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La merluza que dan en el Palacio Real es cojonuda
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Juan Soto Ivars

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La merluza que dan en el Palacio Real es cojonuda

Cada escritor lleva dentro un megalómano que aspira a la inmortalidad moviendo los dedos sobre una cosa que no es un piano, pero hace música. Sabiéndolo, todos intentan asistir a cuantas más fiestas mejor

Foto: Los Reyes ofrecen un almuerzo con motivo de la concesión del Premio Cervantes al escritor Álvaro Pombo. (EFE/J.J. Guillén)
Los Reyes ofrecen un almuerzo con motivo de la concesión del Premio Cervantes al escritor Álvaro Pombo. (EFE/J.J. Guillén)
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Ayer estuve en el Palacio Real, en la comida que organizan por el Cervantes. Este premio es como el Nobel español, la más alta distinción que te pueden dar por poner palabras una detrás de la otra en la lengua que nos iguala a los escritores sudamericanos, siempre mejores que nosotros. A Cervantes nunca se lo dieron, por cierto. No hay quien entienda a los jurados. Y también os diré que tendrían que montar en el Palacio Real comidas de gala para albañiles, con el premio Benito Lopera Perrote, y para oncólogos.

Los albañiles y los oncólogos ayudan más a la humanidad que los escritores, los artistas y los subvencionados. El Palacio Real es mejor que las obras completas de Borges y lo levantaron albañiles, aunque en aquel tiempo no había oncólogos. Y no los hubiera habido de no ser por los albañiles.

El Cervantes (el cervan, cuando ya te lo han dado y consideras que mereces algo más y no era para tanto) se lo daban a Álvaro Pombo, tan viejo que no vino a la comida. Tampoco hubo brindis, porque se ha muerto el Papa, y el rey se acordó de Vargas Llosa. Pero entre evocaciones luctuosas estaba la flor de las letras, los vivos: escritores y escritoras que venden mucho junto a escritores y escritoras que no venden nada.

El Rey dio un discurso breve, sereno y bien escrito, donde nos recordó que las palabras importan y que no es lo mismo decir la verdad que la mentira. Rodeado de gente que se dedica a escribir ficción, esto podría considerarse un reproche devastador, y mientras hablaba Felipe VI pensaba yo que tiene que ser complejo vivir rodeado de gente que no te dice toda la verdad, y que te oculta sus intenciones, y que se te acerca con pretextos, como si caminases por una alfombra humana.

Foto: El escritor Álvaro Pombo, en septiembre de 2024 durante la I Jornada Escritura y Salud. (EFE/Pedro Puente Hoyos)

Y pensaba en Álvaro Pombo y lo tarde que llegan los merecimientos, y en el ultraje de estar al final de tu vida, jodido de salud, y tener que darle las gracias en el Paraninfo de Alcalá a un montón de gente por un premio que te hubiera venido mejor recibir antes, cuando la vida era más larga para disfrutar del dinero. Me acordaba de Brines, poeta inmenso y valenciano al que colgaron el laurel cuando ya le faltaba un ojo y se marchitaba, a unos meses de su muerte. Tiene cojones la cosa.

Escribir en España es poner palabras una tras otra y fiestas una tras otra y ocasiones una tras otra, de manera que una extraña carambola imprevisible dé un día contigo en lo alto de un podio, con los demás en cota cero, mirándote de reojo. Miraba yo de reojo a David Uclés, que es un escritor jovencísimo al que le va muy bien, y él miraba de reojo su móvil y editaba el vídeo del besamanos para subir a redes el momento exacto en que los Reyes lo saludan a él.

Foto: Mario Vargas Llosa, en una foto de archivo. (EFE)

Una máquina, me dije. No hay que perder ni un momento. Hay quien encuentra en Uclés un tipo de ambición desmedida: yo creo que la ambición desmedida es irreprochable cuando quieres que la gente lea lo que escribes. Yo era igual que él a su edad, pero sin éxito. Es un figura y yo era un figura. En este sentido, entendía también que subiera el vídeo del besamanos tan rápido, porque comer en Palacio el día del Cervantes es como tirarte a un icono sexual una noche en la que saliste a tomar una caña. Sólo tiene sentido si se lo cuentas en seguida a todo el mundo.

Me cae bien la gente desacomplejada. Aunque mis mejores amigos son quienes detestan a la gente desacomplejada. Cuestión de equilibrios.

En fin. Entre la pronta invitación y el reconocimiento tardío pasa la vida de gente que cree que su nombre, atado a su obra, les sobrevivirá. Cada escritor lleva dentro un megalómano que aspira a la inmortalidad moviendo los dedos sobre una cosa que no es un piano, pero hace música. Sabiéndolo, todos intentan asistir a cuantas más fiestas mejor como quien coge turno en el supermercado.

Foto: El ganador del Premio Miguel de Cervantes 2024, Álvaro Pombo. (Europa Press/Gustavo Valiente)

Para comer pusieron sopa de tomate, merluza y una tarta de queso. La mesa era más larga que la espera de Pombo para recibir el premio Cervantes. Me sentaron entre Virginia Feito y Aitana Monzón, novelista una y poeta la otra, y hablamos de la posibilidad de robar cucharas de plata, pero los alabarderos y arcos magnéticos nos disuadieron de este acto contra el patrimonio. Qué simpático es todo el mundo, pensaba yo. Y qué poco se habla de libros entre la gente que los hace. Una bendición.

Tras la comida se formaron corrillos en torno a tres polos. El primero eran los Reyes, con su permanente órbita de gente que no quiere meter la pata; el segundo era el ministro de Cultura, cercado por satélites cargados de energía mefistofélica; y el tercero era Isabel Díaz Ayuso, rodeada de parecidos artefactos y de hombres de las letras que estaban ansiosos por hacerse un selfi con ella.

Yo me quedé con Ray Loriga y Soledad Puértolas de cachondeo, pero a las cuatro de la tarde las carrozas se convirtieron en calabazas y echaron del Palacio a todo el mundo. La mayor parte salían disparados a los AVE de Atocha para estar en Barcelona por Sant Jordi, y picar piedra al día siguiente en las casetas: unos firmando mucho, otros firmando nada, y todos esperando al día siguiente.

Foto: El escritor Javier Cercas, durante la presentación de su nuevo libro, 'El loco de Dios en el fin del mundo'. (EFE/Fernando Villar) Opinión

Casi todos los nombres de los invitados se borrarán y sus obras terminarán despanzurradas en vertederos y puestos de barata. Cuando abres por cualquier página La novela de un literato de Cansinos Assens lo sabes: todo esto no tiene mayor sentido que la merluza que te ponen para comer. ¡Larga vida por tanto a la merluza!

Cuando llegué a casa, le enseñé a mi hijo de cuatro años las fotos que me habían hecho en el Palacio. Él sólo me preguntó qué me había dicho el Rey, y yo le dije que me había dicho que soy el mejor escritor de España y que se alegraba de verme. Las palabras tienen que decir la verdad, lo que no implica que debamos evitar la ficción a quien se alimenta con ella.

Ayer estuve en el Palacio Real, en la comida que organizan por el Cervantes. Este premio es como el Nobel español, la más alta distinción que te pueden dar por poner palabras una detrás de la otra en la lengua que nos iguala a los escritores sudamericanos, siempre mejores que nosotros. A Cervantes nunca se lo dieron, por cierto. No hay quien entienda a los jurados. Y también os diré que tendrían que montar en el Palacio Real comidas de gala para albañiles, con el premio Benito Lopera Perrote, y para oncólogos.

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