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Nacionalismo y xenofobia, esa redundancia (a propósito de Sílvia Orriols)
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Nacionalismo y xenofobia, esa redundancia (a propósito de Sílvia Orriols)

Orriols formula a las claras la esencia del pensamiento nacionalista, que, por serlo, incorpora necesariamente la xenofobia y la nostalgia por la sociedad cerrada y recluida agresivamente en su pureza identitaria

Foto: La líder de Aliança Catalana, alcaldesa de Ripoll y cabeza de lista del partido por Girona a la presidencia de la Generalitat, Sílvia Orriols. (EFE/Andreu Dalmau)
La líder de Aliança Catalana, alcaldesa de Ripoll y cabeza de lista del partido por Girona a la presidencia de la Generalitat, Sílvia Orriols. (EFE/Andreu Dalmau)
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A medida que se aproxima el día de la votación, crece la aprensión sobre el resultado que obtendrá la Aliança Catalana liderada por la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols. Al principio nadie la tuvo en cuenta, las últimas encuestas publicadas legalmente coincidieron en atribuirle una alta probabilidad de entrar en el Parlament y, en estos días de censura demoscópica, el personal informado susurra en redacciones, despachos y restaurantes que Orriols podría dar el pelotazo de la jornada electoral.

Sucederá o no, pero el rumor -el temor- no es infundado. Los políticos nacional-populistas deberían haber aprendido esta ley de la gravedad de la política: cuando te deslizas por la pista de la radicalidad y la demagogia, siempre aparecerá alguien más radical y más demagogo que tú. Hoy Aragonès parece un gobernante acomodaticio y aburguesado frente al discurso esencialista de Puigdemont; y a este le ha nacido un forúnculo llamado Orriols, que no se priva de tratarlo públicamente como un cobarde (“Un buen capitán siempre es el último en abandonar el barco, no el primero”) y amenaza con convertir el triunfal retorno en una pesadilla.

Orriols formula a las claras la esencia del pensamiento nacionalista, que, por serlo, incorpora necesariamente la xenofobia y la nostalgia por la sociedad cerrada y recluida agresivamente en su pureza identitaria. Antonio Fernández ofreció en su crónica de ayer una selección impagable de frases de la nueva lideresa. Algunas, destinadas a sintonizar con la frustración del público indepe tras la estafa perpetrada por los capitostes del establishment nacionalista:

“La papeleta de AC es la hoja de reclamaciones, la herramienta que tenemos para decirles que las mentiras, las cobardías y las traiciones no se premian” (…) Aliança Catalana es la voz de los que participaron y ganaron el referéndum del 1 de octubre, un referéndum que nuestros dirigentes invalidaron deprisa y corriendo para salvar la piel”. Los cronistas relatan los aullidos de satisfacción con que, en recintos abarrotados, se reciben estas y otras lindezas dedicadas a los junqueras y puigdemones. Orriols pretende aparecer como la mesías colérica que expulse a los mercaderes del templo, y no parece que esa parte del discurso le esté saliendo mal.

Foto: Silvia Orriols, líder de Aliança Catalana y alcaldesa de Ripoll. (EFE/David Borrat)

Al parecer, también funciona como un cañón la exhibición -desprovista de disfraces y eufemismos- de la xenofobia intrínseca a todo nacionalismo. “No compartimos el modelo multicultural y decadente de sociedad que nos han impuesto, no aceptaremos nunca perder el dominio político, cultural, ético y demográfico de nuestra tierra” (…) “Volver a levantar las fronteras de Cataluña y cortar el paso a todo aquel que no nos respeta (…) Ningún mena llegará en patera a las costas de Rosas ni de Palamós (…) Quien decidirá quién entra en nuestra casa y bajo qué obligaciones lo hace seremos nosotros, y aplicaremos con mano de hierro la Ley de Extranjería catalana para frenar la minorización cultural de nuestro pueblo (…) Cataluña no es una ONG y no podemos albergar a más gente de América o África si queremos preservar nuestra identidad”.

Quien dice “gente de América o África” piensa también en la gente de Jaén, de Cáceres o de Murcia. Puesto que se trata de preservar a toda costa la identidad, a ellos también se les aplicaría con mano de hierro la Ley de Extranjería catalana, previo cierre de la frontera.

Foto: Sílvia Orriols, alcaldesa de Ripoll y cabeza de lista de Aliança Catalana para el 12 de mayo. (EFE/David Borrat)

No nos engañemos: Orriols expresa a lo bruto lo que sienten y piensan todos los políticos nacionalistas desde tiempo inmemorial. Ella dice sin cortapisas lo que les habría gustado decir a Macià y Companys, a Pujol, a Mas, a Puigdemont, a Junqueras, a Torra (este se aproximó bastante) y a Aragonès. Lo que dijo y escribió hace medio siglo Heribert Barrera, pope de ERC en la Transición y padre político del jesuítico Oriol Junqueras. Lo que dirían los Arzalluz y Otegis de la euskaldunidad como movimiento eclesiástico, unos sin armas y otros con ellas.

El discurso de Orriols es genuinamente nacionalista porque, como explicó Fernando Savater cuando ambos éramos jóvenes (' Contra las patrias', 1984), el nacionalismo y la xenofobia son criaturas siamesas. Ser español o catalán es una mera circunstancia vital. Ser españolista o catalanista refleja un sentimiento de identidad inflamado, pero puede practicarse sin antagonismos; es una especie de onanismo patriótico más o menos sentimental, inofensivo mientras la cosa quede ahí. Pero para transformarse en nacionalista de esas o de cualesquiera otras naciones hay que identificar un enemigo con el que medirse y enfrentarse. El mensaje es: yo soy yo porque no soy tú, y te lo voy a demostrar todos los días de mi vida. El enemigo, claro, es el extranjero -en la más amplia versión del término-. Uno que se convierte en amenaza existencial si además pretende, como dice Orriols, entrar en nuestra casa para quedarse.

El mayor enemigo del populismo nacionalista (perdón por la redundancia) es el cosmopolitismo. En la ciudad de Nueva York, Biden arrasó a Trump (76%-23%). En París, Macron hizo lo propio con Le Pen (85%-15%). En el referéndum del Brexit, el 75% de los londinenses votó por permanecer en la Unión Europea. Tabarnia es la pesadilla de los independentistas.

Foto: La alcaldesa de Ripoll, en Girona, Sílvia Orriols. (EFE/David Borrat)

No es nada extraño que Aliança Catalana se haya gestado en la Girona profunda. Curiosamente, los discursos xenófobos prenden con más facilidad allí donde hay menos mestizaje y la presencia de extranjeros es menor. Solo uno de cada diez habitantes de Ripoll es extranjero; en la conurbación de Barcelona el porcentaje de extranjeros residentes supera el 25%, por no hablar de los millones de visitantes que recibe cada año. Pero la señora alcaldesa de Ripoll relata que en su municipio “nuestros abuelos no pueden ir solos al cajero, nuestras hijas han de salir con espráis antiviolación en el bolsillo y nos matan para robarnos un reloj, un móvil o un patinete”. Con esa proclama triunfó en las elecciones municipales y ahora se dispone a exportar el producto a toda Cataluña.

En los entornos cosmopolitas y mestizos en lo social, lingüístico y cultural; en las sociedades abiertas a la modernidad y a los influjos procedentes del exterior; en las colectividades políticamente saludables donde la racionalidad prevalece sobre la manipulación de las emociones, lo comunitario sobre lo identitario y la tolerancia sobre el sectarismo, el nacionalpopulismo no puede florecer. Así como a Trump le sobran Nueva York y California, a Le Pen le sobra París y a los 'brexiters' les sobraba Londres, a los independentistas catalanes les sobra Barcelona para consumar sus planes. Al menos, la Barcelona que fue deslumbrante capital del Mediterráneo antes de pasar por las manos de Colau.

Según datos del CEO (instituto demoscópico oficial del Gobierno catalán), el 71% de los ciudadanos de origen no catalán, pero con derecho a voto en Cataluña, votaría en contra de un Estado independiente; solo el 21% de ellos votaría a favor de la secesión. El verdadero problema político que la inmigración plantea a los partidos independentistas es que pretenden sacar adelante, en una sociedad cosmopolita, mestiza y abierta, un proyecto rupestre que solo podría prosperar en una que fuera provinciana, homogénea y cerrada. Y como las limpiezas étnicas están mal vistas en estos tiempos, en lugar de sacar a Cataluña de España se conforman con hacer lo posible para que España -y todo lo que sea “extranjero”- salga de Cataluña. Todos ellos lo piensan así, aunque solo Orriols lo dice sin disimulos. Por eso podría ocurrir que lo del pelotazo electoral resultara cierto.

Concluida la escritura de este artículo, leo el de Juan Soto Ivars sobre que se va de Barcelona, donde, en otros tiempos, a mí me habría gustado vivir. Después de expulsar empresas, ahora expulsan talento. Bienvenido, amigo; aunque, si este corral sigue así, aún nos queda Lisboa (cruza los dedos, que la insania política es muy contagiosa).

A medida que se aproxima el día de la votación, crece la aprensión sobre el resultado que obtendrá la Aliança Catalana liderada por la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols. Al principio nadie la tuvo en cuenta, las últimas encuestas publicadas legalmente coincidieron en atribuirle una alta probabilidad de entrar en el Parlament y, en estos días de censura demoscópica, el personal informado susurra en redacciones, despachos y restaurantes que Orriols podría dar el pelotazo de la jornada electoral.

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