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Juan Soto Ivars

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Así funciona la máquina del fango de Pedro Sánchez

Sánchez niega, luego admite y justifica, deja que nos cansemos y, finalmente, en el agotamiento, mientras las personas más lúcidas se arrastran sin fuerzas, entonces pasa a los hechos consumados y da por concluido el debate

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Pool/Michael Buholzer)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Pool/Michael Buholzer)
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Pedro Sánchez habla sin parar de la máquina del fango. Hay pocas metáforas que describan tan bien el sanchismo, que no es la presidencia de Sánchez sin más, sino una época española con sus propias reglas e idiosincrasia. No hubiéramos llegado al fango sin Sánchez, pero tampoco sin el relativismo posmoderno y la posverdad, que no es una mentira a secas, ni propaganda clásica, sino la típica indolencia por los hechos que caracteriza a los votantes de Donald Trump.

Cuando el americano dijo que él podía ponerse a pegar tiros a la gente en la Quinta Avenida con una pistola y le seguirían votando, se refería exactamente a esto. Hay un tipo de votante en las democracias occidentales del siglo XXI al que los hechos no le importan lo más mínimo. Las evidencias de corrupción, de mentira o manipulación del líder son consideradas rasgos de carisma, de osadía. Cuando Trump hablaba, Pedro Sánchez tomaba apuntes al fondo de la clase.

En medio del fango no es que no se pueda decir la verdad: es que cansa explicarla, como cansa caminar por el légamo, con el barro hasta las ingles. Pongamos por ejemplo cualquiera de las construcciones de lodo sanchista, por ejemplo los indultos: fueron negados, se prometió que eran imposibles y luego se plantearon como posibilidad. La gente discutía, se agotaba. Lo que intelectualmente parecía inconcebible, en el fango iba tomando cuerpo y relevancia. Se dieron finalmente y se nos explicó que el motivo era la pacificación y no la aprobación de unos presupuestos. Y en las elecciones generales del verano, esto sencillamente no contó.

Pasó igual con la ley de amnistía: lo inconcebible se vuelve posible, se discute hasta la extenuación, y cuando todos los argumentos se han repetido y todas las falsedades están sobre la mesa, la amnistía se hace real. Se nos dice entonces que hay que esperar a conocer el contenido, se guarda en secreto la ley mientras los expertos pierden su energía en una discusión sin sentido. Y finalmente, cuando se aprueba, nada de lo que se haya argumentado pesa, sencillamente está ahí.

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La misma táctica de enfangar, de cansar, de desgastar los cerebros y las palabras la aplicará Pedro Sánchez con una mordaza para los periodistas críticos y una correa para los jueces. El presidente es conocido por su abuso del factor sorpresa, por las decisiones inesperadas, súbitas, pero se maneja mejor es en el largo aliento sin que nos demos cuenta.

Sánchez niega, luego admite y justifica, con desparpajo total. Entonces deja que discutamos, que lo pongamos verde, que nos cansemos y finalmente, en el agotamiento, mientras las personas más lúcidas se arrastran ya sin fuerzas, pasa a los hechos consumados y da por concluido el debate.

Todo esto no sería posible sin un coro mediático en el que, unos por seguidismo y otros por repudio, participamos todos. Sánchez lanza sus bolas de barro y a manguerazos terminamos cubriendo de fango la ciudad. En la estéril discusión, unos presentan argumentos, tiran de hemeroteca, se toman muy en serio los hechos, mientras la otra parte repite argumentarios masticados por la Moncloa con total cinismo. Así se cansan los lúcidos contra el sparring de los propagandistas. Así pasa una vez y otra. Así funciona el sanchismo: primero enfanga la discusión pública y luego, poco a poco, hecho a hecho, erosiona las instituciones.

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No me cabe duda de que esa ley de medios que en verano nos pintarán como un paquete democratizador recibirá las críticas más virulentas, provocará las discusiones más polarizadas, fracturará colegios de periodistas; no me cabe duda de que las protestas serán demoledoras y la defensa de la ley adocenada y poco convincente. Pero nada de lo que la razón oponga al fango quedará en pie al final de la riada, cuando las pasiones se hayan desinflamado por abotargamiento y no haya otra cosa que la voluntad tenaz de Pedro Sánchez por perpetuarse en el poder.

Es innegable que Sánchez ha descubierto cómo funciona la España de hoy: una España en la que la ideología barata está por encima de cualquier otra consideración. En medio de este fango, todo lo inconcebible, antidemocrático o inconstitucional termina realizándose de forma machacona y cansina. Este gobernante sabe encender una virulencia de apariencia inquebrantable que se agota pasadas las semanas y termina devorada por la actualidad política que vomita sin descanso la Moncloa. Uno puede coleccionar monólogos de Alsina, artículos de Zarzalejos, apariciones de Vallés cargadas de juicio y verdad. Nada de esto tiene el más mínimo efecto sobre el porvenir.

Cuando Sánchez nota que el debate ha calentado suficiente, cuando la gente está ronca, entonces la máquina del fango toma un desvío y despista con asuntos secundarios, se pelea con Milei, habla de genocidio en Gaza, se hace una foto con líderes europeos o pone a Óscar Puente (en inglés Puenting) a soltar barbaridades en Twitter. Se habla de otra cosa, se infla una polémica cultural al azar y una vez que el cerebro ha ido de un lado para otro y atravesado pantanos enteros tras su batuta invisible, él recupera su objeto principal y una ley queda aprobada.

Sánchez ha descubierto cómo funciona la España de hoy: una España en la que la ideología barata está por encima de cualquier otra consideración

Fue así con los indultos, con la amnistía, y será así con esta soga que prepara para unos medios y unos jueces a los que acusa de fabricar esa materia pastosa de la que él está hecho; ese fango agotador en el que ha sumergido cualquier posibilidad de la razón para imponerse sobre el poder. Este es su truco, así funciona. Seamos conscientes, dejémoslo escrito, para cuando las explicaciones vuelvan a ser requeridas.

Pedro Sánchez habla sin parar de la máquina del fango. Hay pocas metáforas que describan tan bien el sanchismo, que no es la presidencia de Sánchez sin más, sino una época española con sus propias reglas e idiosincrasia. No hubiéramos llegado al fango sin Sánchez, pero tampoco sin el relativismo posmoderno y la posverdad, que no es una mentira a secas, ni propaganda clásica, sino la típica indolencia por los hechos que caracteriza a los votantes de Donald Trump.

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