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La mutación de la derecha y la pugna soterrada por el alma de Vox
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Ángel Villarino

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La mutación de la derecha y la pugna soterrada por el alma de Vox

Más allá de las peleas personales, la salida de Espinosa de los Monteros está enmarcada en la historia del partido y en la de un movimiento mundial que aspira a la hegemonía

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (Reuters/Vincent West)
El líder de Vox, Santiago Abascal. (Reuters/Vincent West)
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En las elecciones generales celebradas el 20 de diciembre de 2015, y después de varios años intentando hacerse un hueco, Vox solo consiguió 57.000 votos. El proyecto no arrancaba, a pesar de un entorno internacional favorable en el que ya había varios partidos de extrema derecha muy consolidados en Europa y con Donald Trump lanzado hacia la candidatura republicana. En España, Vox empezaba a ser percibido como el representante español de esas nuevas derechas, aunque sus propuestas no encajaban del todo entre las de sus futuros socios internacionales.

Se les percibía así porque abrían un espacio a la derecha de la derecha tradicional española (del PP) y porque jugaban con algunas banderas que estaban funcionando en otros sitios, como el rechazo a la inmigración procedente de países musulmanes. De alguna manera, España necesitaba encarnar esa tendencia mundial en un cuerpo con siglas propias y Vox era lo más parecido que se tenía a mano. Sin embargo, lo que unía a sus fundadores era el descontento con el PP de Mariano Rajoy, al que veían manchado por la corrupción, poco comprometido con la agenda económica neoliberal, relajado en las esencias morales (luego se le llamaría guerra cultural) y tibio en la defensa de la unidad de España.

Foto: Santiago Abascal e Iván Espinosa de los Monteros, en el Congreso de los Diputados. (EFE/Mariscal)

Pero el nicho era evidente y Abascal se decidió a intentarlo, alineándose dentro de esa corriente que ganaba terreno a lo largo y ancho de Occidente y que en España seguía huérfana. En enero de 2017, en Coblenza (Alemania), participó por primera vez en una de las cumbres de ese internacionalismo nacionalista. El presidente de Vox no apareció en las fotos de familia, pero hizo saber que había mantenido contactos con Marine Le Pen, Geert Wilders (Partido por la Libertad holandés) y con el entonces líder de Alternativa por Alemania, Frauke Petry. Antes de irse, grabó este vídeo, que supuso una sorpresa para los pocos que mostraban interés por la transformación del partido. En abril de ese mismo año les recibiría también Steve Bannon, el jefe de estrategia de Trump (caído después en desgracia) y autor intelectual de algunos de los 'trumpismos' más exitosos. Vox ya era parte de la gran familia.

El nuevo posicionamiento tensó ciertos engranajes, pero no dio tiempo a debatirlo demasiado porque ese mismo año se produjo el gran salto de Vox en la percepción pública: el referéndum ilegal de Cataluña. A partir de ahí, la historia del partido verde fue durante meses una historia emergente, una historia de éxito. En otoño de 2018, llenaron Vistalegre, y para principios de diciembre ya habían logrado su primer gran noche electoral: 12 escaños y cerca del 11% de los votos en Andalucía. Al año siguiente, entraban por primera vez en el Congreso de los Diputados y, gracias a la repetición electoral, establecían en poco tiempo el que hasta ahora ha sido su techo: 52 diputados.

El reparto del botín y las tensiones larvadas en los sucesivos giros empezaron a aflorar entonces. En esas pugnas intestinas, ya cobraban cuerpo con claridad las diferentes familias y se quebraba la robustez del búnker. Por primera vez desde la fundación, era posible encontrar voces críticas dentro del partido. Enseguida se empezó a ver cómo el sector liberal era el que perdía las batallas más importantes y como los "identitarios" se abrían paso. El contexto internacional resultaba clave para entender lo que estaba pasando.

Foto: Santiago Abascal, junto al candidato de Vox en Andalucía, Francisco Serrano, durante la celebración de resultados en Sevilla, el 2 de diciembre de 2018. (Reuters)
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La transformación de la derecha mundial, el nicho en el que había que posicionarse para aspirar a seguir creciendo, encajaba mal con ciertas visiones de partida, por ejemplo, con casi todas las ideas liberales. Se trata de contradicciones que siguen yendo en aumento y a las que nos iremos acostumbrando. El impuesto especial a la banca anunciado este martes por Meloni es el ejemplo más reciente. Se trata de una idea que acerca más su política económica a la de Pedro Sánchez que a la de quienes, como Iván Espinosa de los Monteros, siguen creyendo en la ortodoxia del neoliberalismo. Siempre hay políticos más flexibles y otros más rígidos con sus principios y sus ideas.

En la pugna, se cruzan sin duda más divisiones que las ideológicas, y muchos factores humanos. Pero la divergencia sobre aspectos tan fundamentales como los descritos ha sido siempre una bomba de relojería, en consonancia con lo que ocurre en todo el mundo. Entre las voces que están ganando peso se encuentran, de hecho, dos europarlamentarios (Jorge Buxadé y, en otro orden de magnitud, Hermann Tertsch), encargados de trenzar amistades con las derechas populistas que se dan cita en Bruselas. Por cierto, la tercera y más moderada figura del trío de Vox en Europa, Mazaly Aguilar, ya ha quedado relegada.

Hay que recordar que, cuando llegó a Estrasburgo, Vox tuvo que elegir entre dos grupos: el de la extrema derecha antiliberal y proteccionista (la de Salvini, Le Pen, Alternativa por Alemania, etcétera) y la de los ultraconservadores más clásicos y atlantistas que hoy agrupa a los Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni, al Partido de los Finlandeses y a los polacos de Ley y Justicia. Abascal eligió la segunda, la menos radical y en la que también estuvieron los tories británicos hasta el Brexit. Ahí sigue todavía Vox, pero en Bruselas se da por hecho que el partido de Abascal transita hacia la otra orilla. Con el tercer referente europeo, el de la Hungría de Viktor Orbán —que no está adscrita a ninguna familia desde que salió del Partido Popular Europeo—, también se cultivan lazos de amistad. Esa parece ser la agenda de Buxadé, máximo exponente del ala nacionalcatólica del partido.

Más allá de los procesos de depuración, similares a los que se han vivido por ejemplo en Podemos, la salida de Iván Espinosa de los Monteros está enmarcada en este contexto. Vox es el representante en España de una ideología que aspira a ser hegemónica y no una muleta de la derecha tradicional. Y en este viaje se suceden baches y derrapes. Así que las figuras que no se agarren a las manillas del autobús corren el riesgo de salir por la ventana. Ser del equipo fundador hace tiempo que no es una garantía de nada. Que se lo digan a Ortega Smith o a Víctor Sánchez del Real.

En las elecciones generales celebradas el 20 de diciembre de 2015, y después de varios años intentando hacerse un hueco, Vox solo consiguió 57.000 votos. El proyecto no arrancaba, a pesar de un entorno internacional favorable en el que ya había varios partidos de extrema derecha muy consolidados en Europa y con Donald Trump lanzado hacia la candidatura republicana. En España, Vox empezaba a ser percibido como el representante español de esas nuevas derechas, aunque sus propuestas no encajaban del todo entre las de sus futuros socios internacionales.

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