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La prensa de izquierdas no ha hecho su trabajo
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Ramón González Férriz

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La prensa de izquierdas no ha hecho su trabajo

Los amigos del Gobierno nunca tuvieron ganas de decirle en público al poder de izquierdas que estaba cometiendo esos errores

Foto: El presidente del Gobierno y candidato a la reelección por el PSOE, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Blasco)
El presidente del Gobierno y candidato a la reelección por el PSOE, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Blasco)
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Durante los últimos años, a medida que uno hablaba con los cargos intermedios de la Moncloa o con los asesores informales de Pedro Sánchez, iba entendiendo cuál era el plan de Presidencia. Probablemente, no fuera una estrategia definida. Quizás eran solo un puñado de ideas sueltas. Pero constituían una visión a medio plazo, hasta que llegaran las elecciones.

En primer lugar, pensaba esa gente, a los votantes socialistas no les molestaban los indultos a los líderes independentistas. Y acabarían mostrando indiferencia por la reforma del Código Penal que les beneficiaba. La izquierda vería ambas cosas, junto con la mesa de negociación con ERC, como una forma inteligente de desactivar el independentismo. E interpretaría los pactos legislativos con Bildu, creían, como una manera de obligar al mundo abertzale a asumir el pragmatismo de la política institucional. Por supuesto, la coalición con Podemos no molestaba a casi ningún votante de izquierdas. Y daban por sentado que los errores durante la pandemia, el apoyo a Marruecos en la cuestión del Sáhara Occidental o las enormes dificultades para procesar los fondos europeos eran solo irritaciones temporales, o puede que ni siquiera eso. Para estos interlocutores, el votante socialista veía la legislatura como una ventana de oportunidad: las leyes progresistas que se pudieran aprobar en ella justificarían todo lo demás.

Foto: Otegi, Junqueras y Rufián. (EFE/Javier Zorrilla)

Pero, ante su convicción, preguntábamos a estos asesores y analistas si estaban seguros de que los votantes socialistas iban a pasar todo eso por alto. Reconocían a regañadientes que podían surgir disensiones o críticas entre los votantes menos entusiastas, sobre todo por las alianzas y algunas cuestiones vinculadas al feminismo. Pero todo eso, te decían, se resolvería cuando llegara la campaña electoral. La posibilidad de que Vox entrara en el Gobierno y la amenaza de que el PP se estuviera radicalizando obrarían su magia y el votante molesto, puede que incluso el votante centrista, se quedaría en el PSOE.

Pero algunos dudábamos. Y se lo decíamos a esos interlocutores Y estos se impacientaban amistosamente con nosotros: “Nuestras encuestas nos lo dicen”, afirmaban. “Ya veréis”. Pero si los resultados de las elecciones del domingo son los que señalan los sondeos, se demostrará que esas dos ideas centrales del proyecto político de Sánchez eran débiles o, directamente, erróneas. ¿Por qué no nos hicieron caso? Bueno, en primer lugar, porque esos cargos intermedios y asesores, sin ninguna capacidad de decisión, pero sí una cierta influencia, creían que esos columnistas de segunda fila estábamos equivocados. Pero también por otra razón: porque quienes se lo decíamos, o quienes lo escribíamos, no éramos las personas a las que estaban dispuestos a escuchar.

Críticas amigas

Hay una regla psicológica general que va más allá de la política: hacemos más caso a las críticas de las personas que sabemos que nos quieren bien que a las de quienes percibimos como adversarios. Y los amigos del Gobierno nunca tuvieron ganas de decirle en público al poder de izquierdas que estaba cometiendo esos errores. El tono de algunos medios liberales o de derechas ha sido muy duro con Sánchez (a mi modo de ver, en algunos casos, se han traspasado varias líneas rojas). Pero los medios más cercanos a él —El País, ElDiario o La Vanguardia— pensaron que su trabajo consistía en proteger al Gobierno de esos ataques, no advertirle de que algunas de sus decisiones podían hacer inviable su reelección. No fueron ciegos ni mudos. Hubo editoriales críticos en El País sobre cuestiones como el solo sí es sí, columnas contra su gestión general e informaciones sobre la ridícula dirección del CIS. ElDiario criticó vigorosamente las decisiones de Marlaska en la trágica muerte de inmigrantes en la frontera de Melilla. Pero apenas parecieron dispuestos a hacer una crítica sólida y leal a todo lo demás. Mucho menos osados fueron la Cadena SER o la red de infotainment progresista, con el Gran Wyoming al frente.

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A ellos, el Gobierno les habría escuchado. No sé si les habría hecho caso, pero habría pensado que sus críticas no eran malintencionadas, sino intentos de ayudarle a sacar adelante su programa y a sobrevivir con éxito. Esos medios podrían haber dicho con mucho más énfasis que el Gobierno, pese a su fe en sus dos ideas estratégicas, podía perder a muchos votantes con una reforma del Código Penal muy difícil de justificar. O permitiendo a Podemos que mantuviera en su cargo a una secretaria de Estado como Ángela Pam Rodríguez y asumiera las versiones más confrontacionales del feminismo. En demasiados casos, esos medios pensaron que su papel consistía en hacer oposición a la oposición. Creyeron que la legítima afinidad programática con el Gobierno requería una forma ineficaz de lealtad, no un señalamiento de los muchos riesgos que asumía. Otros los denunciaron, pero ningún Gobierno se toma en serio las críticas que proceden de los medios que considera adversarios. Solo se plantea abandonar sus presunciones más arraigadas, o sus tácticas más contraproducentes, si se lo piden los amigos.

Lo mismo para la derecha

Por supuesto, si después del verano se forma un Gobierno de derechas, correremos el riesgo de sufrir, como tantas veces ha sucedido en España, el fenómeno simétrico: una prensa liberal o conservadora convencida de que su papel consiste en hacer oposición a la oposición y proteger a Feijóo, sus decisiones y su probable, y peligrosa, coalición con Vox. Eso no garantizaría el fracaso de ese nuevo Gobierno, pero lo volvería más probable.

Criticar a los amigos es difícil. Pero es lo más útil para que estos entiendan cuándo deben corregir su rumbo o sacudirse una creencia errónea

A menos que uno sea un psicópata, criticar a los amigos es difícil. Pero es lo más útil para que estos entiendan cuándo deben corregir su rumbo o sacudirse una creencia que ha demostrado ser errónea. La prensa de izquierdas debería haber hecho ese trabajo con Pedro Sánchez en mucha mayor medida de lo que lo ha hecho. Solo a ella la habría escuchado. A los demás, inevitablemente, el Gobierno nos ignoró. O algo peor: consideró que las críticas de los adversarios eran la muestra definitiva de que estaba haciendo las cosas bien. Probablemente, el domingo descubra que eso tampoco era cierto.

Durante los últimos años, a medida que uno hablaba con los cargos intermedios de la Moncloa o con los asesores informales de Pedro Sánchez, iba entendiendo cuál era el plan de Presidencia. Probablemente, no fuera una estrategia definida. Quizás eran solo un puñado de ideas sueltas. Pero constituían una visión a medio plazo, hasta que llegaran las elecciones.

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