Una Cierta Mirada
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Sánchez no puede ser el candidato del PSOE en las generales
La hecatombe electoral a la que su líder ha conducido al PSOE en este 28 de mayo es cuantitativamente equivalente a la que recibió Zapatero en la primavera de 2011
Un conocido columnista y escritor de buena cabeza y estilo afilado, de quien suelo discrepar más veces que coincidir, dijo hace tiempo algo que entonces me pareció lúcido y hoy, que la profecía ha comenzado a hacerse realidad, lo es más aún. Su frase fue esta: "El final de Sánchez será bíblico". Es de suponer que se refería al Apocalipsis, último libro del Nuevo testamento y de la Biblia cristiana.
Efectivamente, de un personaje de las características de Pedro Sánchez solo cabe imaginar un final apocalíptico que desate las peores pulsiones de la defensa feroz del poder como un fin en sí mismo, deje tras de sí un reguero de destrucción política y moral y se lleve por delante jirones enteros de la convivencia y la institucionalidad que costó 40 años construir. Incluyendo a su propio partido, al que se encaramó hace nueve años para ponerlo al servicio de un proyecto estrictamente personal y al que dejará como un fardo irreconocible.
La hecatombe electoral a la que su líder ha conducido al PSOE en este 28 de mayo es cuantitativamente equivalente a la que recibió Zapatero en la primavera de 2011 y cualitativamente más nociva y difícil de reparar. Pero, como demuestra la experiencia, es solo el aperitivo de lo que espera a ese partido si los dirigentes humillados y arrastrados en las urnas municipales y autonómicas consienten, con la misma docilidad que hasta ahora, en seguir poniéndose en las manos de este King Kong de la política que, eso sí, cuando sale de España se expresa en un discreto inglés.
Habrá tiempo de sobra para bucear en la sima de los números para comprobar la magnitud de la catástrofe. Solo dos detalles: busquen la lista de las 20 ciudades más pobladas de España. A partir de hoy, solo tres tendrán un alcalde socialista. En el número 14 de la lista, Vigo. En el número 16, Elche. Y en el 18, Hospitalet. Vitoria, capital de Euskadi, puede pasar a las manos de Bildu, el segundo gran triunfador de la jornada tras el PP de Feijóo. Las demás serán gobernadas por la derecha, que ha obtenido un botín extraordinario de los desafueros gubernamentales y de la implosión de la mayoría oficialista.
El partido de Sánchez arrancó esta carrera controlando nueve de los 12 gobiernos autonómicos en juego y solo salvará con cierto honor Asturias y Castilla-La Mancha, esta última presidida por el antisanchista más notorio del elenco. En Navarra, será aún más rehén de Bildu y probablemente se le exigirá que, a cambio, entregue a los de Otegi la alcaldía de Pamplona. Y en Canarias, es altamente verosímil un acuerdo del PP con Coalición Canaria para extraer al PSOE de ese Gobierno. En conjunto, el Partido Socialista —lo que queda de él tras nueve años de Sánchez— ha perdido de una sola tacada el 70% de su poder territorial.
Ninguno de los alcaldes y presidentes autonómicos que han perdido su puesto en esta votación es culpable del desastre
No pueden decir que no estuvieran avisados. Desde su pírrica victoria en las generales repetidas de 2019, el PSOE enlazó una sucesión de ruidosos fracasos en las urnas: Galicia y País Vasco en 2020, Madrid en 2021, Castilla y León y Andalucía en 2022. Solo en Cataluña obtuvo un resultado aceptable, como también ha sucedido ahora. Para el resto de los españoles, esta era su primera cita con las urnas en cuatro años, y no han perdido la ocasión de presentar el primer plazo de una factura a la altura de lo que aquí ha sucedido. El segundo plazo será aún más duro.
Ninguno de los alcaldes y presidentes autonómicos que han perdido su puesto en esta votación es culpable del desastre. Al contrario, en general, su gestión era apreciada por sus ciudadanos y reconocida como positiva. De hecho, en conjunto, eran claramente superiores a sus adversarios de la oposición. Si se les hubiera permitido defender su suerte con sus propias armas y argumentos, quizá muchos se habrían salvado. Pero eso era más de lo que un ego patológicamente hipertrofiado estaba dispuesto a consentir. La campaña se llenó de un Sánchez más embaucador y desafiante que nunca, y con cada aparición crecía la pulsión de aplicar un escarmiento aplazado desde aquel histórico embuste: "No podría dormir si…". Ya saben, toda España se acuerda. Fue la mentira fundacional, luego vinieron muchas más.
Ciertamente, la campaña del PSOE para esta elección se recordará como una de las más incompetentes en el planteamiento y en la ejecución que se han realizado en los últimos 40 años. Pero sería demasiado sencillo quedarse ahí: se han ganado muchas elecciones con malas campañas.
Sánchez ha empezado a pagar en el trasero de sus alcaldes y presidentes autonómicos el precio de haber dado a luz al monstruo de Frankenstein para poner el país en sus manos. El problema de este Gobierno es ante todo genético: el tumor que lo va a matar vino de fábrica con la criatura misma. El experimento estratégico de ligar el Partido Socialista con la extrema izquierda destituyente y con todo el bloque de los nacionalismos disgregadores e incorporar el engendro resultante de ese potaje a la dirección del Estado no podía salir bien, ni siquiera abriendo un cisma político, emprendiendo una regresión irracional a los años treinta, haciendo propio el credo populista y desacordonando paso a paso la trabazón institucional del Estado de derecho.
Con esa apuesta suicida, Sánchez no solo ha infligido una herida mortal a su propio partido, sino también a sus compañeros de viaje. Se ha cargado la izquierda entera para una larga temporada. El partido de Pablo Iglesias se va por el sumidero siguiendo los pasos de Ciudadanos, adiós a los falsos montajes de la nueva política. En cuanto a la vaporosa escisión de Yolanda Díaz, esta participó en la carrera del 28-M con cuatro caballos: Colau, Más Madrid, Compromís y la CHA. Todos fracasaron con ruido; a eso lo llaman Sumar. Hasta ERC sufrió por tanto chalaneo con Madrid. Aquí el único que ha sacado auténtico provecho al Frankenstein es Bildu, lanzado a por el poder en el País Vasco y en Navarra con la ayuda de Sánchez.
La izquierda española, simplemente, se ha quedado desnuda, rancia y sin una alternativa creíble —no digamos deseable— ante la hegemonía de la derecha que se avecina. Con todos sus excesos, Ayuso resulta 10 veces más contemporánea que todos los vejestorios ideológicos que el sanchismo ha congregado, nunca mejor dicho, para vestir al santo.
El presidente del Gobierno tiene su crédito arruinado. La mayoría parlamentaria ha implosionado. El Consejo de Ministros ya no sirve ni como remedo de una tómbola de feria. Las tres facciones que en él se sientan han sido revolcadas en las urnas. Y, sobre todo: el voto del 28 de mayo contiene una desautorización radical, conclusiva y dedicada muy personalmente a quien pretende ser reelegido dentro de unos meses.
Más que una conclusión, es una advertencia que los españoles envían al partido que un día quiso parecerse a España: yo que tú no lo haría, forastero. Intenta volver a presentarlo y si esta vez has quedado malherido, a la próxima saldrás cadáver. Si en ese partido quedara un rastro de instinto de supervivencia, ya estarían buscando otra persona para encabezar sus listas en las generales —contando con que un gesto de generosidad por parte de Sánchez es impensable—. Ello no les ahorrará una derrota que se han ganado a pulso, pero hará menos larga y dolorosa la travesía del desierto.
Un conocido columnista y escritor de buena cabeza y estilo afilado, de quien suelo discrepar más veces que coincidir, dijo hace tiempo algo que entonces me pareció lúcido y hoy, que la profecía ha comenzado a hacerse realidad, lo es más aún. Su frase fue esta: "El final de Sánchez será bíblico". Es de suponer que se refería al Apocalipsis, último libro del Nuevo testamento y de la Biblia cristiana.
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