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Ignacio Varela

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Majestad, no haga más olas, por favor

Dicen que este fin de semana el Rey emérito estará en Sanxenxo para una regata. Lo lamento por los regatistas, porque nadie les prestará atención: no habrá otra noticia que la reaparición real

Foto: El rey Juan Carlos. (Getty Images/David Ramos)
El rey Juan Carlos. (Getty Images/David Ramos)
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No es cierto que don Juan Carlos de Borbón sea un ciudadano privado como usted y yo. Hasta donde se sabe, continúa en vigor el Real Decreto 470/2014, que reza así: “Don Juan Carlos de Borbón, padre del Rey Don Felipe VI, continuará vitaliciamente en el uso con carácter honorífico del título de Rey, con tratamiento de Majestad y honores análogos a los establecidos para el Heredero de la Corona”.

El decreto otorga el mismo tratamiento a doña Sofía de Grecia; y sitúa a ambos, en el Ordenamiento General de Precedencias del Estado, inmediatamente después de las hijas del Rey. Además, don Juan Carlos y doña Sofía forman parte de la familia real, a la que solo pertenecen seis personas y que no debe confundirse con la familia del Rey. La primera tiene una dimensión institucional —y unas obligaciones derivadas de ella— y la segunda no.

Puesto que el título honorífico de Rey y todos los demás honores que se le atribuyen derivan de un decreto del Gobierno, otro decreto del Gobierno podría haberlos revocado: bastaría con proponerlo y aprobarlo en un Consejo de Ministros. Pero no lo hizo el Gobierno de Mariano Rajoy y tampoco el de Pedro Sánchez, en el que, si no me equivoco, hay una vicepresidenta y cuatro ministros de Unidas Podemos.

El mentecato que actúa como portavoz de esa formación política debería pedir cuentas por ello a sus ministras y ministros en lugar de vomitar injurias cada vez que el Rey emérito respira. Berrearon cuando se fue de España y berrean ahora porque regresa. Les irrita que viva y les irritará cuando se muera. No les preocupa en absoluto lo que haga o deje de hacer: al revés, les viene bien que le pasen cosas, porque les permite disparar al bulto sin riesgo. Asúmelo de una vez, camarada Echenique: Sánchez os compró y ya sois personal de moqueta para siempre. Pura casta, mandamases del Estado opresor y tan cortesanos como el que más. Apedrear al pobre viejo no os va a redimir de ello.

Foto: El rey emérito y Corinna. (Ilustración: Raquel Cano)

A mí sí me importa lo que haga el Rey emérito, precisamente porque no es un sujeto privado. Sigue formando parte de una de las instituciones esenciales del Estado y su comportamiento —el pasado, por supuesto, pero también el actual— afecta a la salud institucional del país. Prestó servicios históricos hasta que decidió ocuparse exclusivamente de su propio disfrute, pasando por encima de todo, incluso de su dignidad. Dejó una herencia envenenada a su sucesor y desde entonces no ha cesado, con cada uno de sus movimientos, de suministrar munición a quienes aspiran a derruir el edificio que él, más que nadie, ayudó a construir. Merece reconocimiento, pero ha perdido para siempre el respeto de la sociedad; eso ya no tiene remedio.

Sigo teniendo muchas dudas de que fuera acertado obligarle a irse de España. Puesto en ese trance, de todos los garitos del mundo, fue a elegir el peor para instalarse. No el peor para él, sino para el decoro; algo que, tratándose de una institución que solo se justifica en la dimensión representativa, lo es todo. Una monarquía sin decoro es un estropicio. De nuevo, pensó más en su confort personal que en su deber, y añadió una dosis de bochorno al oprobio que ya había causado. En términos morales, alojarse como invitado de honor en Abu Dabi en 2022 es como hacerlo en la URSS en 1950.

Foto: Juan Carlos I. (EFE/EPA/Bogdan Cristel) Opinión
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Es un grave error vincular su regreso a España con el hecho de que no tiene cuentas pendientes con la Justicia. Si fuera por eso, nunca debió salir del país hasta que esa circunstancia quedara completamente aclarada. Entre otros motivos, para impedir que los de siempre lo trataran de fugitivo de la ley, como si fuera un Puigdemont cualquiera. Además, eso solo es cierto en parte. Cualquier otra persona que no disfrutara del privilegio constitucional de la inviolabilidad y se hubiera comportado como él estaría ahora mismo sentada en un banquillo y, probablemente, con una perspectiva negra por delante. Como eso lo sabe toda España, no creo que sea una buena idea alardear de ello.

El Rey emérito ha provocado varias crisis institucionales: las que afectan a la arquitectura constitucional, a la reputación de la Corona, al principio de igualdad ante la ley y, sobre todo, al actual jefe del Estado, primera y principal víctima de sus excesos. También otras de naturaleza familiar. Las segundas no son de nuestra incumbencia, que se manejen en el espacio doméstico como mejor les parezca. Pero las primeras sí, y lo menos que se le debe exigir ahora que regresa a España es que no empeore las cosas aún más.

Por supuesto, el ciudadano Juan Carlos de Borbón tiene derecho a habitar donde se le antoje, entrar y salir de España cuando quiera, rodearse de quien más le divierta y moverse tanto como su edad y su salud se lo permitan. Pero su condición institucional y su historial reciente deberían señalarle unas cuantas limitaciones: entre otras, las que no reconoció cuando más obligado estaba a hacerlo.

Foto: Felipe VI y el jeque Mohamed Bin Zayed Al Nahyan, durante la visita a Abu Dabi de ayer para dar el pésame. (EFE)

La palabra clave, en su circunstancia actual, es discreción. Ya que la Constitución y la generosidad de su sucesor le han permitido salir con bien del quilombo en el que se metió y metió a la monarquía, que se lo pague a ambos exhibiéndose lo menos posible. Las cosas han llegado a un punto tal de deterioro que las noticias o imágenes en las que aparece o simplemente se le menciona, sea por el motivo que sea, resultan tóxicas: repercuten negativamente para el Rey, alimentan el descrédito de la institución y aprovechan a los Echeniques de turno en su tarea de demolición. Si quiere contribuir a que su nieta Leonor sea algún día reina de España —lo que no está ni medio claro, en buena parte por su culpa—, aún puede hacerlo por un procedimiento muy sencillo: vivir en paz el tiempo que le quede en un lugar respetable (los palacios del sátrapa de Abu Dabi no son un lugar respetable), dejar trabajar al jefe del Estado sin crearle más problemas con sus andanzas y huir de las cámaras como de la peste. Cualquier otra cosa sería trabajar (aún más) para el enemigo, y él lo sabe aunque no parezca importarle.

Dicen que este fin de semana el Rey emérito estará en Sanxenxo para una regata. Lo lamento por los regatistas, porque nadie les prestará atención: no habrá otra noticia que la reaparición real. Pero me sirve el evento para formular un ruego de parte de quienes apreciamos lo que hizo por la democracia y queremos defenderlo: Majestad, por favor, no haga más olas.

No es cierto que don Juan Carlos de Borbón sea un ciudadano privado como usted y yo. Hasta donde se sabe, continúa en vigor el Real Decreto 470/2014, que reza así: “Don Juan Carlos de Borbón, padre del Rey Don Felipe VI, continuará vitaliciamente en el uso con carácter honorífico del título de Rey, con tratamiento de Majestad y honores análogos a los establecidos para el Heredero de la Corona”.

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