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Fernando Savater y el pensamiento libre
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Fernando Savater y el pensamiento libre

Más le vale al oficialismo reflexionar sobre qué diablos le está pasando con los intelectuales de izquierda amantes de la democracia liberal. Porque a este paso, pronto no le quedará ni uno que no esté a sueldo

Foto: Fernando Savater. (Ana Beltrán)
Fernando Savater. (Ana Beltrán)
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Con la eliminación de Fernando Savater de la nómina de colaboradores de El País se añade un nombre más —quizás el más veterano y, sin duda, uno de los más ilustres— a la ya larga lista de firmas representativas del pensamiento libre que, en los últimos años, se han hecho o las han hecho incompatibles con la deriva gubernativa del que otrora se denominó en su cabecera “diario independiente de la mañana”. En ese acto de represalia, como en los precedentes y en los que le seguirán, pierde mucho más el purgador que el purgado.

Pero esta columna no trata sobre El País (allá ellos con sus servidumbres), sino de Fernando Savater, a quien, sin conocerlo personalmente ni haber cruzado jamás una palabra con él, considero desde hace 50 años uno de los intelectuales españoles más lúcidos, consecuentemente heterodoxos, brillantes y comprometidos cívicamente en el combate cotidiano contra todo lo mercenario y heterónomo de cuantos habitan en nuestra vida pública.

Con sus más de 80 ensayos (filosóficos, políticos, literarios o simplemente testimoniales o costumbristas), nueve novelas y cinco piezas para el teatro, además de varios miles de artículos y columnas en todo tipo de publicaciones, Savater no solo ha exhibido un vastísimo equipaje cultural, nacido de una mente siempre abierta y de una curiosidad insaciable por todo lo que sucede a su alrededor; en el recorrido se ha ganado con creces el derecho a portar el honorable título de librepensador, una valiosa especie que, ¡ay!, está tan en peligro de extinción como las angulas de Aguinaga.

Con su testimonio vital, marcado por la defensa insobornable de la libertad humana —singularmente frente a los administradores oficiales de salvoconductos ideológicos en esa y otras materias— y su enfrentamiento a cuerpo gentil con el terrorismo de ETA desde el corazón de su ciudad natal, San Sebastián, sostenido mientras otros callaban, escapaban o —algo peor— se camuflaban en discursos melifluos ante la barbarie, se ha ganado también los títulos de humanista y demócrata ejemplar.

Foto: Fernando Savater, en marzo pasado, durante una entrevista con El Confidencial. (Ana Beltrán)

En uno de sus textos memorables (publicado durante los años de plomo de ETA en el periódico que ahora lo repudia), Savater afirmó que estaba contra la banda criminal porque “soy antimilitarista, antifascista y anticlerical”. Lo que contiene a la vez una contundente afirmación ideológica y una descripción precisa no solo de ETA, sino de toda la galaxia social y política que la circundó durante décadas: militarista, fascista (o protocomunista, que viene a ser lo mismo a efectos prácticos) y cerrilmente clerical, como corresponde por tradición histórica a la herencia carlista de los nacionalismos vasco y catalán.

Creo recordar que fue en torno a 1971, recién llegado a la universidad, cuando supe de la expulsión por subversivo de todo el Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid dirigido por Carlos Paris, con un joven profesor llamado Fernando Savater que pasaba por peligroso anarquista. Pronto comencé a ver, con creciente interés, textos suyos en distintas publicaciones para descubrir alguien que veía el mundo de forma muy parecida a mí, razonaba cosas que hasta entonces yo solo presentía y, sobre todo, escribía como los ángeles y poseía un afilado sentido del humor (lo que hizo de él un polemista temible) y una saludable vocación iconoclasta respecto a toda clase de dogmas y catecismos oficiales, especialmente los de la izquierda reaccionaria. Él fue uno de los primeros que dijeron a la cara a los cultivadores del santoral pecero que la causa del fracaso del comunismo soviético no estuvo en una aplicación desviada de los principios, sino en los principios mismos.

Foto: Fernando Savater posa para la entrevista con El Confidencial. (Ana Beltrán)
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José Antonio Zarzalejos Fotografías: Ana Beltrán

Pero siendo mucha la identidad de ideas y puntos de vista, quizá lo que más me aproximó al hedonista Savater fue su devoción por Guillermo Brown (de la que dejó constancia en esa delicia de libro La infancia recuperada) y su pasión por las carreras de caballos, que él siempre ha mantenido y yo dejé marchitar lamentablemente. Espero que le sobren tribunas donde seguir publicando cada año su crónica anual del Derby de Epsom.

Aún no he leído su último libro, Carne gobernada, que sale a la venta hoy mismo. Lo haré de inmediato, pero no necesito hacerlo para saber de antemano que en él encontraré, como mínimo, una pieza escrita en un castellano más que pulcro, un puñado de ideas interesantes, unos cuantos iconos ideológicos ridiculizados y un rato de lectura divertida y estimulante para mantener la mente en forma. Mucho más de lo que puede esperarse en los tiempos que corren, donde la Santa Inquisición cabalga de nuevo, aunque esta vez espoleada no por los curas trabucaires de antes ni por la Iglesia de Roma, sino por la oleada puritana y represiva de quienes llaman cultura de la cancelación a la cancelación de la cultura, no paran de prohibir y, además, se intitulan progresistas.

Dicen los repartidores de títulos de virtud ideológica que Savater se ha hecho de derechas, como si tal cosa bastara para descalificarlo de raíz sin molestarse en aportar algún argumento adicional. Quizá sea cierto o no, pero sospecho que le trae sin cuidado, porque el tipo tiene la extraña costumbre de observar la realidad, interpretarla con racionalidad no confesional, tratar de obtener conclusiones correctas y contarlas con la mayor claridad posible, dejando la tarea de precintar las ideas a quienes gustan de hacer el recorrido inverso: primero se enfundan la camiseta y después, si eso, elaboran el discurso a la medida. Es la diferencia entre pensar y forofear. O, como él dice, cambiar la posición para mantener las ideas, lo que jamás entenderán quienes solo entienden de posiciones porque carecen de ideas o estas dejaron de importarles.

placeholder Portada de 'Carne gobernada', el nuevo libro de Fernando Savater.
Portada de 'Carne gobernada', el nuevo libro de Fernando Savater.

Más le vale al oficialismo reflexionar sobre qué diablos le está pasando con los intelectuales de izquierda amantes de la democracia liberal. Porque a este paso, pronto no le quedará ni uno que no esté a sueldo. Naomi Klein, que parece poco sospechosa, sostiene que el empuje de la extrema derecha entre la población joven “tiene que ver con la pasión censora de la izquierda”. Se ve que también ella se ha hecho fascista como Savater y una larguísima lista de traidores que se niegan a caer rendidos ante la luz resplandeciente del nuevo catecismo multiusos y su sumo sacerdote afincado en la Moncloa.

Ah, se me olvidaba. Maestro, yo también fui de Todo Azul y Reltaj.

Con la eliminación de Fernando Savater de la nómina de colaboradores de El País se añade un nombre más —quizás el más veterano y, sin duda, uno de los más ilustres— a la ya larga lista de firmas representativas del pensamiento libre que, en los últimos años, se han hecho o las han hecho incompatibles con la deriva gubernativa del que otrora se denominó en su cabecera “diario independiente de la mañana”. En ese acto de represalia, como en los precedentes y en los que le seguirán, pierde mucho más el purgador que el purgado.

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