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Una Cierta Mirada
Por
La rabieta pueril de Florentino: Bernabéu no lo habría consentido
El sabotaje del Real Madrid al Balón de Oro sólo se explica por un arrebato pueril de cólera por parte de un dirigente de éxito indiscutible que ha llegado a creerse por encima del fútbol mismo
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Dentro del estrago institucional que padecemos en España, quedan en pie apenas un puñado de entidades que, cualquiera que sea la relación sentimental que cada cual tenga con ellas, pueden seguir considerándose sólidas y fiables en su funcionamiento: a vuela pluma se me ocurren El Corte Inglés, la Guardia Civil, el Tribunal Supremo, el Real Madrid y el Banco de España (en este último caso, abramos un paréntesis temporal). Todos ellos, cada uno en su campo, infunden respeto. Tienen aciertos y errores, éxitos y fracasos (muchos más de los primeros que de los segundos), pero de ellos no se esperan frivolidades, chorradas ni aspavientos ridículos. Gente seria… casi siempre.
La pataleta absurda de Florentino Pérez al conocer, pocas horas antes del acto de entrega, que su jugador Vinícius no obtendría el Balón de Oro que distingue al mejor jugador del mundo durante la última temporada, forma parte del tipo de reacciones que una entidad como el Real Madrid no puede permitirse sin grave quebranto de su prestigio. Y lo escribe un madridista vitalicio (todos los futboleros son vitalicios de nuestro club o no son verdaderos futboleros). El sabotaje del Real Madrid al evento sólo se explica por un arrebato pueril de cólera por parte de un dirigente de éxito indiscutible que ha llegado a creerse por encima del fútbol mismo.
Alfredo Relaño, único español que vota en esos premios, ha explicado con claridad la naturaleza y el mecanismo de la votación. El Balón de Oro no tiene nada que ver con la UEFA. Desde su fundación en 1956 lo entrega la revista France Football, aunque durante un breve tiempo se fusionó con el trofeo al mejor jugador (ahora llamado The Best) que, con mucho menos eco mediático, otorga la FIFA anualmente. En la votación no participan directivos del fútbol, ni siquiera jugadores o entrenadores profesionales. A partir de una lista inicial de 30 candidatos elaborada por la propia revista, 100 periodistas, uno por país, eligen a sus quince favoritos y los ordenan por puntos: quince puntos al primero, catorce al segundo, y así consecutivamente.
Puede que exista un procedimiento mejor, pero no es serio insinuar que este se presta a consignas o pucherazos. Me pregunto cómo se manipula a cien periodistas de cien países distintos para que distribuyan los puntos de la forma exacta para que un candidato supere a otro.
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Es importante recordar que, en la historia del Balón de Oro, hay dos etapas: hasta 1995, sólo se podía votar a futbolistas europeos. Es el motivo de que en su palmarés no aparezcan, entre otros, gente como Pelé o Maradona. A partir de entonces puede votarse a cualquier jugador del mundo, lo que ha permitido, por ejemplo, que Messi lo gane ocho veces.
Por lo demás, es ridículo buscar en el historial del premio alguna clase de animadversión hacia el Real Madrid, al margen de la últimamente pésima relación de ese club con France Football y con la UEFA (lo que no le ha impedido ganar siete veces la Champions League con Florentino Pérez como presidente, ni que durante su mandato los jugadores del Real Madrid hayan recibido siete Balones de Oro y varios más hayan figurado entre los tres mejores del mundo). Ciertamente, durante casi 15 años este trofeo estuvo tiranizado por la competencia sensacional entre Messi y Cristiano Ronaldo. Sólo dos jugadores rompieron ese duopolio, y los dos eran madridistas: Modric en 2018 y Benzema en 2022.
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¿Es posible que no gane el Balón de Oro el mejor jugador? Claro que sí, de hecho hay varios casos en la historia. Por poner sólo algún ejemplo notorio, en 1960 Luis Suárez ganó por delante de Ferenc Puskas, en 1975 el ruso Blojín se impuso nada menos que a Beckenbauer y en 1995 Hristo Stoichkov superó a Roberto Baggio. En todo caso, no puede sostenerse con rigor que esas votaciones estuvieran amañadas ni que ninguno de los ganadores fuera indigno del premio. Si se repasa el palmarés completo, ahí están hasta 1995 los mejores jugadores europeos de la historia y desde entonces los mejores del mundo.
En este premio, las grandes competiciones de selecciones nacionales (Mundial, Eurocopa, Copa América) tienen un peso mayor en el voto de los jurados, que las de clubes. Una actuación estelar en un Mundial o una Eurocopa valen más, para quienes participan en esta votación, que un papel destacado en la Champions League o en las ligas nacionales. Quizá por ahí podamos empezar a encontrar la explicación de que Rodri haya tenido unos puntos más (al parecer, muy pocos) que Vinícius: Rodri fue el mejor jugador de la Eurocopa y del Manchester City que ganó la Premier, y Vinícius fue el mejor en la Champions y en el Real Madrid que ganó la Liga española, pero tuvo una actuación mediocre con Brasil en la Copa América. En un año en el que no ha habido un futbolista aplastantemente superior a todos los demás, como Cruyff en los primeros años 70 del siglo pasado, Maradona en el 86 o la dupla Messi-Cristiano durante más de una década, Vinícius habría sido un muy digno ganador del Balón de Oro, pero la eufórica certeza de que así sería inexorablemente era, como mínimo, exagerada y artificialmente creada, quizá para compensar recientes contratiempos del club (y no me refiero al último partido de liga, que no pasa de ser un incidente).
Florentino Pérez ha elegido la peor edición posible para dar un plantón a la gala del Balón de Oro. En esta edición, el Real Madrid fue proclamado como el mejor equipo del mundo y nadie se presentó a recibir el homenaje. Carlo Ancelotti ganó el premio al mejor entrenador (quizá el último de su carrera) y no pudo recogerlo por una orden caprichosa de su presidente. Entre los cinco jugadores con más votos había tres del Real Madrid (Vinícius, Bellingham y Carvajal) y ninguno de ellos estuvo presente, como si fuera poco que te reconozcan como uno de los cinco mejores del mundo en tu profesión. Y Lamine Yamal fue el mejor jugador joven.
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Aún estamos esperando la felicitación de Vinícius al ganador del premio y, sobre todo, la del capitán de la selección española, Carvajal, a sus compañeros en el equipo nacional. La mayor culpa no es de los jugadores, sino de su temor a contrariar con un obligado gesto de elegancia al presidente ensoberbecido, que se tomó el segundo puesto de Vinícius como una afrenta personal. Va siendo hora de que el presidente del Real Madrid comprenda que los futbolistas no son juguetes para alimentar su vanidad infinita.
El afrentado fue Rodri, que resulta ser el único centrocampista capaz de suplir el inmenso hueco que ha dejado Toni Kroos. Si en algún momento se consideró la hipótesis de traerlo a Madrid, lo menos que puede decirse es que hoy esa posibilidad está más lejos que ayer.
Por si faltara algo, en esta edición se ha dado el hecho histórico de que el mejor equipo del mundo, el mejor jugador y la mejor jugadora son españoles. Tras ganar todo lo ganable en la temporada pasada, la gala del Balón de Oro 2024 fue una apoteosis del fútbol español, salvo por el boicot intempestivo del club más aclamado del planeta.
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El lunes estuvieron en París, aplaudiendo a sus compañeros, muchos profesionales de primer nivel mundial que no ganaron ningún premio. Ni ellos ni nadie ha comprendido el gesto rabioso del Real Madrid, que en este episodio se ha dejado una parte de la reputación universal que tanto exhibe Pérez. Consumada la pifia, sólo espero que esta no se prolongue demagógicamente calentando un absurdo desagravio al jugador número 7 en el próximo partido. Como dijo Di Stéfano, ningún jugador es tan bueno como todos juntos.
Me habría alegrado que Vinícius ganara el Balón de Oro (aún puede ganar el The Best de la FIFA y espero que, si sucede, nadie lo presente como una revancha), pero también me alegra que lo hayan hecho Rodrigo Hernández y Aitana Bonmatí, dos futbolistas sobresalientes. Este miércoles, el único español encabronado era el presidente del Real Madrid. Él, que tanto presume de haber ganado más títulos que Bernabéu, puede tener la certeza de que Santiago Bernabéu jamás se habría consentido a sí mismo un comportamiento atrabiliario como este. Y ya que por una vez me dejan escribir de fútbol, hago constar que mi candidato era Toni Kroos.
Dentro del estrago institucional que padecemos en España, quedan en pie apenas un puñado de entidades que, cualquiera que sea la relación sentimental que cada cual tenga con ellas, pueden seguir considerándose sólidas y fiables en su funcionamiento: a vuela pluma se me ocurren El Corte Inglés, la Guardia Civil, el Tribunal Supremo, el Real Madrid y el Banco de España (en este último caso, abramos un paréntesis temporal). Todos ellos, cada uno en su campo, infunden respeto. Tienen aciertos y errores, éxitos y fracasos (muchos más de los primeros que de los segundos), pero de ellos no se esperan frivolidades, chorradas ni aspavientos ridículos. Gente seria… casi siempre.