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Davos: los gurús económicos están preocupados y tienen dos razones para ello
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Ramón González Férriz

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Davos: los gurús económicos están preocupados y tienen dos razones para ello

Entre la confusa retórica propia de Davos, ha emergido un pesimismo que tiene que ver con el estado del mundo y el de los propios líderes económicos

Foto: Foro Económico Mundial en Davos. (EFE/EPA/Gian Ehrenzeller)
Foro Económico Mundial en Davos. (EFE/EPA/Gian Ehrenzeller)
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Durante más de medio siglo, las élites empresariales, económicas y políticas del mundo se han reunido cada año en Davos, una encantadora población de los Alpes suizos, para, según la descripción del primer encuentro, celebrado en 1971, impulsar la “cooperación internacional de la industria” y promover modelos de gestión empresarial “responsables y exitosos”.

Desde entonces, los objetivos del World Economic Forum, nombre que recibe hoy la entidad organizadora, se han vuelto mucho más grandilocuentes, como si sus miembros configuraran un gobierno informal del mundo con afición a las palabras sonoras. Tras dos años de parón por el covid, nuestros líderes globales se han reunido allí esta semana para, nada más y nada menos, “encarnar la filosofía (...) del impacto colaborativo y basado en la multiplicidad de actores implicados, lo que ofrece un entorno colaborativo único en el que reconectar, compartir percepciones, asumir nuevas perspectivas y construir comunidades e iniciativas que solventen problemas”. Davos tiene muchos problemas, algunos de los cuales reflejan muy bien los dilemas a los que se enfrenta el mundo, pero el primero de todos es el lenguaje incomprensible que utiliza, y que luego asumen sistemáticamente los políticos y los intelectuales estrella.

Foto: Von der Leyen, en la 50 edición del Foro de Davos. (EFE/Gian Ehrenzeller) Opinión
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Según la organización, el encuentro de este año ha sido “el punto de inicio de una nueva era de responsabilidad y cooperación globales”. Pero ¿de verdad ha sido eso, que tan bien, pero tan acartonado, suena?

Una crisis con mil frentes

La reunión de Davos de este año ha estado dominada por el pesimismo. Por dos razones principales. La primera, por supuesto, es la crisis global, que en parte ha generado la invasión rusa de Ucrania, aunque no es su única causa. Según recogió el Financial Times, para la consejera delegada del banco de inversión Citigroup, Jane Fraser, las dificultades de la situación actual se resumen en tres palabras que empiezan por R: Rusia, recesión y 'rates' (el aumento de los tipos de interés). George Soros afirmó en uno de los paneles que el líder chino, Xi Jinping, ha cometido un error colosal al implantar la política de 'covid cero' y aislar a algunas de las partes más dinámicas de la economía china, lo que “afectará a la economía global”. “Con la disrupción de las cadenas de suministro —dijo Soros— la inflación global puede convertirse en una depresión global”. Se habló también del “peligro inminente de que se acelere la desglobalización”, de la relación cada vez más frágil entre Estados Unidos y China, de la crisis alimentaria global. Según recogió Bloomberg, el presidente de Standard Chartered, una empresa de servicios financieros con unos ingresos anuales de 15.000 millones de dólares, afirmó que estamos ante “una tormenta perfecta”. En el pasado, dijo, “hemos vivido grandes crisis, pero esta proviene de tantos frentes distintos que puede que sea un acontecimiento único”.

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Sin duda, a los líderes globales les habría gustado más hablar del cambio climático. Es una amenaza aún mayor que la que vivimos hoy, pero que conocen mejor y para la que han adoptado unas medidas que, aunque insuficientes, suenan bien, dan motivos para la esperanza y ofrecen claves ideológicas progresistas y agradables.

¿Declive de los 'masters del universo'?

Con todo, lo que afirmaron estos millonarios es cierto: la sucesión de crisis es tal que llevamos dos años sin saber muy bien cuál será el próximo incendio. Incluso los breves momentos de optimismo —la robusta respuesta económica de la UE a la crisis económica generada por los confinamientos, la efectiva campaña de vacunación en la mayor parte de los países ricos, la novedosa unidad de Occidente ante la agresión rusa— han dado paso rápidamente a nuevas dudas sobre si las medidas acordadas eran suficientes y llegaban a tiempo.

Hay otra razón, sin embargo, para el pesimismo de los líderes económicos globales. Aunque pueden seguir acumulando riqueza a un ritmo asombroso, están perdiendo poder rápidamente. Una mayor desglobalización —que, en todo caso, es dudosa, puesto que los flujos comerciales podrían recuperarse en cuanto acaben las actuales crisis del covid y Ucrania— significa una menor capacidad de acción para las grandes empresas, acostumbradas a flujos de capitales y mercancías con pocas trabas. Un mundo dividido en dos bloques, uno liderado por Estados Unidos y otro por China, significaría que ya nadie puede ser un 'master del universo'; como mucho, podría serlo de medio. En un mundo con una inflación entre alta y muy alta, se acabarán los tipos de interés bajos, e incluso negativos, que han estado dopando la capitalización de numerosas empresas lideradas por muchos de los participantes en las mesas redondas y los encuentros informales de Davos.

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Pero no es solo eso. Después de la devastadora crisis financiera de principios de la década pasada, muchos consejeros delegados, presidentes y altos directivos siguieron pensando, con razón, que el mercado aún era el motor principal de la gobernabilidad global: la política siempre estaba ahí, pero como en cualquier época normal, era la economía, estúpido, y eso lo gestionaba mejor que nadie, supuestamente, el mercado global. Sin embargo, en los dos últimos años esto ha cambiado algo: ante la sucesión de crisis, han vuelto los estados grandes y bastante intervencionistas; la regulación minuciosa de partes del mercado que hasta ahora estaban poco reguladas, como la tecnología y las redes sociales; la política y los líderes agobiados porque la ciudadanía espera respuestas que el mercado no puede ofrecer y, en los peores casos, regímenes nacionalistas cada vez más reacios al enorme poder de los grandes empresarios, como ya han experimentado los propietarios de las 'big tech' chinas y experimentarán los directivos de las empresas energéticas rusas.

Más allá de su palabrería, y en parte gracias a ella, Davos sigue siendo un acontecimiento útil para entender por dónde va el mundo. Este año es inevitable pensar que los riesgos —o “retos”, como diría un panelista— que enfrentamos son enormes y potencialmente devastadores. Pero también podemos llegar a la conclusión de que los líderes económicos de las últimas décadas tienen un miedo legítimo y fundamentado a perder influencia frente a la política en el destino del mundo. El lema de la sesión de 2023 podría recoger ese declive relativo con palabras sonoras y difíciles de entender. Pero dudo que lo haga.

Durante más de medio siglo, las élites empresariales, económicas y políticas del mundo se han reunido cada año en Davos, una encantadora población de los Alpes suizos, para, según la descripción del primer encuentro, celebrado en 1971, impulsar la “cooperación internacional de la industria” y promover modelos de gestión empresarial “responsables y exitosos”.

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