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“Al final todo sale bien”: magia brasileña para evitar un desastre en Río 2016
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“Al final todo sale bien”: magia brasileña para evitar un desastre en Río 2016

“Tudo vai dar certo”, lo que viene a ser “todo al final sale bien”. Lejos de ser los Juegos más perfectos de la historia, tampoco han sido tan desastrosos como los más agoreros auguraban

Foto: Vista panorámica del estadio olímpico (EFE)
Vista panorámica del estadio olímpico (EFE)

Hay un dicho en Brasil que sintetiza en cuatro palabras el optimismo característico de un pueblo acostumbrado a lidiar con muchas dificultades y con un estado de crisis permanente: “Tudo vai dar certo”, lo que viene a ser “todo al final sale bien”. Esta frase se adapta perfectamente a la organización de los Juegos Olímpicos, que lejos de haber sido los más perfectos de la historia, tampoco han sido tan desastrosos como los más agoreros auguraban.

Por lo pronto, hasta el penúltimo día del evento deportivo más importante del planeta no se ha producido el temido atentado terrorista que muchos esperaban. Tampoco ha habido grandes problemas de seguridad, a excepción de unos cuantos atracos a atletas olímpicos, dos balas perdidas en la sede de hípica en Deodoro, dos autobuses apedreados y el lamentable caso de los nadadores olímpicos que inventaron un robo a mano armada para no contar sus andanzas nocturnas bajo la influencia de generosas dosis de alcohol.

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En lo que a la organización de las competiciones se refiere, quizás el error más garrafal haya sido la falta de mantenimiento de la piscina de saltos de trampolín, que quedó en entredicho con la comentadísima imagen del agua verde. Otro fallo ha sido la ausencia de espectadores y los muchos asientos vacíos en las arenas olímpicas. No ha sido un problema exclusivo de Río 2016: ya en Londres 2012 se vivió una situación parecida, que al final fue aliviada con el envío de militares y voluntarios a las gradas deportivas. En Río de Janeiro, los niños de varias favelas han sido invitados para llenar los recintos.

El drama de los voluntarios

En cuanto a los voluntarios, además de su falta de preparación, muy criticada por algunos periodistas internacionales, también se ha producido una baja progresiva debido a las malas condiciones de trabajo. Según la información publicada por el diario ‘The Independent’, unos 15.000 voluntarios, es decir, el 30% del total, habrían abandonado sus empleos no remunerados debido a las larguísimas jornadas de trabajo y a la escasez de comida durante sus turnos extenuantes, que en algún caso llegaban a las 15 horas. La falta de entrenamiento, una mala coordinación y la represión de las voces disidentes con el Gobierno interino de Michel Temer habrían acelerado el éxodo de los voluntarios.

A pesar de todos estos episodios y de las críticas de la prensa internacional, los organizadores siempre se han mostrado confiados con los resultados. “Tudo vai dar certo”, ha sido el mantra repetido por el Comité Río 2016 frente a la acusación de retrasos en las obras olímpicas o en la resolución de los conflictos de logística que han ido surgiendo. “Es todo un poco caótico. Los brasileños tienen una forma muy peculiar de organizar las cosas, pero lo sorprendente es que al final todo funciona de alguna forma. Es casi un milagro”, afirma Ana, una voluntaria alemana de 48 años.

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En el país tropical todo, o casi todo, se resuelve en el último momento, como la construcción de la nueva línea de metro que conecta el barrio de Ipanema con Barra de Tijuca, sede del Parque Olímpico. Se ha tratado de una verdadera carrera de obstáculos y de un enorme reto sin precedentes para Río de Janeiro. Con un presupuesto hinchado y un retraso monumental, en julio fue necesaria una inyección extraordinaria de 350 millones de reales (unos 100 millones de euros) procedentes de las arcas públicas para finalizar a tiempo la que es considerada la mayor obra del país.

El espíritu de la ‘gambiarra’

Con un coste global de 9.000 millones de reales (unos 2.571 millones de euros), la nueva línea de metro fue inaugurada el 30 de julio, es decir, seis días antes de la apertura de los JJ.OO. “No ha habido tiempo material para hacer pruebas. Han llegado tan al límite que no hay margen para los errores. Tiene que ir todo bien sí o sí”, comentaba hace dos semanas Alfredo, un ingeniero de Río de Janeiro.

Al final, lo que ha funcionado una vez más es el ‘jeitinho’, esta capacidad de los brasileños de resolver mágicamente cualquier problema en el último minuto. También ha sido muy decisiva la llamada ‘gambiarra’, es decir, el arte de la improvisación y la enorme creatividad que han permitido, por ejemplo, deslumbrar al mundo durante una ceremonia de apertura que costó unos 50 millones de reales (14,2 millones de euros), un 85% menos que la de Londres.

“Teníamos un presupuesto muy por debajo de la expectativa para un espectáculo de este nivel, pero estamos acostumbrados a este tipo de problemas”, contó Daniela Thomas, co-directora del show que encandiló a los espectadores de todo el mundo. “Es el espíritu de la ‘gambiarra’: cuando no tenemos con qué hacer, pero tenemos que hacer, entonces lo hacemos. ‘Gambiarra’ es todo, es pura creación”.

Hay un dicho en Brasil que sintetiza en cuatro palabras el optimismo característico de un pueblo acostumbrado a lidiar con muchas dificultades y con un estado de crisis permanente: “Tudo vai dar certo”, lo que viene a ser “todo al final sale bien”. Esta frase se adapta perfectamente a la organización de los Juegos Olímpicos, que lejos de haber sido los más perfectos de la historia, tampoco han sido tan desastrosos como los más agoreros auguraban.

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