Tribuna
Por
Por qué la derecha no debería olvidar la vigencia del conservadurismo clásico
Las pulsiones violentas de los que siguen abogando por un mundo unipolar necesitan ser superadas por un enfoque que combine 'realpolitik' y ética a la vez
No creo que exista momento más idóneo para reivindicar a la gran figura del conservadurismo moderno, Edmund Burke, y a sus oportunas críticas a la Revolución francesa. Es cierto que cometió errores como consecuencia de una mirada muy anclada en la tradición, pero no por ello han dejado de tener relevancia sus ideas. Tanto es así, que las críticas elaboradas por Burke iban a terminar por ser proféticas cuando aquel experimento revolucionario degeneró en un régimen de terror. ¿Cuál fue el resultado? El mismo que predijo Burke: la Revolución facilitaría la mano dura de un autócrata. Después, guerra y más guerra por toda Europa.
En efecto, no solo Burke es importante por ser una especie de profeta ilustrado que vaticinó ese desastre —y los que vinieron después—, sino también por su calidad argumentativa. Con frecuencia, se ha intentado descalificarlo como un reaccionario, contrario al progreso, sin tener en cuenta que es una acusación desacertada que no hace justicia a la importancia de su pensamiento. Una acusación que, dicho sea de paso, podría tener sentido en filósofos como Martin Heidegger, pero no en él.
En suma, Burke comprendió lo que muchos políticos e intelectuales siguen sin comprender a día de hoy: el progreso pasa irremediablemente por adquirir conciencia de las consecuencias previsibles de las acciones, más allá de los eslóganes fáciles que caracterizan el discurso político actual. Burke, en concreto, no habla de eslóganes, pero sí de abstracciones. No es una cuestión de desechar las abstracciones o la metafísica que hay detrás, sino de contextualizar adecuadamente cada situación sin dejar de lado la moral, ya que con frecuencia, como decía Burke, “las circunstancias son las que hacen que un esquema civil y político sea beneficioso o nocivo para la humanidad”.
En el contexto actual de la guerra de Ucrania, esas abstracciones y bonitos eslóganes son enormemente peligrosos. Una parte considerable de la izquierda piensa de verdad que estamos en un momento Segunda Guerra Mundial, donde toca aplicar el eslogan del antifascismo. Uno quizás estaría tentado de pensar que la derecha es inmune a este tipo de razonamientos, pero lo cierto es que apenas se percibe diferencia en esa forma vehemente de argumentar. El resultado no es nada agradable: una escalada armamentística en un momento de inflación cuando necesitamos que los recursos se destinen al cambio climático en aras de conservar la vida en nuestro planeta. La pregunta es: ¿qué diría un conservador como Burke en este momento?
No lo sabemos, pero seguramente escucharía lo que los científicos nos están contando. Por ejemplo, declaraciones tan impactantes como la del pasado 24 de enero, cuando el prestigioso Boletín de Científicos Atómicos —fundado en 1945 por Albert Einstein y compañía— alertó del enorme peligro que corría la humanidad y pidió al Gobierno de Estados Unidos que se abriera a negociaciones con Rusia.
En España, podríamos tomar nota de estas lecciones, especialmente cuando se utiliza la polarización para ganar votos de forma macarra
¿Cuál fue la reacción a esta petición desesperada de los científicos? Hacer justamente lo contrario. Los Estados Unidos de Biden siguen viendo esta guerra como una oportunidad de desgastar a Rusia, mientras alimentan el conflicto con China con provocaciones militares. Hasta tal punto llega el absurdo, que en la revista estadounidense Foreign Policy, no precisamente amiga del régimen chino, se ha podido leer que la política exterior estadounidense era demasiado agresiva, “too hawkish”, con China. Esta agresiva política contra China es incomprensible si la intención es que el gigante asiático presione a Putin para que ponga fin a la guerra. Una vez más, el resultado puede ser desagradable. Lo que se pinta por Biden como una lucha contra las autocracias, se convierte en una política inmoral e irresponsable. No solo por el futuro de Taiwán, sino porque parece que se está animando a Xi Jinping a que suministre armamento masivo a Rusia, desencadenando así otra escalada en Ucrania.
Burke no es ni mucho menos una excepción dentro del conservadurismo clásico. David Hume también era plenamente consciente de que si los principios no están conectados con la realidad, no sirve de nada. Hemos tenido un ejemplo reciente con la orden de detención de Vladímir Putin por la Corte Penal Internacional, celebrada por la izquierda y derecha como un punto de inflexión en la guerra.
De nuevo, razonar mediante eslóganes sirve, por un lado, para no hablar de la improbabilidad de la detención de Putin y, por otro, para no darse cuenta de que en el caso improbable de que fuera detenido, sería algo nada deseable, por las desastrosas consecuencias en un país que, por muchos fracasos que sume en la guerra, tiene las armas nucleares suficientes para destruir la civilización. El propio Hume ataca esta irracionalidad en sus textos políticos al señalar que la máxima “hágase justicia, aunque perezca el mundo” es falsa:
“Dado que la obligación de la justicia se basa por completo en el interés de la sociedad, que exige el mutuo respeto a la propiedad, a fin de conservar la paz entre los hombres, resulta evidente que cuando la ejecución de la justicia está ligada a consecuencias muy perniciosas, esa virtud debe ser dejada en suspenso y dar paso a la utilidad pública en situaciones de emergencia tan extraordinarias y tan apremiantes”.
Utilizar el sentido común para pensar en las consecuencias inmediatas de las acciones no solo ha sido una característica de estos dos grandes conservadores, sino que ha podido verse también en la izquierda. Bertrand Russell es el mejor ejemplo posible. No es casualidad que Russell también compartiera el rechazo de Burke hacia las revoluciones y la apuesta por el progreso mediante cambios graduales, ya que, como bien decía Burke, “un Estado que carezca de posibilidades de cambio es un Estado sin medios de conservación”.
Russell también compartía el rechazo de Burke hacia las revoluciones y la apuesta por el progreso mediante cambios graduales
Esta conciencia de la realidad sin olvidar la moral es identificada por Russell como utilitarismo moral. Russell, un pacifista que pagó con la cárcel la espiral de violencia de la Primera Guerra Mundial, lo tenía bastante claro en su Historia de la filosofía occidental: “Los que adoptaban una moral utilitaria tendían a considerar la mayor parte de las guerras como una locura”. La opinión de Russell es interesante porque él consideraba que los capitalistas en el siglo XIX “odiaban las guerras porque obstaculizaban el comercio”. Después, todo cambiaría, según él, cuando los capitalistas se aliaron con el Estado. El punto de Russell quizá pueda ser una simplificación, pero hay un punto ineludible cuando se observa la estrecha relación entre Estado y empresas armamentísticas.
Por otro lado, la idea de que el comercio sigue siendo un aliciente para favorecer la paz no tiene por qué ser falsa. A pesar de las críticas que ha recibido la derecha alemana, no había nada de malo en mantener relaciones estrechas con Rusia en materia energética. Todo lo contrario: ¡este tipo de comercio favorecía la paz! Además, es conveniente para tener éxito en la transición ecológica. Los hechos parecen confirmar esta visión: mientras el comercio se interrumpe, los Estados Unidos aprueban proyectos que la Unión Europea considera nocivos para el medio ambiente. Para colmo, compramos su gas.
Por desgracia, Alemania es el ejemplo de que hace falta un cambio de rumbo en Europa si no queremos ser víctimas del fuego cruzado de guerra fría. Si fuéramos mínimamente pragmáticos, lo habríamos hecho hace tiempo. Para tener éxito en nuestro objetivo, deberíamos tener antes claro que cualquier política que no busque solucionar el conflicto es una política inútil. Vale tanto para Ucrania como para la creciente polarización que amenaza seriamente las democracias liberales.
Sabemos que un cambio así no va a ser fácil. Hasta la relativa prudencia de Olaf Scholz en la guerra —tal como sucedió con Macron— ha sido atacada por los fabricadores de eslóganes. En algunos casos, esos ataques son bastante tristes, como es el caso de los Verdes, un partido que ha renunciado a sus valores por el poder.
En España, podríamos tomar nota de estas lecciones conservadoras, especialmente cuando se utilizan la polarización y al conflicto para ganar votos de una forma macarra. Un hecho lamentable que alcanza su máxima expresión en la derecha madrileña. En esta tesitura, y recordando también los excesos de esa izquierda que alberga una idea romántica del conflicto, toca preguntarse: ¿dónde están los conservadores?
*Isaías Ferrer es autor de
**
No creo que exista momento más idóneo para reivindicar a la gran figura del conservadurismo moderno, Edmund Burke, y a sus oportunas críticas a la Revolución francesa. Es cierto que cometió errores como consecuencia de una mirada muy anclada en la tradición, pero no por ello han dejado de tener relevancia sus ideas. Tanto es así, que las críticas elaboradas por Burke iban a terminar por ser proféticas cuando aquel experimento revolucionario degeneró en un régimen de terror. ¿Cuál fue el resultado? El mismo que predijo Burke: la Revolución facilitaría la mano dura de un autócrata. Después, guerra y más guerra por toda Europa.
- Sala 2 | Cuatro autores conservadores para entender el 'otro' Estados Unidos Argemino Barro. Nueva York
- Trabajo, familia y patria: el populismo se hace conservador Carlos Sánchez
- El último 'viejo' libertario en España: "Si Margaret Thatcher viera a Vox se quedaría horrorizada" Carlos Barragán