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Reino Unido redescubre la restricción presupuestaria
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Juan Ramón Rallo

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Reino Unido redescubre la restricción presupuestaria

Con un déficit desbocado, o inflación o subidas de tipos. Finalmente, han optado por contener ese déficit para que no haya tanta inflación y tanta subida de tipos

Foto: La primera ministra británica, Liz Truss. (Reuters/Pool/Daniel Leal)
La primera ministra británica, Liz Truss. (Reuters/Pool/Daniel Leal)
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Entre 2012 y 2021, la teoría monetaria moderna (TMM) consiguió muchos adeptos entre el público general porque sus enunciados parecía que encajaban con la realidad: los Estados con soberanía monetaria podían financiarse creando unidades de su propia moneda sin que tuvieran que preocuparse demasiado por ningún tipo de restricción presupuestaria. Como mucho, habría que preocuparse por las restricciones reales del conjunto de la economía, es decir, que una vez alcanzado el pleno empleo de los recursos, los estímulos adicionales al gasto agregado sí podrían tener un carácter inflacionista: pero, fuera del escenario de pleno empleo, no había nada que temer.

A partir de 2021, empero, ya hemos comprobado que eso no es así. Cuando existe un desequilibrio entre oferta y demanda de dinero (no necesariamente ocasionado por la política monetaria, sino que también podría venir causado por la política fiscal, o incluso por ninguna de ellas), entonces de nada sirve decir que el gobierno de turno se puede financiar creando mucha más moneda y que puede seguir despreocupándose de sus restricciones presupuestarias. Si, manteniéndose el desequilibrio entre oferta y demanda de dinero, el Estado crea más unidades monetarias no demandadas por el sector privado, la inflación subirá todavía más, lo que a todos los efectos equivale a un impuesto (sin legislación asociada) sobre todos los ciudadanos para pagar el sobregasto; si, en cambio, el Estado desea combatir la inflación, tendrá que subir los tipos de interés para reabsorber parte del exceso de moneda en circulación y que esta no presione los precios al alza: pero si sube los tipos de interés (para pedir prestada el exceso de moneda y aparcarla), entonces el gobierno deberá financiarse a esos mayores tipos de interés y no creando más moneda (pues esto último solo obligaría, si es que de verdad se quiere combatir la inflación, a subir todavía más los tipos de interés para reabsorber ese nuevo exceso de moneda creado).

Foto: Protesta frente a la conferencia del Partido Conservador en Birmingham. (EFE/EPA/Tolga Akmen) Opinión

Estas lecciones tan elementales, que algunos trataron de negar durante los años en los que la demanda de dinero era muy superior a su oferta (de modo que no había un problema de inflación sino, más bien, de deflación) se están ahora rebelando contra los gobiernos decididos a soslayarlas. El caso más sonado hasta el momento ha sido el de Reino Unido: el nuevo Gobierno de Liz Truss entró cual elefante en una cacharrería disparando el gasto público y recortando impuestos, lo que obviamente implicaba una mayor emisión de deuda pública o una mayor emisión de moneda. El resultado fue la depreciación de la libra y la depreciación del bono británico (subida de tipos).

Finalmente, el Gobierno de Truss ha tenido que dar marcha atrás no solo a su plan de bajar impuestos, sino también a parte de su plan de incrementar los gastos. ¿Y por qué ha tenido que dar marcha atrás? Porque, por mucha “soberanía monetaria” que tengan, no son realmente soberanos para generar nueva moneda y que esa moneda penetre en el mercado a un valor estable. Pueden controlar la cantidad, no la calidad. Así que, con un déficit desbocado, o inflación o subidas de tipos. Finalmente, han optado por contener ese déficit para que no haya tanta inflación y tanta subida de tipos.

Foto: La primera ministra británica, Liz Truss (Reuters/Daniel Leal)

Pero no creamos que solo Reino Unido se halla vinculado por esa lógica económica tan elemental: también la eurozona y EEUU (cada uno de ellos con su demanda y oferta relativa de pasivos estatales) se enfrentan a semejante restricción presupuestaria: y o bien recortan el déficit público (más impuestos y menos gastos), o bien suben mucho más los tipos de interés o bien castigan con mucha más inflación a su población. En cualquier caso, la restricción presupuestaria se terminará imponiendo aun cuando algunos no quieran enterarse.

Entre 2012 y 2021, la teoría monetaria moderna (TMM) consiguió muchos adeptos entre el público general porque sus enunciados parecía que encajaban con la realidad: los Estados con soberanía monetaria podían financiarse creando unidades de su propia moneda sin que tuvieran que preocuparse demasiado por ningún tipo de restricción presupuestaria. Como mucho, habría que preocuparse por las restricciones reales del conjunto de la economía, es decir, que una vez alcanzado el pleno empleo de los recursos, los estímulos adicionales al gasto agregado sí podrían tener un carácter inflacionista: pero, fuera del escenario de pleno empleo, no había nada que temer.

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