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Tribuna
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El euro digital es clave para lograr una mayor autonomía estratégica
Potencias como China e India avanzan con sus monedas digitales para reforzar su soberanía en pagos y protegerse de la dependencia del dólar. Aquí tampoco Europa se puede quedar atrás
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En un mundo donde la tecnología y la geopolítica se entrelazan cada vez más, los pagos y las monedas digitales han dejado de ser simples herramientas financieras y se han convertido en piezas fundamentales para lograr mayor soberanía en la era digital. Tanto es así que el proyecto del euro digital es considerado una infraestructura crítica para la Unión Europea, y así lo defienden tanto la Comisión y ahora también el Consejo de la UE. Hace pocos días, los ministros de Finanzas de los países del euro dieron su respaldo político a este proyecto al acordar los procedimientos necesarios para establecer límites de tenencia para el euro digital. Se habla de unos 3.000 euros, aunque la cifra todavía no está decidida. Lo que está claro es que será una codecisión entre el Eurogrupo y el BCE, como no podría ser de otra manera.
Este acuerdo marca un claro avance en la gobernanza hacia un dinero soberano europeo digital. Ahora corresponde al Parlamento Europeo debatir el proyecto y comenzar el proceso de ajustes y enmiendas. El objetivo es alcanzar un acuerdo político entre el Consejo, el Parlamento y la Comisión antes de fin de año para cerrar la fase legislativa y permitir la preparación técnica por el Eurosistema. Hacia finales de octubre está previsto un informe clave del Parlamento Europeo a cargo del rapporteur español Fernando Navarrete, que abrirá el debate todavía más y será un buen momento para explicar los aspectos que hacen del proyecto una necesidad estratégica y en qué puede beneficiar a los ciudadanos.
En la era de la digitalización, la capacidad de un Estado o una unión monetaria de controlar y garantizar el acceso a su propia moneda en formato digital es tan importante como la defensa de sus fronteras físicas o la seguridad de su red eléctrica. Los pagos son el sistema nervioso de la economía, y dejarlos en manos de actores privados o de infraestructuras extranjeras supone un riesgo dado los cambios geopolíticos que estamos viviendo. Potencias como China e India, y otros conjuntos de países como la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), avanzan con sus monedas digitales para reforzar su soberanía en pagos y protegerse de la dependencia del dólar. Aunque ya es una frase manida, lo cierto es que, aquí tampoco Europa se puede quedar atrás.
Pero más allá de la necesidad estratégica, hay que asegurarse de que el proyecto sea claro y transparente para la ciudadanía. La conversación pública sobre el euro digital arrastra malentendidos recurrentes, como que se impondrá por ley, que sustituirá al efectivo o que servirá para vigilar a los ciudadanos. El tema es técnico y de difícil comprensión para el ciudadano medio, pero conceptualmente, el euro digital no es más ni menos que la prolongación del efectivo en el espacio digital, y en el curso de su diseño muchos esfuerzos van dirigidos a integrar tres elementos importantes para los ciudadanos: voluntariedad, gratuidad y privacidad.
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Garantías de diseño: voluntariedad, gratuidad y privacidad
Lo primero que hay que destacar es que el euro digital será voluntario. Podrá, además, utilizarse mediante un monedero específico o integrado en la aplicación de la entidad financiera, y existirá una aplicación pública básica propia del Eurosistema para quien prefiera una opción neutra. Será gratuito para los usuarios finales —a la hora de abrir y mantener el monedero, y efectuar pagos cotidianos— y para los comercios operará con comisiones razonables y transparentes bajo supervisión del Eurosistema y sobre una infraestructura pública que garantizará la interoperabilidad paneuropea y el acceso universal. El euro digital será, por lo tanto, moneda de curso legal igual que el efectivo desde Finlandia hasta Portugal.
La privacidad, en los pagos online, será equiparable a la bancaria, con separación estricta entre identidad y datos de uso, lo que impide el perfilado individual por parte del Eurosistema o de los intermediarios. La funcionalidad offline añade, además, una capa diferencial: permite pagos sin conexión con un nivel de protección de la privacidad similar al efectivo, de modo que la validación se realiza localmente en el dispositivo del usuario sin exponer información a terceros. Esto es importante recalcarlo, y refuerza la idea de que el euro digital es la prolongación del efectivo en el espacio digital.
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Apoyo potencial y lagunas de información
La polarización y el rechazo que se puede ver en redes contrastan con los datos disponibles. El Bundesbank publicó en junio de 2024 los resultados de una encuesta representativa (2.012 personas, abril de 2024) y la mitad de los encuestados declararon que podrían imaginarse usar el euro digital como opción adicional. Es una cifra bastante alta en un país, Alemania, donde la privacidad es un valor cardinal. Eso sí, solo el 41% había oído hablar del proyecto. Otro dato significativo es que el 72% de los encuestados considera importante que se base en infraestructura europea; y el 63% valora que sea un medio de pago público. La privacidad emergió como prioridad central: más de tres cuartas partes la calificaron de muy importante/importante y el 59% otorgó esa importancia a la versión offline. Persisten, no obstante, malentendidos: el 15% creyó que reemplazaría el efectivo; el 16% lo confundió con una criptomoneda. El diagnóstico sugiere que existe un espacio de aceptación si se precisan objetivos, garantías y funcionamiento.
Infraestructura necesaria… pero no suficiente
El euro digital – si finalmente se lleva a cabo, que todo parece indicar que sí, porque el apoyo entre los jefes de Estado y de Gobierno de la UE es unánime – reforzará la autonomía europea en pagos y aportará resiliencia, estándares comunes e igualdad de condiciones, de manera compatible con sistemas de pago instantáneos y minoristas como Bizum y sus otros equivalentes europeos. Sin embargo, por sí solo no resuelve la carencia estructural del euro como moneda internacional: la ausencia de un activo seguro paneuropeo de gran escala, o en otras palabras, un eurobono que pueda competir con el bono del tesoro de los EEUU. Sin emisión conjunta de deuda, es decir, una capacidad fiscal permanente que prolongue los fondos Next Generation EU, que financie bienes públicos europeos —energía y redes, defensa, deep tech, infraestructura crítica, incluida la ciberseguridad— y sin completar la unión bancaria y la unión de mercados de capitales, seguirá faltando el músculo financiero que sostiene a las grandes monedas.
Esta es la tesis central del informe que acabamos de publicar con Paola Subacchi en el Centro de la Gobernanza del Cambio en la IE University titulado European Monetary Sovereignty in the Digital Age y donde argumentamos que el euro digital es condición necesaria, pero no suficiente para una mayor soberanía monetaria de la UE. Creemos que la combinación de infraestructura de pagos pública y gratuita con escala financiera tanto pública como privada (eurobonos, y mercados más profundos) es la vía para que el euro gane atractividad internacional, retenga ahorro europeo y reduzca la dependencia de activos seguros en dólares.
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El primer paso ahora es cerrar el reglamento del euro digital con las garantías que se han marcado desde el inicio —voluntariedad, gratuidad y privacidad, incluida la posibilidad de uso offline—, de modo que queden blindadas por mandato legal. Ese será el punto de partida para que los ciudadanos lo perciban como un instrumento confiable y verdaderamente suyo.
El reto será entonces consolidar la confianza no solo de los ciudadanos, sino también de las empresas, asegurando que el euro digital se perciba como un bien público al servicio de todos. Su éxito dependerá de la capacidad de combinar innovación privada e iniciativa pública en un mismo proyecto europeo. Como recordó el comisario Valdis Dombrovskis en un evento organizado por el Bundesbank, "la cuestión política no es si debemos promover los pagos privados o el euro digital, sino cómo podemos fomentar ambos". El desafío, en definitiva, es construir un ecosistema en el que el euro digital refuerce tanto la autonomía estratégica de Europa como la confianza de quienes lo usarán cada día.
*Miguel Otero es investigador principal en el Real Instituto Elcano, director de investigación en el Center for the Governance of Change en el IE y profesor en la School of Politics, Economics & Global Affairs del IE. Anteriormente, fue profesor de la ESSCA School of Management de París y la Universidad de Oxford e investigador en la London School of Economics. Es doctor en economía política internacional por la Universidad Oxford Brookes.
*Gonzalo Rodríguez es asistente de investigación en el Center for the Governance of Change de IE University. Anteriormente, trabajó en el Parlamento Europeo como asistente parlamentario y fue técnico de relaciones institucionales en la consultora RV Estrategia. Es también cofundador de Equipo Europa, una asociación juvenil que promueve el compromiso europeo en España. Es graduado en Relaciones Internacionales y Economía por la Universidad Rey Juan Carlos y máster universitario en Negociación y Resolución de Conflictos.
En un mundo donde la tecnología y la geopolítica se entrelazan cada vez más, los pagos y las monedas digitales han dejado de ser simples herramientas financieras y se han convertido en piezas fundamentales para lograr mayor soberanía en la era digital. Tanto es así que el proyecto del euro digital es considerado una infraestructura crítica para la Unión Europea, y así lo defienden tanto la Comisión y ahora también el Consejo de la UE. Hace pocos días, los ministros de Finanzas de los países del euro dieron su respaldo político a este proyecto al acordar los procedimientos necesarios para establecer límites de tenencia para el euro digital. Se habla de unos 3.000 euros, aunque la cifra todavía no está decidida. Lo que está claro es que será una codecisión entre el Eurogrupo y el BCE, como no podría ser de otra manera.