Mala Fama
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¿Hasta cuándo el sistema de premios amañados en España?
Nuestra literatura es la única del mundo que basa su vitalidad en certámenes que están claramente pactados
Del franquismo quedan pocas cosas buenas, y desde luego una no particularmente buena son los premios literarios. Casi todos los grandes galardones de novela de nuestro país se fundaron durante la dictadura, y uno diría que los editores desarrollaron tanta maña en burlar a la censura que se pasaron de frenada y acabaron burlando a los lectores. Como estamos ya en 2024, me permito mi momento antifranquista: ¿hasta cuándo?
¿Hasta cuándo durará en nuestro país esta chifladura del premio literario amañado?
Comienza el curso, lo que los franceses llaman la rentrée, y de pronto nos he visto a todos aguantando otra vez la matraca del ganador. El ganador del premio Herralde, la ganadora del premio Tusquets, el ganador del Planeta; y el del Nadal y el del Alfaguara y el del Biblioteca Breve (no me exijan que recuerde exactamente el orden de entrada en la pista del circo de cada premio, amén de que alguno me puedo haber olvidado). Por lo que sea, este año me ha dado mucha pereza esta pantomima. Es como que se repitan las elecciones en Venezuela.
El caso es que, como mínimo desde los años 60, las cosas funcionan así: "El manuscrito estuvo rodando como un alma en pena de editorial en editorial hasta llegar, gracias a mi amigo el hispanista francés Claude Couffon, a las manos barcelonesas de Carlos Barral, que dirigía Seix Barral. Él lo hizo premiar con el Biblioteca Breve". Son palabras de Mario Vargas Llosa en el prólogo de su novela
Desde entonces, no hemos parado de "hacer premiar" novelas, amigos, de amigos. Son 62 años de “hacer premiar” novelas.
Primero se da el premio y luego se delibera. Lo último que se hace en un premio literario es convocarlo. Va todo al revés.
La idea es que los premios venden libros, porque los periódicos atienden estas competiciones. Sin embargo, en lugar de hacer premios limpios, se ha decidido que da menos trabajo saber cuanto antes quién va a ganarlos, e ir imprimiendo el libro premiado mientras el jurado delibera. Primero se da el premio y luego se delibera. Lo último que se hace en un premio literario es convocarlo. Va todo al revés.
Hay que entender que un premio literario limpio es una lotería, pues no existe "el mejor" en ningún sentido. Uno puede concursar con un buen libro, pero hay otros veinte libros igual de buenos, y sólo la suerte, el capricho, las modas, harían —en un premio limpio, repito— que ganaras tú. Así las cosas, si los premios literarios fueran totalmente íntegros, nadie ganaría más de un premio literario importante en toda su vida. Como no son honestos, muchos autores ganan un premio literario con cada libro. Es, con toda exactitud, como cuando le tocaba la lotería siete veces al PP valenciano.
Todos los autores lo saben y callan; escriben; esperan que algún día les toque a ellos ser valencianos.
Así, es todo casualidad: que gane el autor de la casa, que justo gane un hombre y justo una mujer quede finalista (la parejita), que justo todos los finalistas sean muy malos y el editor saque un manuscrito de un autor de la casa y los jurados lo voten sin leerlo; que el autor escriba en dos meses la novela porque le han dicho que le premian; que el autor reciba más dinero que lo que especifican las bases del premio; que en dos semanas el libro esté a la venta cuando llevaría meses editarlo. Todo lo que pongo en este párrafo es real, podría dar nombres y apellidos. Y, si lo sé yo que no salgo de casa, lo sabe hasta el apuntador.
Lo saben los periodistas.
El País publicó el pasado abril una "radiografía" de los premios literarios en España. "Los más cuantiosos suelen recaer en autores de los sellos que los promueven", concluía, perspicaz. Alguna vez El Cultural echó un ojo a los premios de poesía con patrocinio público (el mayor escándalo cultural de España, considero), siendo que ganaban siempre los mismos liróforos. Luisgé Martín publicó en 2010 un artículo titulado Los legionarios de Cervantes, donde hablaba de "un amigo escritor" que "está intentando desesperadamente ganar el premio Nadal, el Alfaguara, el Biblioteca Breve y hasta el Planeta". También señalaba a "otros dos o tres autores" que "arremeten contra la corrupción rampante (…) al mismo tiempo que forman parte de jurados amañados".
¿Por qué está mal convocar premios literarios amañados? Porque estás engañando a cuatrocientas, quinientas o, incluso, mil seiscientas personas: todos los que se presentan. Penalmente, hablamos de "estafa leve". Dices que, con notario y todo, convocas un premio de novela, que la autoría de las novelas es secreta (la plica y el seudónimo), que un jurado “de prestigio” elegirá la mejor, a su buen saber y entender, y cientos de personas, desde taxistas a autores con oficio, concurren. Todo es mentira. Usas su ilusión y su buena fe para añadir a una operación de márketing cierta excitación deportiva. La cláusula de estos premios que más gracia me hace es la que obliga a los concursantes a no participar en otro premio amañado hasta que se falle el premio amañado al que han enviado su libro. No puedes ser el bufón de dos reyes a la vez.
El ganador, como señalaba Luisgé Martín, será casi siempre alguien moralmente superior al conjunto de la sociedad, según él mismo proclamará en las entrevistas.
Dense cuenta de que esto le parece normal a todo el mundo, y que lo que no es normal es un artículo como este. Escribir estas cosas es casi terrorismo. Es decir, la decencia en España es como una idea loca que has tenido.
Salvo el Herralde, ningún premio literario ha aportado nada a la historia de la literatura española en el presente siglo.
Decía Matilde Asensi: "La literatura tiene dos caminos. Uno es el de los lectores y otro, el de los premios, que ya sabemos todos cómo funcionan".
Imaginen un arte donde el prestigio lo tiene quien gana premios amañados y el descrédito, quien vende muchos libros. Ese arte se llama literatura española.
Por no hablar de otra evidencia: salvo el Herralde, ningún premio literario ha aportado nada a la historia de la literatura española en el presente siglo. Esto es, ni un solo libro premiado y promocionado en el siglo XXI perdura más allá de la inercia publicitaria de los primeros meses. De hecho, ni los reeditan: los tienes a 2 euros en el Rastro pasados cinco años.
Que yo sepa, los premios que flamean en las fajas de las novelas que se traducen al español son todos a obra publicada. Por ejemplo, el Goncourt en Francia o el Booker en Reino Unido. No engañan a nadie; tendrán sus miserias, pero no hacen a una señora de Lyon ir a Correos con ocho copias de su libro.
Esto es lo que a mí más me jode: la de veces que en los años noventa me gasté un dinero que no tenía en copias y encuadernaciones, y en sellos, para que unos tipos (normalmente en Barcelona) se rieran de mí.
Según yo lo veo, bastaría con que los premios dejaran de "convocarse" y simplemente se dieran. En efecto, las editoriales pueden premiar a quien les apetezca, pero no pueden pretender que cientos de personas contribuyan cada año a dar relieve competitivo a sus caprichos o cálculos u homenajes.
"Pactar un premio no es nada fácil", me dijo una vez un señor. Quería decir que no es tan sencillo encontrar por ahí una novela ya terminada de un autor que además te interese y que además se preste al juego y que además justo acabe siendo la premiada por un jurado no siempre necesariamente indecente. Yo le sugerí que, si el premio lo hicieran honrado, a lo mejor se estresaba menos.
Del franquismo quedan pocas cosas buenas, y desde luego una no particularmente buena son los premios literarios. Casi todos los grandes galardones de novela de nuestro país se fundaron durante la dictadura, y uno diría que los editores desarrollaron tanta maña en burlar a la censura que se pasaron de frenada y acabaron burlando a los lectores. Como estamos ya en 2024, me permito mi momento antifranquista: ¿hasta cuándo?
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