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Boris Johnson y la decadencia de cierta derecha
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Ramón González Férriz

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Boris Johnson y la decadencia de cierta derecha

Los 'tories' británicos fueron el modelo de muchos en el resto del mundo, que admiraban su pragmatismo y capacidad para vencer. Eso está muriendo con el actual primer ministro

Foto: Boris Johnson, en el último Consejo de Ministros. (Reuters/Neal)
Boris Johnson, en el último Consejo de Ministros. (Reuters/Neal)
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Durante décadas, los 'tories' británicos han despertado una fascinación única en el mundo. Eran, al mismo tiempo, tradicionalistas e increíblemente osados: un partido conservador cuya manera de comunicar era siempre innovadora, desde los chalecos de colores de su gran renovador moderno, Benjamin Disraeli (novelista de éxito antes de ser primer ministro, y el primer mandatario judío de Europa) hasta los lemas de Margaret Thatcher, ideados por la rompedora agencia publicitaria Saatchi & Saatchi.

Se lo consideraba una especie de 'partido natural' de su país, que ha estado en el poder 42 de los últimos 70 años. No era un partido de ideales elevados, sino de un pragmatismo crudo. Era chovinista pero profundamente autoirónico. Estaba dominado por las clases altas, pero podía llegar a su cima el hijo sin estudios de un artista de 'music hall' (John Major). Era pijo y divertido, pero también inmisericorde ('the nasty party'). En el mundo entero, los partidos conservadores intentaban imitar esos rasgos inimitables.

Foto: Cartel contra el primer ministro Boris Johnson. (EFE/Andy Rain)

Cabría pensar que Boris Johnson no es más que la culminación de casi dos siglos de historia. Tiene todos los rasgos para encarnar los valores y la estética de su partido. De familia patricia, genuinamente liberal, sin ideas económicas sólidas, con una estética singular basada en vestir mal e ir despeinado, mentiroso, encantador, un tipo con suerte en general y una máquina de ganar elecciones en particular. Pero hoy, tres años después de ser elegido primer ministro, y tres días después de superar por los pelos una moción de censura en la que un 40% de los diputados de su partido votó para echarle del cargo, esos rasgos ya no encarnan virtudes ganadoras.

En realidad, son una expresión de la decadencia de los valores 'tories' y la manera en que su partido ha entendido el conservadurismo durante décadas. Y también del desconcierto de los demás políticos conservadores que han intentado asumir esa peculiar forma de ser de derechas. En España fueron pocos: la generación más joven del PP durante el liderazgo de Aznar, que llegó a creerse que la retórica de inspiración thatcherista podría sobrevivir al paso de las décadas. Hoy, probablemente, no quede más que una docena de ellos, muy poderosa, pero solo en Madrid.

Foto: Boris Johnson junto a Vladimir Putin en la Conferencia Internacional de Libia en enero de 2020.  (EFE/Alexei Nikolsky) Opinión

Parte del problema es el acusado elitismo del actual Partido Conservador, lo cual es una relativa novedad. La generación de David Cameron, Johnson y la mayoría de quienes han sido sus colaboradores y ministros se formaron en Oxford, una universidad que, en palabras del periodista Simon Kuper, autor de una biografía colectiva de los actuales líderes del partido titulada ' Chums. How a Tiny Caste of Oxford Tories Took Over the UK', “se ha especializado en producir a los políticos y funcionarios que administran el Estado británico, los abogados y contables que dirigen la economía y los tertulianos que narran el espectáculo”.

Hijos a su vez de la clase dirigente de la generación anterior, se ven a sí mismos como continuadores de la historia británica y sienten que su papel es rescatar a Reino Unido de la decadencia. “A fin de cuentas, si naciste en la casta gobernante en las décadas de 1960 y 1970, la modernidad no podía parecerte nada más que decadencia. Tu padre y tus abuelos habían regido el mundo y ahora, ya ves, crecías en un país fronterizo, mediano y con problemas de dinero de la Comunidad Económica Europea”. Pero creyeron que podían rescatarlo. Esa era la misión histórica de una generación que se educó pensando que la política no tenía que ver con la gestión, los presupuestos y las soluciones técnicas, sino con los debates (y el talento para defender igualmente un argumento y su contrario), las bromas, las citas de los clásicos y la extravagancia como herramienta de seducción. Todo lo que se aprendía en Oxford. Y en eso, cuenta Kuper, Johnson era el mejor. Como decía un personaje de 'Retorno a Brideshead', la novela de Evelyn Waugh convertida en serie, que marcó estéticamente a esa generación, “los que tienen encanto no necesitan el cerebro”. Johnson, añade Kuper, tiene cerebro. Pero siempre supo que su talento político era otro.

Foto: Carrie Symonds y Boris Johnson, en su boda. (Getty) Opinión

Todo eso le ha llevado hasta donde está hoy: un primer ministro sin un programa político creíble, que cuenta con un apoyo escaso dentro de su propio partido, que probablemente perderá las dos próximas elecciones locales, y que ahora se aferra al poder porque abandonarlo no se corresponde con la imagen que tiene de sí mismo. Pero más allá de su personalidad y la peculiar visión del mundo de su generación, Johnson es una señal de las dificultades que están teniendo los partidos conservadores occidentales para ponerse al día.

Es absurdo comparar a Johnson, un pillo con apenas un puñado de ideas centristas, con Donald Trump, un hombre que además de inepto es tiránico, pero ambos han supuesto un cambio, muy a peor, en sus formaciones políticas. Lo mismo hizo, hace ya décadas, Berlusconi en Italia, y allí la derecha tradicional no solo no se ha recuperado, sino que casi ha dejado de existir. En Francia se ha desvanecido. En Alemania, busca su identidad tras una década y media de éxito sostenido. En España, es sintomático que Casado, uno de los jóvenes thatcheristas, que se rodeaba de un puñado de anglófilos que irónicamente se veían a sí mismos como versiones domésticas de esos 'tories' extravagantes, haya dado paso a Feijóo, cuyas ideas están más cerca de la democracia cristiana alemana que del elitismo desenfadado de Johnson.

El Partido Conservador británico ha sido la formación política de la modernidad más implacable y eficaz. Sus hazañas son legendarias: convirtió a un político mediocre como Winston Churchill, proclive a las deudas y a trabajar con unas copas de más, en un héroe de guerra, cosa que realmente fue, y en un ejemplo inspirador para miles de políticos conservadores en todo el mundo, lo cual es una forma de fetichismo. Hoy, Johnson lidera la respuesta occidental a la invasión de Ucrania junto a Biden, pero es un desastre para el conservadurismo británico en particular y el europeo en general. Eso, en un momento como el actual, es enormemente peligroso: la derecha que puede venir después no tendrá ninguno de los rasgos liberales que hacían tan pragmáticas y eficaces (y a veces implacables) a las derechas de inspiración 'tory'.

Durante décadas, los 'tories' británicos han despertado una fascinación única en el mundo. Eran, al mismo tiempo, tradicionalistas e increíblemente osados: un partido conservador cuya manera de comunicar era siempre innovadora, desde los chalecos de colores de su gran renovador moderno, Benjamin Disraeli (novelista de éxito antes de ser primer ministro, y el primer mandatario judío de Europa) hasta los lemas de Margaret Thatcher, ideados por la rompedora agencia publicitaria Saatchi & Saatchi.

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