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Del 11-M a la amnistía: cómo la crispación se ha convertido en la polarización
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Ramón González Férriz

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Del 11-M a la amnistía: cómo la crispación se ha convertido en la polarización

Muchos partidos, empezando por los que conforman el Gobierno y lo apoyan, se sienten cómodos en ese proceso. Es muy difícil imaginar cómo alguien podrá ponerle fin

Foto: Manifestación en Barcelona contra la amnistía. (EFE/Alejandro Garcia)
Manifestación en Barcelona contra la amnistía. (EFE/Alejandro Garcia)
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Hace veinte años, tras la pésima gestión que el Gobierno de José María Aznar hizo de los atentados del 11-M, España pareció llegar al momento de máximo enfrentamiento político de su historia reciente. Sin embargo, aquel episodio no fue más que la culminación de un proceso que llevaba en marcha más de una década. Y el prólogo de la polarización en la que vivimos en los tiempos de la amnistía.

A principios de la década de los noventa, los "cien años de honradez" que había prometido el PSOE ya se habían desmoronado bajo el peso de innumerables casos de corrupción. Y en la campaña de 1993, mientras el PP hacía una oposición implacable a Felipe González, los socialistas, rompiendo una convención que había prevalecido en los ochenta, decidieron utilizar el pasado con fines políticos y acusar a la derecha de ser la heredera del franquismo. Ahí nació la "crispación".

La crispación se mantuvo con Aznar en el poder. Durante años, esta se centró en las llamadas guerras mediáticas, en las que la derecha judicializó las pugnas periodísticas para aumentar la influencia ideológica del conservadurismo. Pero estalló, sobre todo, en los últimos años de su mandato. Primero, con la crisis del Prestige. Y, después, con la errada decisión de Aznar de meter a España en la guerra de Irak. Una década después de firmar el Tratado de Maastricht, pensó Aznar, el país ya podía divergir de los grandes consensos de la Europa occidental y convertirse en una gran potencia atlantista bajo el amparo de Estados Unidos. Fue un enorme error. Y el PSOE supo apoderarse de la oposición más instintiva y moralista a la guerra —desde las grandes manifestaciones a una penosa gala de los Goya— para transmitir que era el momento de que la izquierda volviera al poder. Luego llegó el 11-M.

La crispación vía teléfono móvil

Hoy resulta sobrecogedor reconstruir cómo la obsesión por el poder y por la victoria de su relato hizo que políticos del PP y periodistas afines a la derecha cayeran tan bajo. Pero esa no fue la única novedad de la crispación posterior al 11-M. En los días posteriores a este experimentamos la primera utilización de las tecnologías móviles en la organización política y la articulación de la crispación con fines electorales. El célebre "Pásalo", el mensaje SMS que llamaba a la movilización de la izquierda ante las sedes del PP y en las urnas, fue el primer ejemplo de lo que más tarde llamaríamos "viralidad" y del poder polarizante de los teléfonos.

La crispación fue enorme también en los primeros años del zapaterismo. En buena medida, porque el PP no fue capaz de digerir su derrota. Pero, también, por la aprobación del matrimonio gay y del Estatut de Cataluña. Sin embargo, entonces llegaron el estallido de la burbuja inmobiliaria, la crisis financiera y la subsiguiente crisis política. Y la dinámica de la crispación cambió por completo.

Cómo la crispación se convirtió en polarización

Hasta entonces, la crispación había sido agria y, en ocasiones, inmoral. Pero se había producido en un contexto de crecimiento económico sostenido. Desde mediados de los años noventa hasta 2008, existió la esperanza compartida de que, pese a todo, la España del euro podía seguir progresando y modernizándose. Era creíble el relato de que los hijos vivirían mejor que los padres y de que las desigualdades eran tolerables porque a todo el mundo le iba cada vez mejor. Pero eso se rompió con la crisis. Y el enfrentamiento político dejó de ser solo partidista y empezó a tener también motivaciones económicas.

La ira ya no solo se dirigía contra el partido rival, sino contra todo el entramado que el bipartidismo había ido generando a lo largo de veinticinco años. Contra los periódicos, contra los bancos, contra el Ibex, contra todo aquello que, se pensaba, había generado una desigualdad insostenible entre la casta y el pueblo, y había terminado con el relato del progreso sostenido. Una generación sentía que no tenía futuro. El 15-M fue la expresión de su colosal enfado. La aparición de Podemos fue su institucionalización. El procés, la herramienta que utilizaron los partidos nacionalistas catalanes para seguir teniendo el monopolio de la queja en Cataluña. Ya no solo estábamos divididos por si preferíamos al PP o al PSOE. También lo estábamos por si defendíamos el sistema o queríamos acabar con él. La crispación dejaba paso a otra cosa: la polarización.

Foto: Imagen: Pablo López Learte

Y esta siguió creciendo tras el referéndum catalán, el auge de Vox, la moción de censura, la entrada de Podemos en el Gobierno y la nueva coalición parlamentaria que, para sobrevivir, ha requerido una amnistía injusta. La polarización ha creado dos bloques políticos incapaces de dialogar y llegar a pactos básicos. Ha generado una cultura de la irresponsabilidad: los políticos saben que no tienen la necesidad de gestionar bien, porque les basta con arengar a sus seguidores; estos, motivados por su aversión al adversario, seguirán a los líderes adónde les lleven. Y ha hecho que dejemos de convivir en una realidad compartida sobre la que luego discrepamos legítimamente. En los últimos años, hemos pasado a vivir, prácticamente, en dos realidades distintas. Los medios de comunicación de uno y otro lado parecen hablar de países diferentes.

El largo camino del 11-M a la amnistía, el paso de la crispación atronadora a una polarización hipnotizante, está teniendo ya consecuencias que van más allá de los partidos. Hoy, empezamos a no ser una sociedad que discute de política, sino una serie de grupos sociales ensimismados que no quieren tener contacto con los demás si no es para insultarse. Pero es probable que eso sea solo el principio de algo aún peor: la polarización no como el fruto de una desafortunada coyuntura electoral, sino como una forma de vida. Muchos partidos, empezando por los que conforman el Gobierno y lo apoyan, se sienten cómodos en ese proceso. Es muy difícil imaginar cómo alguien podrá ponerle fin.

Hace veinte años, tras la pésima gestión que el Gobierno de José María Aznar hizo de los atentados del 11-M, España pareció llegar al momento de máximo enfrentamiento político de su historia reciente. Sin embargo, aquel episodio no fue más que la culminación de un proceso que llevaba en marcha más de una década. Y el prólogo de la polarización en la que vivimos en los tiempos de la amnistía.

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