud hizo de él, a partir de 1998, el mejor portavoz que haya tenido un Gobierno del PP. Era profundamente leal con sus subordinados, virtud que en política suele escasear cuando vienen mal dadas. Los grandes objetivos que trazó fueron modernizar el sistema público empresarial, entender y tratar de proveer las necesidades de los sectores industriales, liberalizar los mercados energéticos y poner las bases para la reestructuración profunda de la minería del carbón.

Viajamos juntos a Cuba. Los cubanos denominaban eufemísticamente “caída del campo socialista” a la desaparición de la Unión Soviética y la adscripción progresiva de los países de Europa Oriental a la Unión Europea. El caso es que se habían quedado sin el soporte económico que había sostenido su régimen durante décadas. La idea era que España les ayudara a transformar su sector energético. Nos llevaron a visitar una refinería en la que cada unidad de proceso había sido construida, mantenida y operada por un país diferente, cada uno con su tecnología, aunque todas ellas obsoletas para los estándares internacionales. Cada país recibía en pago por sus servicios bauxita y azúcar. El colofón a aquella visita fue una cena, para un número reducido de asistentes, con Fidel Castro.

Piqué tenía una gran facilidad para aprehender conceptos, hacerlos suyos, manejarlos y exponerlos de forma sucinta y atractiva

Desde las nueve de la noche a las cinco de la mañana, fue una perorata interminable del dictador cubano, que nos ilustraba, alternativamente, sobre la estrategia que el almirante Cervera debía haber seguido en la batalla de Santiago ante la escuadra norteamericana en 1898, las aventuras revolucionarias del Che en Angola al mando de fuerzas militares cubanas, la incomprensible decisión de los bancos españoles de invertir en la adquisición de otros bancos en Latinoamérica o el papel protagonista que él mismo había tenido en la construcción de los pedraplenes que permitían el acceso a nuevos cayos en la costa norte de Cuba. A la salida, con la precisión conceptual que le caracterizaba, y sin dejarse arrastrar por el aura de ser parte de la historia que tanto le gustaba cultivar a Fidel, Piqué resumió ocho horas en pocas palabras: “Hemos asistido a la exhibición de un sátrapa”.

Mi ministro, catalanoparlante, dominaba el castellano con una precisión exquisita: según la RAE, el sátrapa es la “persona que gobierna despótica y arbitrariamente y que hace ostentación de su poder”. Pensé que su afirmación sobre el líder cubano era un poético final de trayecto para un juvenil militante del PSUC. El viaje oficial solo sirvió para reforzar nuestra común convicción sobre la inutilidad radical y nociva del comunismo. Por cierto, varios años después, fue la Venezuela de Chávez la que se hizo cargo de aquella inservible refinería.

Foto: El exministro y economista Josep Piqué. (EFE/Chema Moya)
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El taxista que me condujo al tanatorio en la mañana del Viernes Santo me preguntó si iba a dar el pésame a la familia de Piqué. Cuando le dije que sí, me contestó que Piqué era la persona a la que primero había oído decir, hace muchos años, que el futuro del mundo pasaba por China. No pude por menos que recordar el viaje que hicimos a la hoy segunda potencia mundial hace más de 25 años, en busca de oportunidades para las empresas españolas en un país donde cada año se instalaba una potencia eléctrica superior a la de España. Creo que aquel viaje a China fue para él la constatación fáctica, luego reflejada en su obra escrita, de que el mundo estaba cambiando e iba a cambiar mucho más.

Cataluña y España han perdido a un gran político y yo he perdido a mi ministro, mi jefe y mi amigo

Nuestros caminos se separaron por razones que no vienen al caso. Piqué fue ministro de Exteriores —donde a mi juicio alcanzó su plena realización como gestor público— y de Ciencia y Tecnología, y fue nombrado en 2002 presidente del Partido Popular de Cataluña. Dimitió de este cargo en 2007, después de que desde Génova se cegase la posibilidad de que el liberalismo reformista que siempre encarnó jugara sus bazas en la Cataluña cada vez más conflictiva que se dibujaba en el horizonte. Se reintegró al mundo empresarial y a la divulgación. La última vez que le vi en acción fue cuando coincidimos en unas jornadas de la empresa familiar en Castilla y León. Más que su análisis, su disección geopolítica fue deslumbrante.

Nunca perdimos el contacto. Nos veíamos regularmente. La última vez, hace menos de un mes. Cataluña y España han perdido a un gran político y yo he perdido a mi ministro, mi jefe y mi amigo.

Conocí a Piqué en 1986, cuando era director general de Industria de la Generalitat de Cataluña. Yo era subdirector de Petróleo y Gas del Ministerio de Industria. Creo recordar —aunque puedo equivocarme— que el motivo de la reunión era el otorgamiento de la licencia de operador en el entonces recién liberalizado mercado de productos petrolíferos a Petrolis de Catalunya (Petrocat), nueva empresa pública catalana, que pretendía asumir en la comunidad autónoma el papel que Campsa, forzada por los acuerdos con Bruselas a convertirse en una empresa meramente logística, dejaba vacante. De aquella reunión recuerdo, sobre todo, su permanente sonrisa y lo fácil que nos entendimos. Él tenía 31 años y yo 29. En Madrid gobernaba el PSOE. En Cataluña, CIU disfrutaba su primer Gobierno con mayoría absoluta. El conseller que había fichado a Piqué para la función pública era Joan Hortalá, que luego fue secretario general de ERC y más tarde, presidente de la Bolsa de Barcelona.

Josep Piqué
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