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Lita Cabellut: "Mi madre era prostituta, yo vendía estrellas a los turistas"
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Lita Cabellut: "Mi madre era prostituta, yo vendía estrellas a los turistas"

Vuelo a La Haya, en busca de lo que de trascendente tiene la belleza. Allí me esperan Lita Cabellut, Jirí Kylian... y Goya

Foto: Las herramientas con las que trabaja Lita Cabellut.
Las herramientas con las que trabaja Lita Cabellut.

En La Haya, junto a un canal salpicado de hojas, precedida por lo que parece un paso de carruajes alicatado, está la casa de Lita Cabellut, en una calle tranquila de fachadas de ladrillo naranja. Hileras de cerámica azul cortada a bisel jalonan el arco adintelado que separa su mundo del resto de los mortales. Un túnel con vistas al cielo sirve de zaguán. Por detrás, asoman poderosos los primeros árboles, un magnolio, un roble y varios arces japoneses; al fondo hay muchos más -y una alberca para abluciones-. Lo que fuera una fábrica es hoy un templo dedicado a la cultura, un contenedor de sueños, instrumentos, cuadros y estrellas.

“Cuando tenía cinco años, en el barro chino de Barcelona, yo les vendía estrellas a los turistas. Metía la mano en una bolsita de fieltro y, por unas pesetas, les ofrecía sueños”. Lita Cabellut nació ahí, en la Barcelona de los sesenta, en un barrio especialmente conflictivo y asfixiante; “sí, pero para los que venían de fuera. A nosotros, nos protegían justo los que a ellos les daban tanto miedo”.

placeholder Salón de la casa de Lita Cabellut con uno de sus 'Payasos' con marco flamenco del siglo XVII.
Salón de la casa de Lita Cabellut con uno de sus 'Payasos' con marco flamenco del siglo XVII.

Estamos sentados, Lita y yo, en un sillón cubierto por un tejido que parece de La India, junto a un ventanal inmenso que ahora golpea la lluvia -un minuto antes brillaba el sol-. Los cambios de luz atmosférica y las velas repartidas por la casa me dejan entender mejor los porqués de la pintura holandesa, todo lo que he visto a primera hora de la mañana en las salas del Mauritshuis. “Holanda es un país fascinante, moderno de verdad. Y La Haya pura belleza”. Hablamos de belleza, de El Greco, “un maestro de la emoción”, de Bach, de su vida. A cualquier artista de cualquier tiempo -en realidad a casi todos- la infancia le marca y atraviesa en todo. Por eso quiero saber más de aquella niña en esas calles rodeada de otros como ella.

“Como era la más pequeña, mientras el resto robaba lo básico para después venderlo en cualquier esquina, mi función era entretener a los adultos que cuidaban de sus negocios”. Lo dice y se ríe. Se ríe y me cuenta que algún trompazo se ha llevado porque también “era la última en salir corriendo. Pero no pienses que sufría porque no es verdad. Era feliz a mi manera. Nada era fácil, es cierto, pero vivíamos bien”.

placeholder La mesa de trabajo de Lita.
La mesa de trabajo de Lita.

Recuerdo mi infancia y, además de a mi madre y a Valen -que era su amiga y estaba siempre-, veo a Fani por detrás de una máquina de coser ayudando en mi casa. Fani es gitana. Mi hermana pequeña y yo hemos tenido la inmensa suerte de crecer con ella. Lita también lo es, gitana; “estoy convencidísima de que el cuerpo tiene memoria. Todo lo que ha construido tu textura -tu sangre, tus nervios, tus ojos-, tiene una prehistoria. Y la mía es la de un pueblo fuerte y sensible, nómada”. Que la carne tiene memoria lo intuimos todos, lo sentimos todos; algo hay ahí siempre que nos embrida y condiciona; a veces son nuestras madres -diga lo que diga Freud-.

“Mi madre era prostituta”, me dice, “era yo quien le iba a buscar los pendientes, los jabones. A ella y a otras seis o siete chicas que estaban con ella”. Paro, me impresiona esa revelación, no sabe de mi lucha por contribuir a liberar a las mujeres de una esclavitud tan injusta, tan vieja. Por eso quiero que me cuente más. Sigue. “Nadie quiere ser prostituta, nadie quiere ser un urinario público. Aunque, por desgracia, muchas veces para muchas de aquellas mujeres fuese la única salida”.

placeholder 'Francis Bacon studie of Muriel Belcher', una de sus 'Mujeres de la noche'.
'Francis Bacon studie of Muriel Belcher', una de sus 'Mujeres de la noche'.

Una de sus mejores series, de las más duras, es precisamente la que las retrata. “Las miro con un respeto hondo y absoluto y las pinto con muchísimo amor. Están ahí, solas, esperando a ser usadas”. Es cierto, son retratos de una belleza casi cruel. Mujeres de la noche, las llama. “Las mujeres claro que lo hemos tenido más difícil, todas”, asevera. La miro. Y luego a su hija Marta -“que como yo fue también adoptada”- a Virginia y a Christine; juntas conforman su particular gineceo, su guardia. Le hablo de otro de sus trabajos, con más mujeres inmensas, uno que a mí me emociona especialmente porque está dedicado a Lorca.

“La ignorancia tiene cara, tiene voz”, me dice cuando le pido que me hable de sus Bodas de Sangre; “lo toca todo Lorca en ese texto. La falta de libertad de la mujer y también la del hombre. Las injusticias sociales. Y el amor que está por encima de todo”. Ella ha amado mucho; sobre todo a sus hijos -tiene cuatro y a todos los tiene cerca-. “En Bodas de Sangre se nos muestra la realidad de unos matrimonios forzados por los padres que no eran capaces de ver, porque tampoco sabían nada, las consecuencias”.

placeholder El estudio de Lita con 'Bonjour tristesse', de la serie 'Crossing Time'.
El estudio de Lita con 'Bonjour tristesse', de la serie 'Crossing Time'.

Quiero que me hable más sobre amor, le pregunto y me cuenta la historia de otra mujer gitana. “Era lesbiana. Tuvo dos mujeres en su vida, pero nunca pudo vivir en libertad. Cuando tenía diecisiete años y supieron que se había estado besando con otra chica en un parque la agredieron tan ferozmente que nunca se atrevió a decirle a nadie que era homosexual”. La libertad, su búsqueda, uno de los temas que siempre están presentes en su obra. “Siento una enorme tristeza cuando pienso en todas esas personas que tienen que vivir en la oscuridad”. Ella huye de las sombras, casi todos los fondos de sus pinturas son blancos, brillantes. Sus personajes habitan y se recortan sobre esa infinitud luminosa.

Le cuento la historia de Dorcette, que fue adoptada por una de las personas que yo más quiero, que hoy sigue huyendo de la noche porque le tiene miedo a la oscuridad. “Recuerdos de cuando era muy pequeña tengo muy pocos, pero el miedo a la oscuridad continúa. Eso sí, me voy a dormir cada noche y duermo profundamente. Y me despierto al día siguiente feliz”. Pienso en la pareja que la adoptó a ella y en toda la felicidad con la que la inundó, “los traumas se acaban disolviendo”.

placeholder Dos rincones de la casa de Lita Cabellut.
Dos rincones de la casa de Lita Cabellut.

La verdad es que no deja de repetir que es feliz. Porque lo es, estoy seguro, y porque es su forma, además, de exorcizar precisamente algunos miedos -o eso creo yo porque lo practico-. “Lo que no comprendemos lo interpretamos con inmediatez, sin mesura”, sigue, “así enfrentamos lo que tememos”. Le corto y le pregunto si también con ayuda de Dios. “Alcanzar lo divino requiere un trayecto tan grande que todavía nos supera. Por eso nos hemos ido inventando formas de dioses, porque somos incapaces de entender la verdadera grandeza de lo espiritual. Somos aún, los seres humanos, muy jóvenes para comprenderlo. Y nos seguimos peleando, haciendo guerras, porque no nos hemos encontrado verdaderamente con eso que es superior”.

En un mueble pintado del mismo gris que las paredes, ha ido colocando a lo largo de los años cabezas de dioses romanos, bustos budistas y un torso de Cristo esculpido en Alemania en el siglo XVI. Los ha ido comprando en ferias, anticuarios y quincailleries, “siempre por amor”. Al fondo de un pasillo, una suerte de paños mojados perfilan lo que debió ser la túnica de una bacante que hoy observa doliente, colgando en el muro, otra imagen de Jesús con restos de policromía. Como en cada rincón, sobre cada una de las mesas, hay flores, la sensación de permanente ofrenda es todavía mayor, “a eso que es superior y que hasta que no seamos uno con todo, no habremos alcanzado”.

placeholder Algunas de las piezas de la serie 'Los disparates de Goya', con Goya -el caniche de Lita- a la derecha.
Algunas de las piezas de la serie 'Los disparates de Goya', con Goya -el caniche de Lita- a la derecha.

Goya lleva sentado a mis pies desde que ha empezado la entrevista, me observa atentamente. Es un caniche de pelo rizado color canela; “cuando vamos al campo, él es el que obliga a los patos a echarse al agua”-viven entre La Haya y una antigua vaquería que ha transformado en refugio, rodeados de animales-. Al perro el nombre se lo puso mucho antes de que empezara a trabajar en su próxima exposición, un diálogo abrupto con esos Disparates de Francisco de Goya que todavía nos sorprenden, “las narraciones más contemporáneas y que mejor reflejan las carencias de la sociedad actual”. Pinturas que devienen de los personajes grabados por Goya y que ella ha querido probar en personas de su entorno para ver cómo respiran, cómo se moverían de abandonar las placas de cobre. “Los visto, los maquillo, los transformo en lo que después voy a pintar”.

Algunas de esas máscaras se agolpan en piezas poliédricas que estallan hasta convertirse en una constelación de gestos casi inteligibles pero llenos de emoción. En parte, lo mismo que hace Jirí Kylian con los cuerpos de sus bailarines -que pudimos ver el viernes en la NDT-, frisos de gestos concatenados que conforman una historia “muchas veces de dolor”. El Disparate del miedo tiene ahora a un hombre en el suelo defendiéndose de la muerte. “Contra el miedo solo tenemos la luz”, me dice. Apago la grabadora, nos unimos al resto del grupo, pero justo antes, le agarro del brazo y, al oído, le digo “contra el miedo también tenemos el arte”. Siempre.

placeholder Conversando con Lita Cabellut en su estudio.
Conversando con Lita Cabellut en su estudio.

En La Haya, junto a un canal salpicado de hojas, precedida por lo que parece un paso de carruajes alicatado, está la casa de Lita Cabellut, en una calle tranquila de fachadas de ladrillo naranja. Hileras de cerámica azul cortada a bisel jalonan el arco adintelado que separa su mundo del resto de los mortales. Un túnel con vistas al cielo sirve de zaguán. Por detrás, asoman poderosos los primeros árboles, un magnolio, un roble y varios arces japoneses; al fondo hay muchos más -y una alberca para abluciones-. Lo que fuera una fábrica es hoy un templo dedicado a la cultura, un contenedor de sueños, instrumentos, cuadros y estrellas.

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