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Qué no es progreso

No es progreso que en una época en la que se recupera la figura del Estado y su poder de agencia se pretenda apropiación sectaria e ideológica de la misma, cuando en paralelo se socava su integridad

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Lizón)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Lizón)

En los preliminares a las generales de final de julio se ha desatado la búsqueda de eslóganes y mensajes electorales por todo el espectro político. La presidencia se encadena a la polarización, su némesis garantizada, y echa la bronca al personal por no apreciar la gestión económica. La falta de rigor con los hechos, la maleabilidad de las palabras y la propaganda ha sido una marca distintiva de este gobierno. El auténtico responsable de haber aguantado dos crisis globales es, se sospecha bien, Europa, que decidió no dejar tirado a nadie —una y dos veces—. Se rescindió el PEC cuatro años (aquel marco de contención fiscal de marzo de 2010 en los derroteros de la crisis €) —¡toda la legislatura!— y el BCE ha estado regando los mercados con dinero gratis.

Sin embargo, el espectáculo de ombliguismo patrio ha estado servido a base de delirios nacionalistas y la moña del Estado plurinacional. Cuando en este s. XXI, la única significación útil de ese sintagma se localiza en Europa, no es progreso entrar en una espiral de disolución orgánica. A esa mesa se accede con credibilidad a base de concertación interna, y negro sobre banco, o te acercas o te alejas. Anda que lo tuvo fácil Sánchez para concertar con todo financiado. Del progreso real al progresismo cuché hay muchos mundos.

Foto: Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez. (EFE/Salvador Sas) Opinión

Donde pudiera haber legítima titularidad de méritos, en ese contexto de gobernación económica, tampoco. La recuperación de la economía desde los niveles pre COVID está en el furgón de cola de toda Europa. La gestión de la crisis nunca contó con un comité de expertos independiente, como tampoco existió un órgano de concertación política como en el resto de Europa para la distribución, ejecución y fiscalización de fondos. Se han tomado las transferencias, pero se han pospuesto las obligaciones. Con la crisis de Ucrania y la energética, la distancia del conflicto evitó estar en lo alto de la tabla de inflación. Aun así, la cesta de la compra no se ha librado de subidas bien en el doble dígito. Son Europa y sus instituciones, la Comisión y el BCE, las que, suspendiendo Tratados, abrieron el corolario de instrumentos que han actuado de red social. A título singular, el paro camuflado por fijos discontinuos o el incremento diferencial de deuda, son signos distintivos de un lodazal en el que mengua la clase media. Portugal, con un Gobierno muy de izquierdas y con más nivel de deuda relativa a la economía, paga menos de coste que nosotros —un aviso—. No es progreso.

No es progreso que, en una época en la que se recupera la figura del Estado y su poder de agencia —común a cualquier jurisdicción occidental, a la comba de los últimos 12 años de crisis de naturaleza global—, se pretenda apropiación sectaria e ideológica de la misma, cuando en paralelo se socava su integridad. No solo es la cuestión económico-financiera —porque volverán los mercados, la ley de la gravedad es irrescindible—. Sobre todo, es la propia fortaleza orgánica de un Estado como expresión política de la Nación, la que se ha vendido con las servidumbres que el presidente suscribió en el acto fundacional de su coalición. En Cataluña la sedición no es ya tal, y las defensas para protegerse de futuros embates están mermadas. La política de apaciguamiento es, efectivamente, una ensoñación y lo mejor de la política patria, Arrimadas y CAT, fuera de la política por consecuentes. En el PV, tanto de lo mismo: el legado político de la banda terrorista, copando las instituciones —qué cara de clínex se le pone ahora al PNV—. Por fuera, las cesiones a Marruecos son una incógnita cierta.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal) Opinión

No es progreso que la integridad institucional, garantizada por la separación de poderes, haya sufrido un asalto inmisericorde. Poder judicial, su Consejo de gobierno independiente, las terminales mediáticas, un Parlamento a golpe de decretazo, CNI, CIS, etc., etc. La disonancia cognitiva del Partido Socialista para entender la diferencia entre Estado y Gobierno parece ser un problema endémico en el tiempo. La mendacidad como moneda de curso en la esfera política ha alcanzado de la mano presidencial cotas impúdicas y la dignidad de una ciudadanía adulta, violentada. Eso no tiene vuelta atrás. Antes que la economía y los mercados, de los que se ocupó Europa, el rigor de ley y su fundamento —esa dignidad, ¡estúpido!—. Someter al marco institucional instrumentalmente para maximizar la división interna a base de particularismos es volar la concertación. Si no hemos tenido mayor apercibimiento desde Europa, ha sido por prioridades y no colapsar los expedientes —y Calviño amortizada—.

Por el lado cultural, la redundancia no es progreso. Los usos y costumbres no son ya objeto de libertad, sino de prescripción —y si no comulgas: fascista, el vocablo en uso más alejado de su significado real—. El sentir prescrito es una obligación y la discrepancia, una felonía. Las consignas de ciudadanía —libres e iguales ante la ley—, defenestradas por un torrente de discriminación sentimental y a la espera de que la indignación y la queja fragüen algún nuevo derecho. Cualquier categoría es elegible para la fragmentación, empezando por el género —el feminismo descarriado hace del hombre un sujeto sospechoso al que revoca la presunción de inocencia— y acabando con lo que dé la imaginación. Ay…pero quién educa esa pulsión candente desde que existen leyes..., lee uno Lisístrata y no puede sino sonreírse.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina) Opinión
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El enconamiento por la ley del solo sí es sí que redunda la protección del consentimiento sexual, acaba poniendo en la calle a cientos de agresores —qué sabrán un Consejo de Estado o la Justicia—. El desprecio a la ciencia de psicólogos y psiquiatras advirtiendo sobre la inmadurez de la infancia para elecciones irreversibles —la ley de transexualidad—, otro hito en la pira de la ideología. ¿Que parece poco? Pues se inventan derechos para los animales. El espectro es interminable, un aquelarre de dispersión abrasiva e identitaria para el tejido sociopolítico. Todo vale desde la sensibilidad y su liturgia de pureza que denuncia, proclama y cancela. El histrionismo de la política sin límites. No es progreso.

No es progreso hacer política mirando hacia atrás y hacia adentro —y a beneficio real de un único inventario—. Un líder con trastorno narcisista de la personalidad y vocación de autócrata —con la ciudadanía, con las instituciones, con su partido—. Un líder que apuesta por resucitar el enfrentamiento social donde no existe para darse de bruces con una sociedad despierta. Tras este fraude a la nación, que lo es también al propósito europeo de concertación, persiste ahora en la narrativa de confrontación y crispamiento. Las urnas pintan a machacarlo, porque la ingenuidad fundacional de la legislatura —la falta de reconocimiento a esa realidad nacional— ha quedado desnuda. La virtud de una sociedad abierta, su adaptabilidad con el ejercicio del voto, resultará de lo más refrescante.

La obviedad de que, porque americanos y chinos se ocupan de su nación, la proyección de una nación europea de naciones sea el progreso útil tiene su negativo exacto en la implosión que pretenden en suelo patrio —un problema práctico, de raíz y de fundamento—.

En los preliminares a las generales de final de julio se ha desatado la búsqueda de eslóganes y mensajes electorales por todo el espectro político. La presidencia se encadena a la polarización, su némesis garantizada, y echa la bronca al personal por no apreciar la gestión económica. La falta de rigor con los hechos, la maleabilidad de las palabras y la propaganda ha sido una marca distintiva de este gobierno. El auténtico responsable de haber aguantado dos crisis globales es, se sospecha bien, Europa, que decidió no dejar tirado a nadie —una y dos veces—. Se rescindió el PEC cuatro años (aquel marco de contención fiscal de marzo de 2010 en los derroteros de la crisis €) —¡toda la legislatura!— y el BCE ha estado regando los mercados con dinero gratis.

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