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Por favor, finjan que aspiran a gobernar para todos
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Ramón González Férriz

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Por favor, finjan que aspiran a gobernar para todos

Es muy difícil o imposible gobernar para todos. Pero quizá no utilizar el primer día en el cargo para denostar a los adversarios sería algo parecido a declarar que, por lo menos, se intentará

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c, abajo), posa para la foto de familia junto a los ministros del nuevo gabinete. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c, abajo), posa para la foto de familia junto a los ministros del nuevo gabinete. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Las democracias se basan en las leyes, la separación de poderes y las urnas. Pero también en las convenciones. Y, hay que reconocerlo, muchas de estas son pura ficción.

Una de las ficciones políticas más recurrentes es la promesa de los nuevos gobiernos de que gobernarán para todos: sus votantes y los que no lo son. Es una convención que transmite que las campañas electorales son un momento acotado de enfrentamiento social que, una vez resueltas mediante los votos y los procesos parlamentarios, da paso a un tiempo de menor partidismo y cierta ecuanimidad.

Obviamente, no es así. Cuando un presidente o un ministro recién elegido afirm en su discurso de toma de posesión que gobernará para todos, en realidad está diciendo algo parecido a: “Gobernaré para mis votantes, y para aquellos que creo que pueden serlo en el futuro, pero prometo que no joderé demasiado a los que no me votan, y que si lo hago será sin saña”. El presidente o el ministro saben que están expresando una ficción. Los ciudadanos sabemos perfectamente que se trata de una ficción. Pero ambas partes la consideramos necesaria y todos agradecemos el gesto. Es una convención democrática.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión de investidura. (EFE/Javier Lizón) Opinión
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Como tantas otras cosas en nuestra política, sin embargo, esta también ha cambiado. En parte, porque vivimos en un estado de campaña constante. Los políticos apenas acaban de recuperarse de la de las generales, pero ya están pensando en las europeas, las vascas o las gallegas. Todo lo que hagan o digan tiene una futura intención electoral. Pero las convenciones también se están transformando a causa de la polarización. Ahora, muchos de quienes se sientan en el Consejo de ministros creen que su trabajo consiste en hacer, de manera activa, oposición a la oposición. Y así lo transmiten.

Las promesas de los nuevos ministros

La semana pasada, Pedro Sánchez aún se acogió a la vieja ficción convencional y afirmó que gobernará cuatro años más “para todos los españoles y españolas”. Pero en sus tomas de posesión de esta semana, varios de sus nuevos ministros han decidido ser un poco más francos y reconocer que han llegado al poder para dedicar su tiempo a luchar contra sus adversarios. En su discurso de asunción del Ministerio de Cultura, Ernest Urtasun afirmó que vivimos en una Europa en la que “gobiernos conservadores y ultraconservadores, más interesados en las guerras culturales que en la cultura, tratan de afianzar sus relatos excluyentes”. Se trata de gobiernos que niegan “la diversidad lingüística o afectivo-sexual, ejerciendo el veto y la censura (...), convirtiendo a los creadores en enemigos y bloqueando, desde el odio, el poder de la cultura para mejorar y transformar el mundo”, dijo. El discurso contenía unas cuantas verdades, pero también delataba una de las necesidades más acusadas que siente la nueva generación de izquierdas: no dejar de afirmar, ni por un minuto, en ningún espacio, que ellos han llegado a las instituciones para oponerse.

Foto: Sánchez, junto a las vicepresidentas y ministros del Ejecutivo. (Europa Press/Eduardo Parra)

Algo parecido hizo la nueva ministra de Igualdad, Ana Redondo, que en su discurso de asunción del cargo afirmó que la lucha de su ministerio es “contra la extrema derecha”. Del mismo modo, buena parte del discurso de Mónica García en Sanidad fue indistinguible de los que solía pronunciar como líder de la oposición en la Asamblea de Madrid frente a Isabel Díaz Ayuso. Tras un correcto discurso inaugural de contenido programático, el nuevo ministro de Derechos Sociales, Pablo Bustinduy, no pudo evitar utilizar el púlpito ministerial para hacer oposición: “En cada vez más países avanzan fuerzas políticas reaccionarias que explotan estas crisis [económicas y climáticas] en su propio beneficio, pero no hacen nada para solucionarlas; al revés, a medida que estas fuerzas llegan al poder, el mundo se vuelve más cruel”. Después denunció el resultado de las elecciones argentinas y los crímenes de guerra de Israel en Gaza.

Propaganda tribal desde las instituciones

Es comprensible que estos nuevos ministros tengan más ganas de gobernar en beneficio de sus votantes que en el de los escritores conservadores, las mujeres de extrema derecha, los votantes populares de Madrid, los partidarios de Milei o los simpatizantes del Likud. Los ministros no son tecnócratas, sino políticos que hacen una gestión ideológica de los recursos que les ofrece su cargo. Pero es probable que esta nueva generación esté confundiendo esa tarea con la propaganda tribal.

Foto: La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, saluda al recién nombrado presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo) Opinión
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En parte, se debe a un convencimiento ideológico que expresó muy bien Pablo Iglesias al decir, mientras era vicepresidente, que “estar en el Gobierno no es estar en el poder”: aunque tienen una notable capacidad para tomar decisiones trascendentales desde sus respectivas instituciones, muchos de estos políticos sienten que su trabajo sigue siendo luchar contra el poder. También es una forma preventiva de excusar sus potenciales fracasos: si las cosas no nos salen bien, parecen pensar, es porque la oposición es fanática y reaccionaria. También hay un elemento generacional: aunque ministros como Urtasun tienen una notable trayectoria institucional, y Bustinduy es un hombre inteligente, ellos y buena parte de los líderes políticos de su edad parecen haber asumido que la política es, en esencia, una actividad performativa, de confrontación comunicativa, de conversión de las instituciones en trincheras, más que una tarea gestora.

La virtud de las convenciones

Aunque las convenciones reflejen ficciones, tienen su utilidad. Muestran que la democracia sigue creando espacios compartidos y que, aunque las instituciones nunca son tan neutras como nos gustaría a algunos, quienes las lideran siguen comprendiendo qué es el pluralismo y por qué es tan importante acatarlo. El caso de nuestros nuevos ministros no es exclusivo de España. Ni siquiera de la izquierda: Vox, por ejemplo, hace cosas muy parecidas desde sus cargos institucionales en el plano local y autonómico, por no hablar de los independentistas.

Pero refleja una comprensión envenenada de la democracia y el ejercicio del poder. Ya sabemos que es muy difícil o imposible gobernar para todos. Pero quizá no utilizar el primer día en el cargo para denostar a los adversarios sería algo parecido a declarar que, por lo menos, se intentará.

Las democracias se basan en las leyes, la separación de poderes y las urnas. Pero también en las convenciones. Y, hay que reconocerlo, muchas de estas son pura ficción.

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