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Todo lo que Franco va a hacer por Sánchez
Sánchez ha decretado que 2025 será el año de los cien actos contra Franco. Franco también era muy de decretar actos colectivos, por ejemplo la fiesta de los 25 años de paz, conmemoraciones populares y espontáneas según el Nodo
Celebrar que Franco lleva muerto cincuenta años es señal de que el peligro ha pasado. Cuando el dictador vivía, a las manifestaciones antifranquistas iban cuatro gatos; no fue hasta que murió que entonces ya sí que habían ido todos, decían. De hecho, de haber sido adulto Sánchez antes de 1975, no se hubiera atrevido a levantar un dedo contra el tirano, porque la misma gente que hoy pelotea al presidente lamía entonces los calcetines del dictador.
Quiero decir con esto que hay gente que siempre defiende al que manda, sea quien sea, y que esto es una constante. En toda sociedad está esa masa fija de cretinos que se cobijan a la sombra del poder y agachan la cabeza cuando parece que la levantan arrogantes.
Muerto Franco, ya sí, el antifranquismo se hizo rentable, y no lo digo por la canción protesta o el cine con mensaje, sino por el valor simbólico de considerarse antifranquista en una democracia constitucional. Para mi gusto, el antifranquismo posterior a 1982 es una pose coreográfica. Como decir que estás contra el sida y el cáncer, con la diferencia de que te pueden calzar el Premio Nacional de Poesía.
Desde que terminó la dictadura hemos tenido maquis de salón: guerrilleros con aire acondicionado en verano, calefacción en invierno, tres platos de comida al día con vino de la casa y subvención. Cincuenta años después del deceso, exclamar que Franco está vivo sólo puede traerte problemas en caso de que lo digas con un deje de nostalgia. Para todo lo demás está el BOE.
En fin, ya sabéis. Sánchez ha decretado que 2025 será el año de los cien actos contra Franco. Franco también era muy de decretar actos colectivos, por ejemplo la fiesta de los 25 años de paz. Aquellas conmemoraciones en la Plaza de Oriente eran populares y espontáneas según el NO-DO. Servían, como las que vienen, para escenificar unidad, que es una forma de incomodar, excluir o señalar a quienes no iban.
Esto tiene una vieja explicación antropológica: ir a misa guarda menos relación con “creer” que con “estar”, y así se ha planificado todo desde Moncloa. Los actos materializarán el muro que separa lo bueno y lo malo, el progreso y la regresión, la democracia y el franquismo; ese Macondo del que Sánchez nos ha estado hablando machaconamente desde que gobierna.
Serán cien oportunidades para arrojar al PP, al Rey y a quien corresponda al lodo del franquismo latente y residual, en vista de que la debilidad del Gobierno es creciente. Y Sánchez, bajo el palio de la sincronizada, acogido por esas masas que idolatran por sistema al que tiene la llave de la caja de caudales, nos irá recordando con puntualidad que todo aquel que no asiste a su fiesta por un dictador muerto es sospechoso de quererlo resucitar.
Cuando se convoca a una cosa así, se levanta una frontera repentina que deja fuera del espacio aceptable a quien no acude. De todas formas, es irónico celebrar a petición del gobierno la muerte de un hombre que exigía ciertas celebraciones desde el Gobierno. No se ha dado a conocer el contenido, pero sabemos que será todo relleno, hable Paul Preston o el Papa de Roma, porque el tema de conversación real serán quienes no asistieron.
Para eso se ha planificado la cosa. Se preguntarán cien veces los organizadores, retóricamente, si es que “algunos” no quieren acudir a un acto que conmemora la desaparición del dictador porque le molesta la democracia. El argumentario ya se lo he oído decir a Patxi López o Afra Blanco.
Todos franquistas menos los que nos gobiernan, como antes eran todos rojos menos los que nos gobernaban. Más viejo que las flebitis del Pardo.
Sin embargo, la propaganda siempre tiene efectos que no por más sorprendentes son del todo inesperados. Vivimos un tiempo extraño en el que algunos jovencitos creen que el franquismo era un régimen mejor, mientras algunos adultos consideran que de aquella época estuvieron mal hasta los pantanos. Así que habrá este año cien oportunidades para recordar, al menos, que la muerte de Franco no fue el resultado de una gesta democrática, sino un hecho natural, como la letalidad del párkinson o el florecimiento de la democracia parlamentaria en un país bajo la influencia de la OTAN.
De paso, podremos recordar también que el único motivo para sacar pecho como sociedad no sería el deceso de un viejo intubado en un hospital, sino que llegaría tres años después, cuando los contendientes se pusieron de acuerdo y firmaron la Constitución. Que es, precisamente, lo que se está malbaratando.
Celebrar que Franco lleva muerto cincuenta años es señal de que el peligro ha pasado. Cuando el dictador vivía, a las manifestaciones antifranquistas iban cuatro gatos; no fue hasta que murió que entonces ya sí que habían ido todos, decían. De hecho, de haber sido adulto Sánchez antes de 1975, no se hubiera atrevido a levantar un dedo contra el tirano, porque la misma gente que hoy pelotea al presidente lamía entonces los calcetines del dictador.
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