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Los juegos mentales de Trump y la paciencia de China: aquí nos jugamos todo
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Ángel Villarino

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Los juegos mentales de Trump y la paciencia de China: aquí nos jugamos todo

La relación entre Estados Unidos y China empieza una nueva etapa en enero. Trump ha desplegado sus juegos mentales y Xi trata de mantener la cabeza fría a la espera de que el rival mueva ficha

Foto: El presidente electo de EEUU, Donald Trump, y el presidente de China, Xi Jinping. (Reuters/Kevin Lamarque)
El presidente electo de EEUU, Donald Trump, y el presidente de China, Xi Jinping. (Reuters/Kevin Lamarque)
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Donald Trump invitó a Xi Jinping a la ceremonia de inauguración de su presidencia hace un par de semanas y ese día los funcionarios del Departamento de Estado pasaron horas buscando en sus archivos si existía algún precedente. No lo encontraron. Nunca se le había dado a un mandatario extranjero la posibilidad de acudir a esa fiesta. Es fuerte la tentación de citar a Sun Tzu: “Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos todavía más cerca”.

El regreso de Trump a la Casa Blanca ha abierto un inquietante paréntesis de incertidumbre en las relaciones entre las dos potencias antagónicas, una interlocución sobre la que se asentará el nuevo orden (o desorden) mundial en las próximas décadas. Ni siquiera los altos funcionarios del Departamento de Estado se atreven a concretar demasiado sus pronósticos al respecto.

En cuestión de días, Trump ha dicho que Xi Jinping es “un tipo brillante” que “controla a 1.400 millones de personas con mano de hierro” y también que es “la mayor amenaza del mundo”. Una noche da a entender que tratará de hacer el mayor daño posible a su rival para, en la siguiente entrevista, mostrarse partidario de encontrar un acuerdo satisfactorio para todos.

Trump está acostumbrado a negociar con socios y rivales lanzando mensajes contradictorios, mezclando amenazas con alabanzas, de manera que nunca queda claro cuáles son sus expectativas reales, ni cuáles son las consecuencias de defraudarlas. Como Mario Brega en las comedias de Verdone, se esfuerza por enfatizar que su "mano puede ser hierro o puede ser pluma”. Pero incluso para los estándares trumpistas, los juegos mentales de estos días están resultando agotadores.

Foto: Donald Trump saluda a su homólogo chino, Xi Jinping. (Reuters/Kevin Lamarque)

Xi Jinping, por descontado, no tiene intenciones de aparecer en Washington el 20 de enero. Los medios del oficialismo chino se encargan de argumentar que no se fía de las intenciones de Trump. Ningún mandatario chino se sometería a la humillación de aplaudir a un presidente estadounidense en una ceremonia que, además, representa la alternancia de poder. Lo último que quiere el presidente chino es que se escenifique algo parecido al vasallaje. Se espera, de hecho, que formalice una invitación a Pekín para establecer en suelo chino las bases de partida de esta nueva etapa.

En un sentido más amplio, la vuelta de Trump mantiene en vilo a todos los poderes del gigante asiático, de la diplomacia a los conglomerados económicos. Tanto la prensa oficialista como los expertos que consulta el South China Morning Post llevan semanas afirmando, sin más detalles, que la máquina burocrática se está preparando a conciencia para esta nueva etapa. “Es como si estuviesen en un pueblo del Lejano Oeste en las horas previas a la llegada del peor forajido”, asegura un analista europeo con décadas de experiencia en Pekín.

Foto: Muñecas tradicionales Matryoshka de Donald J. Trump, Vladimir Putin, Xi Jinping, vendidas como souvenirs en Moscú. (EFE/ Yuri Kochetkov)

Algunos analistas asiáticos aún conservan la esperanza de que Trump sea más pragmático que otros presidentes estadounidenses y que ponga los intereses económicos de su país por encima de la ideología, una actitud que encaja mejor con su escuela política. Pero, en general, la sensación extendida es que el equipo del próximo presidente americano está caldeando la habitación para negociar los términos de la nueva relación. Elevando el tono, amenazando con aranceles del cien por cien y rodeándose de halcones antichinos, pone a sus rivales en el peor escenario.

Recordemos que Marco Rubio, su secretario de Estado, tiene prohibido viajar a China desde 2020. Y que las opiniones de Mike Waltz, el próximo consejero de seguridad nacional, son igualmente agresivas. Por ejemplo, sostiene que Washington debería acabar urgentemente con la guerra de Ucrania y desentenderse de Oriente Medio para dedicar todos sus esfuerzos a combatir al Partido Comunista chino, que es “la gran amenaza de nuestro siglo”.

El contexto no ayuda a mantener la calma. Las relaciones entre ambos países están en mínimos en muchos aspectos. China nunca había estado tan separada de Occidente desde que se consolidó el proceso de apertura. Incluso los intercambios estudiantiles se están deteriorando. Hace una década había 15.000 estadounidenses estudiando en China. Ahora apenas superan los mil.

Foto: El primer ministro británico, Keir Starmer, estrecha la mano del presidente Chino, Xi Jinping. (Reuters/Stafan Rousseau Pool)

China, además, afronta 2025 en uno de sus momentos más delicados y prepara nuevos paquetes de estímulo. No están funcionando los esfuerzos por fomentar el consumo interno para no depender tanto de las exportaciones. Y en todo el planeta crecen los recelos ante la avalancha de productos procedentes de sus fábricas. También es cierto que hace décadas que se ciernen malos pronósticos sobre la economía china y nunca terminan de cumplirse. La única certeza es que si la relación entre Donald Trump y Xi Jinping descarrila definitivamente, el mundo entero va a sufrir las consecuencias.

Donald Trump invitó a Xi Jinping a la ceremonia de inauguración de su presidencia hace un par de semanas y ese día los funcionarios del Departamento de Estado pasaron horas buscando en sus archivos si existía algún precedente. No lo encontraron. Nunca se le había dado a un mandatario extranjero la posibilidad de acudir a esa fiesta. Es fuerte la tentación de citar a Sun Tzu: “Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos todavía más cerca”.

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