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A la caza y captura de un padre
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Alberto Olmos

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A la caza y captura de un padre

La renuncia de un famoso a ejercer la paternidad sobre su hijo acelera la deriva narcisista de nuestro tiempo

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El heteropatriarcado tiene sus cosas malas, pero hay que reconocer que no dejaba a los hijos sin padre. Si bien nunca me han enseñado, como hombre, todo lo que dicen hoy que me han enseñado (cultura de la violación, no llorar, etcétera), sí recuerdo perfectamente la lección de que un hombre como Dios manda no deja embarazada a una chica y huye. Esto a lo mejor lo sabía yo con 12 años. Bastaba un rumor o cotilleo en el pueblo, un mozo que hubiera dejado embarazada a una chica. Inmediatamente se ponía en marcha un proceso de caza y captura que acababa con un anillo amarillo en el dedo anular del varón imprudente.

Ahora un famoso ha acuñado un nuevo derecho, muy catalán: decido no ser padre. El derecho a decidir es resbaladizo, pues cada uno puede decidir lo que le dé la gana. La decisión por inactividad del famoso no-padre provocó algún debate, siendo que los más progresistas confirmaron sus peores previsiones sobre el macho alfa y los más de derechas pidieron igualdad: si las mujeres pueden abortar, los hombres pueden… huir.

Ya les he dicho muchas veces desde esta columna que el mundo está patas arriba, jugando al despiste con toda composición racional. Lo que deberíamos haber redescubierto con la proposición “decido no ser padre” es que los hombres y las mujeres no son iguales. De hecho, somos muy diferentes. Esa diferencia es la que hace que una mujer pueda decidir no ser madre y un hombre no pueda decidir ni ser padre ni dejar de serlo. Antes no había que explicar estas cosas.

Lo que deberíamos haber redescubierto con la proposición “decido no ser padre” es que los hombres y las mujeres no son iguales

En efecto, hay un punto mágico donde feminismo y caballerosidad se juntan, y es en que los hombres no deberían ir por ahí teniendo sexo sin protección y desentendiéndose, pues lo que provocas es una multiplicación de huerfanitos y servidumbre maternal. Los hombres hacen lo que quieren y las mujeres les cuidan los errores. Eso, volviendo a las esencias morales, está mal. Como está mal, la sociedad lo condenaba. Como la sociedad se te echaba encima, reconocías al niño y cumplías con tu obligación. Luego eras infeliz, pero eso era tu problema por hacer el imbécil.

En rigor, la sociedad te obligaba a descubrir que ser padre no está tan mal, y además te sacaba un poco de los bares. Muchos hombres quieren a sus hijos después de que les caigan encima. La paternidad florece sobre los hechos consumados.

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El famoso imprudente de la noticia ha aclarado que pagará cosas, pero esto se debe únicamente a que puede permitirse el gasto. Si fuera pobre, un famoso pobre, no pagaría nada, por supuesto. Así, lo que en mi pueblo llaman “padre de cartera” es una especie de gestación subrogada al revés: pago por no ser padre. Como en la gestación subrogada, el dinero amplía el derecho a decidir, siendo que con dinero las decisiones que más se toman son las estomagantes.

Por mucho que algunas prácticas ya comunes sirvan para camuflar la desvergüenza (dar a un niño en adopción; padre desconocido por haber recurrido a un banco de semen, etcétera) lo crucial aquí es que un hombre sabe que es padre. Así, diríamos que uno es padre cuando lo sabe; y, sabiéndolo, ya no puede “decidir no ser padre”. Lo que decide es no querer a su hijo. Esto es un poco como la obligación de prestar auxilio en carretera: ves cómo se produce un accidente y decides que eso no va contigo.

Esto es un poco como la obligación de prestar auxilio en carretera: ves cómo se produce un accidente y decides que eso no va contigo

Yo he conocido algunos niños sin padre, y lo pasaban mal. Es curioso que instiguemos a las mujeres a ser madres solteras y, al mismo tiempo, reclamemos a los hombres que se hagan cargo de sus hijos. En rigor, lo que se propone es que las mujeres ricas se permitan los niños sin padre y que los hombres ricos se permitan el sexo sin libro de familia. Habría que aclarar muy contundentemente la importancia del dinero en todas estas alegrías reproductivas.

Buena parte de la vida de un niño que no ha conocido a su padre estará atravesada por la pregunta de por qué todos tienen padre y él no. ¿Qué delito ha cometido? La cuestión calderoniana (“El delito mayor del hombre es haber nacido”) se vuelve aquí fatal: todo el mundo sabrá quién es el padre de un niño que se pasará media vida preguntando por él. Si no he dado el nombre del señor en este artículo, es precisamente por la obscenidad que me sugiere que yo sepa quién es el padre de alguien que aún no sabe que se ha quedado sin él.

Hablamos, en fin, de proyecciones peligrosas: ¿qué impedirá a este niño comportarse como su no-padre cuando sea mayor? Los hombres imitamos a nuestros padres, y por eso no hay nada menos ejemplar que negarse a serlo.

Es curioso que instiguemos a las mujeres a ser madres solteras y, al mismo tiempo, reclamemos a los hombres que se hagan cargo de sus hijos

Cuando Shakespeare escribió en su soneto XIII: “You had a father: let your son say so” (“Tú tuviste un padre, permite que tu hijo pueda decir lo mismo”), buscaba animar a los hombres a dejar descendencia. Pero el verso puede interpretarse también como un mandato moral de dignidad masculina encadenada. ¿Acaso no agradeces el padre que tuviste como para ser tú el padre de los niños que vas teniendo?

El heteropatriarcado tiene sus cosas malas, pero hay que reconocer que no dejaba a los hijos sin padre. Si bien nunca me han enseñado, como hombre, todo lo que dicen hoy que me han enseñado (cultura de la violación, no llorar, etcétera), sí recuerdo perfectamente la lección de que un hombre como Dios manda no deja embarazada a una chica y huye. Esto a lo mejor lo sabía yo con 12 años. Bastaba un rumor o cotilleo en el pueblo, un mozo que hubiera dejado embarazada a una chica. Inmediatamente se ponía en marcha un proceso de caza y captura que acababa con un anillo amarillo en el dedo anular del varón imprudente.

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