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Santiago Satrústegui

Desnudo de certezas

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Más tontos que botellines

La idea original parece que viene de la Antiguas Escrituras donde queda reflejada la intuición de algún antiguo profeta que dijo algo parecido a “Stultorum numerus infinitus est”

Foto: Foto: iStock.
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Seguramente ha pasado más veces a lo largo de la Historia. A Cicerón o a Erasmo de Róterdam, entre otros, se les atribuyen sendas declaraciones con parecida admiración respecto a la ‘idiotización’ de su época. Con su “Stultorum plena sunt omnia” (“Todo está lleno de idiotas”), Cicerón nos ponía sobre aviso de que el camino no sería fácil. Mientras que Erasmo, uno de los precursores del humanismo moderno, dedicaba un libro al “Encomio de la estupidez”.

La idea original parece que viene de la Antiguas Escrituras donde queda reflejada la intuición de algún antiguo profeta que dijo algo parecido a “Stultorum numerus infinitus est”, que es la versión culta de la frase rabiosamente actual de “hay más tontos que botellines”.

Pero, siendo infinitos en número, el problema de los idiotas empieza a quedarse pequeño ante la infinitud de la propia idiotez. Todo puede empeorar y la tontería, una vez que nos ponemos, puede aumentar hasta niveles increíbles. Una vez abierta la puerta y puesta de rodillas la sociedad esto se ha convertido en un concurso de encontrar la ocurrencia más idiota o que obligue al hombre blanco occidental a asumir un ridículo mayor.

Los “viejos rockeros”, los que nunca morían, también han sido “cancelados”. Incluso a Keith Richards, de quien se ha llegado a afirmar que sería, junto con las cucarachas, el único superviviente de una catástrofe nuclear, le han obligado a dejar de tocar “Brown sugar” en sus conciertos en directo. Y ni siquiera él, como parece que ha declarado, “quiere meterse en líos con esa mierda”.

Foto: Escultura de Jaume Plensa. (EFE) Opinión

Otro mito que ha tenido que claudicar también recientemente es el agente 007. Pero parece que la deconstrucción del personaje no ha sido todavía suficiente. Mientras estoy escribiendo estas líneas, y como demostración de la tendencia al infinito de la estupidez, leo en The Economist que el mundo no será un lugar perfecto hasta que James Bond no sea representado por una mujer o por un negro.

Hay magnificas películas de espías con protagonistas femeninas en las que son capaces de las acciones más espectaculares y del comportamiento más duro desde hace mucho tiempo, pero lo importante es que no nos hemos atrevido a que se llamen “Bond, James Bond”.

En su libro “La suerte de la cultura”, recién publicado por La Huerta Grande, José María Carabante nos señala como problema el “puritanismo cultural” que impide cada vez más el diálogo entre las distintas formas de cultura, degradando todo aquello que compartimos, que es, en definitiva, lo que nos hace humanos.

Paradójicamente, en un momento en el que nuestra principal preocupación debería ser afrontar los retos de transhumanismo y de la convivencia con niveles superiores de inteligencia, hemos decidido degradarnos como especie, renunciar a lo que se ha conseguido y, desmantelando todas las instituciones que habíamos conseguido construir (lo que ahora llaman “normatividad”), convertir en derrota todo lo logrado por nuestra especie gracias a la aplicación de la inteligencia que nos hizo humanos.

Foto: El tenor Plácido Domingo. (EFE) Opinión
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En una introducción al mencionado libro de Erasmo, José Antonio Marina nos recuerda, citando a Vives, otro humanista, que “lo importante de las humanidades es que nos vuelvan humanos”. Tenemos que recuperar el proyecto común que ha quedado sepultado entre las individualidades que se quejan y protestan por todo y una mayoría de la sociedad adormecida por lo políticamente correcto que solo alcanza a balbucear sus argumentos y a pedir perdón no se sabe muy bien por qué.

El planteamiento optimista respecto a este fenómeno totalitario de la cancelación es que, ante su absurdo, tendrá que darse la vuelta por si mismo, tarde o temprano. Pero si esta esperanza sigue suponiendo prohibiciones y renuncias, y no reaccionamos, podemos terminar perdiendo una guerra contra nuestra esencia sin que ni siquiera hayamos sido conscientes de que se hubiera declarado.

Es sabido que los tontos nunca descansan y esto les convierte en rivales poco deseables. Pero, además, como indicaba una de las citas antiguas sobre la infinitud de los idiotas, acaban siendo el instrumento de los “malvados que difícilmente se corrigen”.

Seguramente ha pasado más veces a lo largo de la Historia. A Cicerón o a Erasmo de Róterdam, entre otros, se les atribuyen sendas declaraciones con parecida admiración respecto a la ‘idiotización’ de su época. Con su “Stultorum plena sunt omnia” (“Todo está lleno de idiotas”), Cicerón nos ponía sobre aviso de que el camino no sería fácil. Mientras que Erasmo, uno de los precursores del humanismo moderno, dedicaba un libro al “Encomio de la estupidez”.

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