Es noticia
A tope con la libertad de expresión, ¿no?
  1. España
  2. Segundo Párrafo
Marta García Aller

Segundo Párrafo

Por

A tope con la libertad de expresión, ¿no?

Venga a reivindicar la libertad de expresión por no sé qué canción de Mecano que no da tiempo a indignarse porque estén deportando gente en EEUU solo por manifestarse

Foto: Protestas en Harvard contra la injerencia del Gobierno en la universidad. (Reuters/Nicholas Pfosi)
Protestas en Harvard contra la injerencia del Gobierno en la universidad. (Reuters/Nicholas Pfosi)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Tenemos suerte de tener tanto vigilante por aquí de la libertad de expresión. Pero indignarse cada vez que corre peligro debe de dar tanto trabajo, que a veces, claro, no dan abasto. Que si se censuran frases racistas de algún cuento infantil, se monta un cirio en redes por chistes de mal gusto o se retira alguna estatua. Maldita cancelación. Si es que no se puede decir nada. Alguien tenía que decirlo.

Tan ocupados están porque ya no se pueda llamar gordos a los gordos, feos a los feos y enanitos a los de Blancanieves, que no están teniendo tiempo de denunciar con la misma vehemencia que últimamente en Estados Unidos estén deteniendo gente por manifestarse con opiniones contrarias al Gobierno, asfixiando universidades y amenazando empresas por criterios ideológicos.

Nada más llegar Trump a La Casa Blanca, prohibía a la agencia de noticias AP que entrara en el Despacho Oval por negarse a llamar golfo de México al golfo de México. Un juez, por cierto, acaba de obligar a Trump, tres meses después, a levantar ese veto.

Ese fue solo el comienzo de un cambio profundo y peligroso en el país en el que la libertad de expresión está en su misma esencia constitucional. Tres meses después del regreso de Trump, hay estudiantes y profesores extranjeros en las universidades más prestigiosas de EEUU que están siendo detenidos y amenazados con la deportación por expresar opiniones políticas en el campus; el Gobierno amenaza con ahogar económicamente a las facultades que contradigan su ideología; y hay museos, organismos y universidades, del Smithsonian a la NASA, pasando por Columbia, limpiando sus documentos oficiales de palabras que la administración cree inaceptables (como “diversidad” e “igualdad”) por miedo a represalias.

Lo que está pasando con la libertad de expresión no es ficción ni una cancelación simbólica. ¡Están encarcelando gente por decir lo que piensa!

También la Administración Trump censura libros. Como el de Julianne Moore, un cuento para niños que el Departamento de Defensa ha prohibido en sus escuelas señalado por la policía trumpista de la ideología de género. Es un cuento sobre una niña de siete años a la que no le gustan sus pecas, pero aprende que la diversidad es bonita. Pero, claro, diversidad es ahora una palabra prohibida.

Por eso es extraño que haya menos revuelo entre algunos defensores de la libertad de expresión por la deportación de manifestantes en EEUU que porque HBO retirase ‘Lo que el viento se llevó’ de su catálogo o se reediten los cuentos infantiles con eufemismos cursis. Que sí. Que es absurdo y hasta peligroso reescribir obras de ficción tratando de no ofender a nadie. Pero es que lo que está pasando en este momento en Estados Unidos con la libertad de expresión no es ficción ni una cancelación simbólica. ¡Están encarcelando gente por decir lo que piensa!

Foto: Personas muestran su apoyo a la comunidad transexual en el Día de la Visibilidad Trans durante una manifestación en Nueva York, EEUU. (EFE/Sarah Yenesel)

No hablamos de un revuelo en redes por un chiste de mariquitas, sino de amenazas desde el poder político a las instituciones académicas. De detenciones a estudiantes de Columbia y Georgetown por manifestarse contra la guerra en Gaza y de empresas y organismos públicos eliminando palabras de sus webs que la Administración Trump considera tabú por miedo a represalias.

Hay otros supuestos defensores de la libertad de expresión desafiando la lógica. Meta, propietaria de la plataforma de redes sociales más grande del mundo, anunció a principios de este año que prescindiría de la verificación de hechos para sus tres mil millones de usuarios en Facebook, pese al riesgo del aumento del discurso de odio, insultos y amenazas de muerte en redes. Mark Zuckerberg describió la medida como "restauración de la libertad de expresión". Un par de meses después, él mismo estaba intentando frenar la publicación de un libro sobre su gestión de la empresa porque no le dejaba en buen lugar.

Y no hace mucho que el vicepresidente JD Vance vino a Europa a decirnos que aquí no tení­amos libertad de expresión, cuando lo que quería decir es que tenemos derechos que van en contra de su concepción de lo que es una familia como Dios manda. No creo que se refiriese a Hungría, donde gobierna su amigo Orbán. Allí se han prohibido este año las marchas del Orgullo LGTBI. Prohibido salir a la calle con un cartel que diga que te gustan los hombres si tú también eres uno.

Puestos a defender la libertad de expresión, convendría también indignarse un poquito más por esto. Claro, que no es fácil ser hoy en día defensor de la libertad de expresión. Se nos acumulan tantos ejemplos de amenazas, por no sé qué canción de Mecano al remake de Blancanieves, que no tenemos tiempo a prestarle atención a todo lo demás.

Tenemos suerte de tener tanto vigilante por aquí de la libertad de expresión. Pero indignarse cada vez que corre peligro debe de dar tanto trabajo, que a veces, claro, no dan abasto. Que si se censuran frases racistas de algún cuento infantil, se monta un cirio en redes por chistes de mal gusto o se retira alguna estatua. Maldita cancelación. Si es que no se puede decir nada. Alguien tenía que decirlo.

Donald Trump
El redactor recomienda