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La aritmética como antídoto contra los ataques al Rey
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La aritmética como antídoto contra los ataques al Rey

La pedagogía constitucional de Felipe VI fue para los compañeros de viaje de Sánchez como la luz para los vampiros

Foto: Felipe VI, en su tradicional mensaje de Navidad. (EFE/Pool/Ballesteros)
Felipe VI, en su tradicional mensaje de Navidad. (EFE/Pool/Ballesteros)
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La pedagogía constitucional de Felipe VI fue para los compañeros de viaje de Pedro Sánchez como la luz para los vampiros. Como una noche para ranas y sapos. Dijo el Rey en su mensaje navideño que fuera de la Constitución solo reina la arbitrariedad y la charca plurinacional e independentista croó contra la monarquía. Con la intención anunciadora de su inevitable caída. Por antigua. Y, sobre todo, por españolista.

Menos lobos.

Adelante la aritmética como palanca desactivadora de una falsa impresión porque una docena de fuerzas contrarias al vigente orden constitucional sincronicen sus arremetidas verbales contra el jefe del Estado. Representan unos cuatro millones y medio de españoles, votantes de fuerzas independentistas y partidos asociados a la amalgama de Sumar.

Enfrente, más de 20 millones de ciudadanos que votan solo a tres partidos. Los preferidos en las urnas por el pueblo soberano (PP, PSOE y Vox, por ese orden). Y los tres están muy conformes con el papel asignado a la monarquía en la Constitución de 1978, abrumadoramente respaldada por unos españoles tan sedientos de libertad como los que habían respaldado la de 1931.

Aquellas aspiraciones republicanas fructificaron en forma de monarquía parlamentaria. Son las mismas. Y si hoy levantara la cabeza don Manuel Azaña, se reconocería en la España pacificada, tolerante, plural, laica, descentralizada y valorada como una de las 23 democracias más avanzadas del mundo.

Lo de los independentistas es otra cosa. Simplemente, no quieren ser españoles y están en su derecho de decirlo. Pero que no lo disfracen de republicanismo. Todos los intentos segregacionistas en Cataluña se perpetraron contra el régimen republicano, excepto el de 2017 (Véase “La querencia catalana por la monarquía”, Henry Kamen, El Mundo, 29 de octubre de 2019). Ni hablen en nombre de todos los ciudadanos de sus respectivos territorios. Y aquí me remito de nuevo a la aritmética, que es abrumadora en el más reciente paso de los catalanes por las urnas.

Foto: El Rey Felipe VI, durante el Mensaje de Navidad. (EFE/Ballesteros) Opinión
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Dígase todo ello como antídoto contra el estupor que causa oír a ese cráneo privilegiado que ha calificado el mensaje de Felipe VI de “españolista”, mientras el presidente de la Generalitat y los dirigentes de ERC realizaban la tradicional ofrenda floral ante la tumba de Macià (cementerio de Montjuic), que antes de morir de apendicitis y ser presidente de la Generalitat (1932-33) era teniente coronel del Ejército español.

El independentismo debería amplificar las advertencias del Rey frente a los riesgos de la confrontación entre poderes del Estado. Jugaría a su favor si los temores se confirmaran. Pero no es el caso. Además, las biliosas reacciones contra el Rey tampoco derogan el justo y necesario canto a los valores constitucionales que se desprende del mensaje navideño. A esas reacciones les falta cobertura democrática para formar una masa crítica capaz de cuestionar la continuidad de la institución.

Me quedo con la acertada defensa de nuestra Carta Magna en boca de Felipe VI. Es el momento de recordar a los representantes del pueblo soberano que solo la partitura constitucional nos protege de las subversivas salidas de tono teatralizadas por quienes, absurdos y enredadores, forman parte de la vigente ecuación de poder pastoreada de aquella manera por Pedro Sánchez.

La pedagogía constitucional de Felipe VI fue para los compañeros de viaje de Pedro Sánchez como la luz para los vampiros. Como una noche para ranas y sapos. Dijo el Rey en su mensaje navideño que fuera de la Constitución solo reina la arbitrariedad y la charca plurinacional e independentista croó contra la monarquía. Con la intención anunciadora de su inevitable caída. Por antigua. Y, sobre todo, por españolista.

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