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Ramón González Férriz

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¿Es buena idea invitar a Ucrania a la UE?

Las ampliaciones de la UE hacia el este de Europa muestran resultados ambiguos. Debemos comprometernos a fondo con Ucrania, pero no hacerle promesas que no se pueden cumplir

Foto: Ursula von der Leyen y Volodímir Zelenski. (EFE/Sergey Dolzhenko)
Ursula von der Leyen y Volodímir Zelenski. (EFE/Sergey Dolzhenko)
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Las ampliaciones del club que hoy llamamos Unión Europea son un asunto complicado. Los precedentes así lo demuestran: la de 1973 incluyó a Reino Unido, que acabó abandonándola tras un referéndum. Grecia, que entró en 1981, estuvo a punto de hacer volar por los aires el euro 30 años después. Muchos predijeron que la entrada de España y Portugal en 1986 traería complicaciones inasumibles por la enorme brecha económica que existía entre estos y el núcleo duro de Europa; en su caso, las cosas salieron razonablemente bien, aunque nuestro país se volvió temerario tras su entrada en el euro.

En 2004 se produjo la mayor ampliación de todas, que incluyó a Chipre y a nueve países que habían pertenecido al Imperio soviético. Al principio, parecía que las cosas iban muy bien: la democracia se fue asentando en la región y varios de estos países experimentaron un crecimiento económico sin precedentes. Hoy, la situación del Estado de derecho en países como Polonia y Hungría, y el bloqueo sistemático de esta última a varios planes cruciales de la UE, han hecho que muchos se replanteen si fue una buena idea esa generosa expansión hacia el este y si la confianza en que los países excomunistas se integrarían con la misma facilidad que los demás no fue excesiva.

Foto: Putin, en una escuela de aviación en Moscú. (Reuters/Klimentyev) Opinión
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Mañana, previsiblemente, la Comisión Europea emitirá una recomendación para que se conceda a Ucrania el estatus de país candidato a la Unión Europea. Como cuenta nuestro corresponsal en Bruselas, Nacho Alarcón, eso pondría en marcha un proceso largo y complejo: si todos los Estados miembros dan su visto bueno a que se convierta en candidato, se exigiría al país que, una vez terminada la guerra, iniciara una serie de reformas básicas con el fin de cumplir los requisitos de entrada. Es posible que eso requiera muchos años: hoy son candidatos oficiales, a la espera de una resolución, países como Serbia (que pidió la entrada en 2009), Albania (que lo hizo el mismo año) o incluso Turquía (que figura como candidato desde 1999). Además, al final de todo ese proceso cualquier miembro podría vetar la entrada de Ucrania en la UE. Y, si bien ahora los países del Este quieren acelerar esa invitación para mandar una señal a Rusia, la mayor parte del bloque tiene dudas.

Son dudas razonables. Volvamos a la historia. Muchos de los países que se sumaron a la UE lo hicieron con la conciencia clara de que renunciaban a una parte de su soberanía: iban a poder decidir menos por sí mismos a cambio de integrarse en un entramado más grande y fuerte. Sin embargo, los países del Este se sumaron a la UE en buena medida para reafirmar su soberanía frente a Rusia: para demostrar que podían decidir libremente no pertenecer, ni someterse a la influencia, de un entramado más grande y fuerte. Fue una decisión completamente comprensible y legítima, después de siglos de vivir atemorizados o sometidos por Rusia. Pero ahora, en la región, el peor populismo explota la idea de que, en realidad, pertenecer a la UE no es tan distinto de ser un satélite del Moscú comunista. Es una noción disparatada, pero que está marcando la agenda europea y deberíamos tener en cuenta a la hora de pensar en nuevas ampliaciones. Además de Ucrania, Georgia y Moldavia han solicitado formar parte de una nueva ampliación.

Foto: Vladímir Putin, durante una rueda de prensa. (Reuters/Camus) Opinión
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Al mismo tiempo que tenemos estas dudas en mente, debemos ayudar a Ucrania. Comprometernos con ella hasta el fin. La UE no debe perder la unidad, por lo que respecta al apoyo material en forma de dinero y armas, las sanciones a Rusia y la señalización constante de que no renunciará a que se haga justicia —que Ucrania gane la guerra— para lograr una paz rápida —que Rusia se anexione territorios que Ucrania no está dispuesta a ceder—. Más allá de eso, vistos los precedentes, la UE debe ser extremadamente prudente con prometer lo que no debe cumplir. Bajo la presidencia de Volodímir Zelenski, Ucrania ha emprendido un lento camino hacia el liberalismo; los oligarcas, que durante mucho tiempo han dominado la política y la economía del país, han empezado a perder influencia, y se ha producido cierta disminución de una corrupción generalizada. Sin embargo, antes de la guerra, el país tenía una renta per cápita de 3.800 dólares, era una democracia precaria y no cumplía en absoluto, ni iba camino de cumplir, las reglas de ingreso en la UE. ¿Qué hacer, pues?

Algunos Estados miembro están manejando estos días la idea de dar a Ucrania el estatus de 'candidato potencial', que tienen en la actualidad países como Bosnia y Kosovo. El presidente francés, Emmanuel Macron, ha planteado algunas ideas atractivas, como la creación de una organización más amplia que la Unión Europea, que bautizó como Comunidad Política Europea. Esta permitiría que países como Ucrania pertenecieran a un club de Estados europeos sin tener que entrar directamente en la UE, cumplir sus estrictas reglas fiscales y políticas y participar en unos procesos de decisión basados en la unanimidad. El canciller alemán, Scholz, dijo que la idea era “interesante”.

Foto: Nataliya Forsyuk. (Cedida)

También se ha recuperado la idea de crear una UE no de dos velocidades, como en ocasiones se ha planteado, sino de tres: en el centro, los 19 países de la eurozona; en el círculo siguiente, los países de la UE que no forman parte de la moneda única; en el tercero y más externo, los países que quieren formar parte del área de influencia de la UE y su zona comercial y regulatoria, pero que no cumplen, ni cumplirán pronto, los requisitos necesarios para entrar en la UE y cuya pertenencia podría hacer inviable la toma de decisiones. También se ha vuelto a hablar de, simplemente, cambiar el sistema de toma de decisiones en la UE: si no requiriera la unanimidad de sus miembros, sería más fácil aumentar su número.

Nada de esto satisfará a Ucrania. Todo lo que no sea una invitación directa a convertirse en miembro de la UE en un corto periodo de tiempo será interpretado, con cierta razón, como una falta de compromiso con su destino ante la brutal agresión rusa. Pero las ampliaciones de la UE son una historia de éxito y fracaso: muchos países se han beneficiado de ellas para luego poner en riesgo su existencia. Hay que encontrar la manera de sellar un compromiso duradero con Ucrania, con su economía y su seguridad, y afianzar su adhesión a los valores de Europa y el modelo liberal. En este momento, prometer algo que no se puede cumplir tal vez no sea más que un incentivo perverso.

Las ampliaciones del club que hoy llamamos Unión Europea son un asunto complicado. Los precedentes así lo demuestran: la de 1973 incluyó a Reino Unido, que acabó abandonándola tras un referéndum. Grecia, que entró en 1981, estuvo a punto de hacer volar por los aires el euro 30 años después. Muchos predijeron que la entrada de España y Portugal en 1986 traería complicaciones inasumibles por la enorme brecha económica que existía entre estos y el núcleo duro de Europa; en su caso, las cosas salieron razonablemente bien, aunque nuestro país se volvió temerario tras su entrada en el euro.

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