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Por qué le va tan mal a España en la pandemia: 3 factores que pasamos por alto
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Esteban Hernández

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Por qué le va tan mal a España en la pandemia: 3 factores que pasamos por alto

Los españoles tienen claro que el principal obstáculo para manejar decentemente un asunto tan grave como el coronavirus son los políticos. Pero hay otros elementos y son relevantes

Foto: El ministro de Sanidad, Salvador Illa, en el Congreso. (EFE)
El ministro de Sanidad, Salvador Illa, en el Congreso. (EFE)
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La deficiente gestión de la pandemia por parte de nuestros responsables políticos centra los debates públicos: unos señalan a otros como si en lugar de buscar soluciones lo idóneo fuera encontrar culpables. Así nos pasamos los días, con Sánchez, Ayuso, el Gobierno y las autonomías, con señalamientos y afeamientos varios en lugar de intentar atajar la difusión del coronavirus.

Esta es la principal explicación que encuentra la mayoría de la gente a la pregunta sobre por qué nos va tan mal en la pandemia, a menudo mezclada con un desprecio notable respecto de su país: España es un lugar lleno de incompetentes, por lo que es extraño que nos desdeñen desde Europa.

No sabemos casi nada

Pero hay factores que pasamos por alto y que explican muchas más cosas respecto de la situación española que las causas banales a las que nos entregamos con enfado. El primer factor es científico-sanitario y es general. A pesar del tiempo que llevamos ya con la pandemia, seguimos sin conocer bien al virus. Hemos aprendido algunas cosas en la primera ola, la investigación sigue y en algún momento dará sus frutos, pero de momento la mejor vía que tenemos para atajarlo es la típica de cualquier pandemia de siglos pasados: no entrar en contacto. Todos los adelantos científicos nos son útiles, pero mucho menos de lo que podíamos esperar para una civilización tan avanzada.

España no tiene dinero y todo el que pidamos prestado nos será cobrado muy caro. Esa ausencia de recursos genera muchos problemas

El segundo factor afecta directamente a lo sanitario, pero su componente principal es económico. Por más vueltas que le demos, España no tiene dinero y todo el que pidamos prestado ahora nos será cobrado muy caro después. Esa ausencia de recursos genera muchos problemas: es la causa de que nuestros servicios sanitarios no dispongan del personal y de los medios precisos (como sí han tenido otros países europeos) y de que no hayamos articulado instrumentos de rastreo y pruebas masivas para dar una respuesta rápida. Es cierto que el dinero existente podría gestionarse mejor, y hay pruebas evidentes, pero sigue siendo muy escaso.

Se nota en muchos aspectos, pero en la falta de personal es abrumador. En los hospitales, en la atención primaria, en la tramitación de las citas médicas, en la atención a enfermedades no relacionadas con el covid-19 y en tantas otras cosas. Esa misma falta de personal ha entorpecido hasta extremos exasperantes la tramitación de los ERTE, del ingreso mínimo vital y, lateralmente, las ayudas a las empresas.

El 75% de la facturación

Esa escasez conlleva una complicación más. Alemania o Francia pueden tomar medidas duras a la hora de confinar a la población porque pueden ofrecer ayudas a sus nacionales. Francia aportará hasta 10.000 € a las pymes y Alemania abonará el 75% de la facturación del mismo año del mes anterior, noviembre del 19, a empresas con menos de 50 trabajadores obligadas a cerrar. Si España tuviera recursos, los confinamientos no serían gran problema, porque podría compensar las pérdidas a los pequeños y medianos empresarios, sostener a los trabajadores y ayudar a los parados. Como no los hay, a esos sectores el dinero llega con cuentagotas, y los nuevos cierres añadirían más dificultades a empresarios y trabajadores ya muy perjudicados. Por eso hay tanta gente que se resiste.

El tercer factor mezcla elementos económicos con sociales. No basta con poner el foco en los dirigentes políticos, también hay que entender cuál está siendo la posición de las élites españolas. Durante la pandemia han presionado para que se reabriera cuanto antes, y más tarde para que las restricciones se limitasen al mínimo: había que empujar para que la economía regresase pronto a los niveles de actividad precisos. España estaba (y está) en un momento complicado, y puede salir más dañada de la crisis que otros países, y por eso no se podía perder ni un momento.

España cuenta con un importante sector dedicado al turismo, e importa poco que se abran los establecimientos si no hay turistas

Sin embargo, en esta presión, y sin entrar a valorar las consecuencias sanitarias de estas prisas, hay dos elementos que resultan extraños. El primero tiene que ver con no ser conscientes del momento concreto en el que nos encontramos; si en la política se hace abstracción del coronavirus y se actúa en demasiadas ocasiones como si no existiera, algo similar sucede entre las élites económicas. Por ejemplo: España cuenta con un importante sector dedicado al turismo, y da igual que se abra rápido porque lo que no hay son turistas. Se le puede decir al dueño de una flota de 10 autobuses que lo importante son las medidas de seguridad y no los planes de ayuda, pero el problema es que no tiene pasajeros a los que transportar por mucha seguridad que aporte. La cuestión es otra: mientras el dinero que está aportando el Estado se ha centrado en las grandes empresas, pymes y autónomos están muy lejos de contar con las ayudas precisas.

La digitalización: el otro significado

El otro aspecto extraño es que, en su idea de salida de la crisis, además de dejar a las pymes en un plano muy secundario y de olvidarse de la generación de tejido productivo en España, las élites económicas españolas están tomando una dirección cortoplacista que acabará perjudicándonos a todos, también a ellas. Ocurre con la digitalización, la gran prioridad de la recuperación. Hasta ahora, bajo ese paraguas lo único que se está haciendo es intentar mantener los precios de los activos, o de mitigar su caída, tratando de generar confianza en los mercados por la vía habitual: fusiones y adquisiciones, y por tanto despidos, o despidos a secas. Santander, Iberdrola o Indra ya los han anunciado, y seguirán más. En la primera ola se perdieron muchos puestos de trabajo, y ahora es el turno de los trabajadores de cuello blanco, que se van a ir a la calle en cantidades muy preocupantes.

La tramitación telemática de muchos procesos y solicitudes es kafkiana, de la peor burocracia

Este giro se entiende imprescindible, en tanto producto de una situación general, de un cambio tecnológico inevitable, que hace especialmente propicio este momento para reconfigurar su modelo de negocio y adaptarlo a los tiempos. Hay efectos negativos obvios para los clientes, ya que pierden servicios o les cuesta mucho más conseguirlos (la tramitación telemática de muchos procesos y peticiones es kafkiana, de la peor burocracia), y para los empleados, ya que pierden puestos de trabajo. Pero también para las empresas mismas, y este es un aspecto que no se suele tomar en consideración.

El caso Walmart

A la hora de entender los riesgos a que están sometidas con su lectura de la digitalización, nos sirve una pequeña historia, que he narrado en alguna ocasión, y que recojo en ‘Así empieza todo’, la de cómo Walmart se convirtió en un actor dominante a mediados de los 90.

Sam Walton, el dueño de Walmart, llegó a un acuerdo con un vicepresidente de Procter & Gamble por el cual compartirían información sobre las ventas de los productos de P&G en la cadena de establecimientos. Era una alianza destinada a organizar la distribución, coordinar el transporte y reducir el almacenamiento. El objetivo era ganar tiempo y reducir costes.

La implantación de un sistema de datos dirigido por el 'retailer' logró que sus proveedores tuvieran que adaptarse a sus métodos, tiempos y exigencias

El acuerdo con P&G, satisfactorio para ambas partes, generó interés en otros proveedores, que se fueron sumando a la iniciativa de Walton. Cuando el proceso fue avanzando, como bien describe Barry Lynn en ‘End of the line’, Walmart se situó en posición dominante, ya que tenía acceso a toda la información de sus hasta entonces socios. La implantación de un sistema basado en los datos y dirigido por el 'retailer' logró que sus proveedores tuvieran que adaptarse a sus métodos, tiempos y exigencias. A partir de entonces, fijó las condiciones y dictó a las marcas cómo debían empaquetar sus productos, qué cantidades del mismo debía llevar cada envase, y dónde y cuándo enviarlos.

Esta anécdota es importante porque no se refiere al pasado. Describe una estrategia para convertirse en el actor dominante en un sector y supeditar a otras empresas a sus condiciones. Ahora que se han puesto de actualidad los monopolios a raíz de la demanda contra Google bueno es insistir en cómo funcionan, pero también en cómo llegan a serlo. Y viene al caso por las prácticas que están desarrollándose al hilo de la digitalización.

El caso de los bancos

Cada vez más empresas, entre ellas los bancos, están aceptando los servicios en la nube que prestan las grandes tecnológicas. Es una asociación de la que ambos parecen sacar partido, máxime cuando las ‘tech’ poseen los instrumentos precisos para tratar grandes cantidades de datos y extraer de ellos informaciones preciosas. Ese es el sector, el vinculado a la inteligencia artificial, del que se esperan grandes avances en el futuro inmediato, y con ellos grandes beneficios. Pero también se parece mucho al caso Walmart, con distintos proveedores suministrando datos, a un gestor central. Y, como entonces, existe el riesgo de que el actor principal los utilice en su provecho, ya sea quedándose parte del negocio, ya sometiendo a nuevas condiciones a los proveedores de datos, ya abriendo nuevas líneas de negocio por cuenta propia.

Esta lectura podría extrapolarse a España: hace falta mucha más visión estratégica, en los políticos y en los dirigentes empresariales

De modo que llaman digitalización a entregar parte de su negocio a posibles competidores, y quizá una parte sustancial en el futuro. El término digitalización es útil en este instante, porque sirve como justificación para las fusiones, a los despidos y a las reconversiones, pero no es más que un recurso perdedor utilizado de esta manera, porque en lugar de asentarse en los terrenos que dominan, lo hacen en un territorio controlado por otros. No parece una buena idea (y el periodismo es un ejemplo). Amazon, Uber, Facebook, Google, por ejemplo, son empresas mediadoras que acaban convirtiéndose en dominantes y sacan partido de ello. No parece una estrategia ganadora echarse en sus brazos.

Esta lectura podría extrapolarse a España, en general. Nos hacen falta trabajos, recursos y poder adquisitivo y es mejor mantener los espacios que tenemos y buscar otros nuevos en lugar de invertir cantidades en hacerlos más atractivos para otros. Hace falta mucha más visión estratégica, en los políticos y en los dirigentes empresariales.

De modo que, si sumamos estos factores, la falta de conocimiento del virus y de su funcionamiento, la ausencia de dinero para lo sanitario y para ayudar a los ciudadanos, y la falta de visión estratégica de las élites económicas, entenderemos mejor lo que nos pasa. Aunque todo quede disfrazado por las peleas políticas.

La deficiente gestión de la pandemia por parte de nuestros responsables políticos centra los debates públicos: unos señalan a otros como si en lugar de buscar soluciones lo idóneo fuera encontrar culpables. Así nos pasamos los días, con Sánchez, Ayuso, el Gobierno y las autonomías, con señalamientos y afeamientos varios en lugar de intentar atajar la difusión del coronavirus.