Tribuna
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Política posmoderna (PSOE) y Estado de derecho ('fascista')
Las corrientes histórico culturales, que fluyen profundas, se alimentan de cambios de índole filosófica para marcar por generaciones un sentir social y la actividad política
Como contrapunto a una actualidad frenética que hace de la opinión pública un sujeto con menos capacidad de atención sostenida que un parvulario con trastorno de déficit de atención agudo, ese ambiente que maneja Sánchez con maestría, hoy nos expondremos a la inmersión al largo plazo. Las corrientes histórico culturales, que fluyen profundas como en un río ancho, se alimentan a menudo de cambios de índole filosófica para marcar por generaciones un sentir social y finalmente la actividad política. Desde esta perspectiva, la singular coyuntura española, de índole populista, no deja de ser un hiato reaccionario que antes o después se llevará una corriente de índole más conservadora que se abre paso en Europa.
Para los que se relamen con el manual de resiliencia del ínclito monclovita, que pretende ahora reeditar su coalición gubernamental, aun a costa de subvertir todo el espíritu de conciliación de la Transición y las bases programáticas de nuestra Constitución, tengo malas noticias. No digo nada nuevo si recalco que el actor de todas estas tropelías es una combinación de carácter tan audaz como patológico (TNP), de oportunismo al límite por mantenerse en la poltrona y de una educación muy cuestionable, amén de chapurrear inglés. Si lo contextúo como una víctima inconsciente más de toda una corriente filosófico-política denominada posmodernismo que está en liza abierta contra el Estado de derecho, aquí en España, o en todo Occidente, quizá diga algo más novedoso. En Europa, ya le ponen el cascabel al gato.
La razón subyacente de calado a la emergencia de las derechas extremas y sus ganancias electorales en toda Europa, además de una reacción a décadas de desprotección frente a la globalización, es la evanescencia de los códigos de referencia posmodernistas en los modos, usos y costumbres. El hastío ante la laxitud e inconsistencia de sus premisas. Son códigos que operan sin límites ni orden, anticódigos finalmente, por su virtualidad disolvente en pulsiones vindicativas varias. Desde un universalismo, del que bebe la ascendencia moral de la izquierda, que se torna asimétrico, a un feminismo de varias generaciones, incapaz de definir a una mujer, o una taxonomía identitaria a la que le quedan aún muchas letras en el abecedario para tipificar, por citar algunas. Si algo tienen en común todas ellas, es su capacidad contestataria contra el marco político jurídico que las vio nacer, una suerte de cancerización de la libertad que arrasa con la libertad de otros.
El posmodernismo surge en la Francia impotente, o por lo menos menguada, tras los conflictos bélicos del siglo pasado, cuando la grandeur francesa tuvo que adaptarse a la preeminencia anglosajona, los vencedores de la guerra, y se encontraba muy desvalida. Siguió al existencialismo, corriente filosófica que en esencia metaboliza la intemperie de la libertad individual ante el desahucio de códigos de referencia moral en instancias divinas —si quiere hablarse de “la muerte de Dios”, pues vale también—. De tal fragilidad, de tal Estado socio-fisiológico decaído, surgió este posmodernismo cuya marca distintiva es armar toda una teoría de la vindicación política contra el Estado de derecho como fuerza represiva, desde el subjetivismo y el sentimiento de opresión.
Armar toda una teoría de la vindicación política contra el Estado de derecho como fuerza represiva, desde el subjetivismo y la opresión
Para los no legos en derecho, baste señalar hasta qué punto la estructura básica para la organización político social en democracias liberales sigue una arquitectura de convenciones tan ordenada y jerarquizada como desarrollada al detalle, un engranaje ultrasofisticado que tanto la gente a pie de calle como grandes beneficiarios del mercado a menudo desconocen. Es el instrumento de ordenación de la vida pública y civil que vertebra los usos y costumbres. Arriba del todo, y siguiendo a uno de los grandes teóricos del derecho, Kelsen, se encuentra la “norma fundamental hipotética”, que Occidente decidió encumbrar poco a poco, allá por el s. XVII, en el valor del individuo-persona, hasta materializar los derechos humanos. Debajo de esa dovela está toda la arquitectura jurídica: derecho constitucional, penal, civil, procesal, mercantil, de familia, etc. Algo tan ubicuo para garantizar libertad y prosperidad que se escapa al reconocimiento de su valor trascendente.
Dice J. A. Marina del posmodernismo que "no es una teoría homogénea, pero comparte sobre todo el rechazo de la Ilustración, de su confianza en la razón y en la ciencia, de su afirmación de verdades y normas universales, de su referencia a la realidad como última fuente de conocimiento y de su defensa del sujeto autónomo". Y sigue: “No cree que pueda haber ni verdades ni normas universales, porque todas son impuestas por el poder; lo que llamamos realidad es una construcción social creada mediante el lenguaje y el discurso. La tarea del pensamiento posmoderno es de-construir todo el edificio discursivo creado por la Ilustración y sustituirlo por múltiples narrativas fundadas en la experiencia subjetiva. El pensamiento posmoderno es anti-ilustrado, anti-liberal, anti-universalista, y en este sentido reaccionario”. De ahí a considerar el Estado de derecho como fascista, represivo, y Occidente un artificio a desmontar, hay un telediario. En esas estamos.
La raíz del movimiento atañe a la forma en que conocemos, niega la existencia de un mundo real y objetivo exterior y la posibilidad de consensos válidos y vinculantes. Solo el sentimiento empodera, y generalmente desde el victimismo y la queja. Por ello, su naturaleza subversiva contra los cimientos de la sociedad moderna y democracias liberales no tiene límites. Es su objetivo subliminal.
Elucubrando con un amigo una tarde este verano desde una barquilla en el mar sobre la génesis de esta tendencia social, me apuntaba la posibilidad de “conspiración financiada”. Es peor aún, es mucho más ubicuo y estructural, es filosófico-cultural. De aquellos polvos de impotencia francesa, estos lodos occidentales. Otra cosa es que arrample también con cualquier formato de nación —salvo el centrífugo—, y destruya de raíz cualquier idea de nosotros, sea España, sea Europa, lo que seguro viene muy bien a China.
Sin duda, el posmodernismo es el “suicidio occidental” cultural por excelencia. En la jurisdicción occidental más potente, la americana, hablamos del movimiento woke, que tiene tomadas las instituciones hasta niveles insospechados (universidad, corporaciones, etc.), garantizando un conflicto civil permanente y supurando como movimiento reaccionario un tipo como Trump. Sánchez también podría disparar a alguien en la Gran Vía y no pasa nada, hemos visto.
El posmodernismo español, encarnado en este PSOE de última generación, comienza con Zapatero y llega al paroxismo con el oportunista Sánchez. Desde las aspiraciones independentistas que pretenden “regular sentimientos” identitarios (Montilla dixit) hasta someter el principio de igualdad de la nación, o la vindicación redundante desde la izquierda más ultramontana con cualquier rasgo identitario o sentimiento de opresión. Todo vale. Y digo redundante porque desde los ochenta y noventa en este país se respiraba mucha más libertad, y desde ella igualdad, como cualquier madurito coetáneo podría certificar.
Todo ese aire de opresión ficticia, de deriva sentimental a la que confeccionar un derecho de nueva creación, es el que encapsula la acción política del PSOE de nueva generación, con más de una veintena de partidos detrás, aun arriesgando toda la arquitectura jurídico política que nos dimos con la CE en la Transición, y haciendo del trueque con nacionalismos un modelo de des-gobernabilidad. Ya del coste de oportunidad, del potencial de una nación, un pueblo, un Estado, ni hablamos.
La defensa de derechos humanos se torna muy selectiva y supura inconsistencias por doquier, su doble vara de medir: la amistad con regímenes latinoamericanos populistas y totalitarios, la ignorancia dolosa de la represión de la mujer en jurisdicciones teocráticas, etc. O la desmemoria histórica con el Bildu de hace dos días y la memoria también selectiva con el último siglo de historia. Este “universalismo asimétrico”, un tributo a la hipocresía, solo tiene de rasgo común la vocación contestataria. Así como el populismo de derechas asegura la indefensión, la inmunodeficiencia del Estado de derecho, frente al exterior, como contamos en este periódico, este populismo de izquierdas la garantiza desde dentro.
No es que Sánchez conozca la significación y letalidad de la corriente que encarna, ni mucho menos —no hay más plan que quedarse—. Es que, desde la fatuidad de códigos éticos, normativos e institucionales, se permite el oportunismo más filibustero y el manoseo impúdico de la ley —y, por tanto, del orden—. Desde el popurrí sentimental y el vaciado selectivo de la consigna universalista, agota ya la ascendencia moral. Es absolutamente inconsciente del carácter reaccionario de esta corriente a la que ha dado expresión particular en nuestro país y colgado el cartel de progresista.
La magnitud y naturaleza del movimiento sociopolítico que viene a refutar esta deriva posmodernista, en el otro lado del espectro político, viene desde el fondo, desde la forma de conocer, desde el reconocimiento de una realidad objetiva, y desde ahí modos y costumbres. Los espacios de libertad individual social no se menguarán un ápice, pero hacer un teatro de su defensa y hasta un modo de vida caerá en desuso. El histrionismo, me aventuro a decir, pasará de moda.
Como contrapunto a una actualidad frenética que hace de la opinión pública un sujeto con menos capacidad de atención sostenida que un parvulario con trastorno de déficit de atención agudo, ese ambiente que maneja Sánchez con maestría, hoy nos expondremos a la inmersión al largo plazo. Las corrientes histórico culturales, que fluyen profundas como en un río ancho, se alimentan a menudo de cambios de índole filosófica para marcar por generaciones un sentir social y finalmente la actividad política. Desde esta perspectiva, la singular coyuntura española, de índole populista, no deja de ser un hiato reaccionario que antes o después se llevará una corriente de índole más conservadora que se abre paso en Europa.
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