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El fenómeno Milei: cuando lo estrafalario es lo normal
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Marta García Aller

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El fenómeno Milei: cuando lo estrafalario es lo normal

En pocos países como en Argentina la política ha demostrado que puede ser un desastre. La antipolítica puede ser todavía peor

Foto: Javier Milei. (Reuters)
Javier Milei. (Reuters)
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Ahora que los herederos de Silvio Berlusconi andan preguntándose cómo convertir en un museo Villa San Martino, donde el magnate organizaba sus reuniones y sus famosas fiestas "bunga bunga", podrían hacerle un hueco junto a su legado a la motosierra con la que Javier Milei se pasea por los mítines. El favorito para ganar la primera vuelta de las elecciones argentinas es el sucesor más prometedor de la manera de entender la política que inauguró Berlusconi, con permiso de Trump y Bolsonaro.

Antes de que Milei cantara en sus mítines, Berlusconi lo hizo en los cruceros. Antes de que Milei negara los 30.000 desaparecidos de la dictadura militar de Videla y los calificara de simples "excesos", Berlusconi ya había dicho que Mussolini no mató a nadie e hizo muchas cosas buenas; antes de que Milei utilizara la fama de la televisión para saltar a la política, Berlusconi ya se había comprado un imperio mediático; antes de que Milei corease en sus mítines cánticos futboleros, Berlusconi había llamado a su partido Forza Italia, que era lo que coreaban los tifosi en las gradas cuando jugaba la selección; antes de que Milei dijera que habla con Dios, Berlusconi se autodenominó el Jesucristo de la política.

Foto: Javier Milei, en una rueda de prensa. (Reuters) Opinión
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Cómo no acordarse del fundador de la antipolítica antes de que la antipolítica fuera tan mainstream. Berlusconi era visto como una anomalía, algo único, pero a medida que han ido avanzando el populismo y la antipolítica, los salvapatrias antiestablishment de propuestas extravagantes han pasado a ser un elemento más de la política. Para llamar la atención ya no vale cualquier cosa. Decir barbaridades para captar la atención de redes y medios ya no es una anomalía, se ha convertido en un fin en sí mismo. Lo estrafalario es un arma fundamental de comunicación política, ahora le toca a Argentina.

Las elecciones del domingo las puede ganar un candidato que cuando dice que quiere dinamitar el Banco Central aclara que no es una metáfora, que está a favor de que se puedan comprar y vender órganos vitales porque comerciar con partes del cuerpo para él es un mercado más; un candidato que propone que la educación deje de ser universal, obligatoria y gratuita. La sanidad también la entiende como un mercado entre médicos y pacientes, que pasan a ser usuarios que serán tratados según lo que puedan pagar.

Milei presume de comunicarse a través de una médium con su perro muerto. A los economistas y periodistas los llama "burros" y "mongólicos". Y a los socialistas, "excrementos humanos". Para llamar la atención también le ha funcionado ponerse guantes de boxeo al ritmo de la canción de "Rocky".

En la última década, la pobreza en Argentina ha pasado del 29% al 44% y cerca de la mitad de la población vive de la economía sumergida

Milei se autodenomina anarcoliberal, pero como las promesas de la antipolítica siguen a menudo un mismo patrón, ya vengan de la extrema izquierda o de la extrema derecha, Milei prometía en su cierre de campaña "acabar con la casta". Lo que la antipolítica también tiene en común, venga de donde venga, es aprovecharse de la desesperación de los votantes para prometer solucionar la vida de la gente a base de populismo y carisma. Solo cuando la gente está tan harta que cree que ya no tiene nada que perder entiende que le puede compensar el riesgo de votar por alguien que va por los mítines con una motosierra prometiendo recortar el gasto público en sanidad y educación y quemar el Banco Central.

Solo echando un vistazo a cómo están allí las cosas se entiende que tantos argentinos piensen votar por Milei el domingo y crean que les compense el riesgo. La confianza en el gobierno está en su nivel más bajo en 20 años, y viniendo de Argentina eso es mucho decir. En poco más de medio siglo, Argentina ha tenido una veintena de recesiones y otros tantos rescates. La inflación está en el 138%. El 138.3% para ser exactos. En la última década, la pobreza en Argentina ha pasado del 29% al 44% y cerca de la mitad de la población vive de la economía sumergida y otro tanto recibe algún tipo de asistencia social del gobierno.

En Por qué fracasa la política, Ben Ansell, catedrático de Oxford y profesor de Democracia Institucional, desgrana en su último libro por qué la política a menudo decepciona tanto y, a la vez, por qué las alternativas a la política, o la antipolítica, son todavía peor. "La política fracasa cuando creemos que podemos arreglárselas sin ella", escribe Ansell. "Fracasa cuando no nos la tomamos en serio". En pocos países, como en Argentina, la política ha demostrado que puede ser un desastre. La antipolítica puede ser todavía peor.

Ahora que los herederos de Silvio Berlusconi andan preguntándose cómo convertir en un museo Villa San Martino, donde el magnate organizaba sus reuniones y sus famosas fiestas "bunga bunga", podrían hacerle un hueco junto a su legado a la motosierra con la que Javier Milei se pasea por los mítines. El favorito para ganar la primera vuelta de las elecciones argentinas es el sucesor más prometedor de la manera de entender la política que inauguró Berlusconi, con permiso de Trump y Bolsonaro.

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