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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Defensión de la Cultura

Si descuidamos aquello que nos hace únicos, nos volvemos vulgares y me temo que no habrá un rayo de luz milagroso que venga a salvarnos como en la Batalla del Sotillo

Foto: Vista de la Iglesia de la Cartuja de Santa María de la Defensión, en Jerez de la Frontera. (Wikimedia)
Vista de la Iglesia de la Cartuja de Santa María de la Defensión, en Jerez de la Frontera. (Wikimedia)

La Cultura es chiquitita.

A nivel administrativo siempre se empequeñece, casi siempre queda a la sombra de otras parcelas con más rédito, público y privado.

Después de una más que aceptable gestión de Patricia del Pozo y su equipo al frente de la Consejería de Cultura en la pasada legislatura, en este nuevo ciclo político de mayoría absoluta de Juanma Moreno se ha relegado de nuevo a la Cultura a un segundo plano. Palmadita en la espalda, sonrisa forzada y paso atrás. Minúscula tras la gallina de los huevos de oro.

Foto: Vista del Monasterio de Santa María de las Cuevas. (EFE/José Manuel Vidal) Opinión
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Me van a permitir la exageración, pero eliminar la Consejería de Cultura, con entidad propia, en Andalucía, es como quitarle una columna de Hércules al escudo de la blanca y verde.

Con lo bonito que debe ser para un consejero, señor Bernal, llegar a trabajar dando un paseo por Santa María la Blanca, en la judería de Sevilla, y despachar asuntos de gobierno en el Palacio de Altamira, que hunde sus raíces en época almohade y que acumula siglos y belleza a partes iguales.

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Arte, Historia, Patrimonio, Cultura. Con las mayúsculas de todo aquello que ha dejado huella indeleble en las vidas de las generaciones pasadas y que debe seguir dejando en las venideras. Oigan, que es una gran responsabilidad la que tienen como garantes del patrimonio de una región que es madre de una cultura milenaria.

Allá por el mes de febrero, cuando me presentaba en este rincón con mis lirios de la diosa Astarté, yo les prometía llevarles a descubrir lugares extraordinarios de Andalucía, contarles historias que les hicieran viajar en el tiempo y descubrir cuánto de lo que somos como pueblo está escrito con el lenguaje del Arte y la Historia. Conocer para valorar, valorar para amar.

Si hay un sitio que reúne estas cualidades y tiene su carnet de testigo de nuestra historia, esa es la Cartuja de Santa María de la Defensión en Jerez de la Frontera.

placeholder Portada de la Cartuja de Jerez de la Frontera. (Wikimedia)
Portada de la Cartuja de Jerez de la Frontera. (Wikimedia)

Resulta realmente abrumador el lugar. Te pega un revolcón sensorial y te deja sumido en la pequeñez del que se asoma a mirar el firmamento en una noche de verano.

La etiqueta de lugar de leyenda es más que justa. Hay que remontarse a 1370, a un paraje en el que confluyen el río Salado y el Guadalete, a escasos 4 kilómetros de Jerez, donde tiene lugar una escaramuza tornada en batalla épica por la historiografía local, que no es otra que la Batalla del Sotillo.

Hay que irse de Jerez al Metropolitan de Nueva York para contemplar la forma magistral en que el extremeño Francisco de Zurbarán plasmó el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes y que se saldó con la victoria cristiana gracias a la intervención de la Virgen que proyectó una luz dorada sobre las riberas del río, desarmando de esta forma la emboscada preparada por el enemigo.

placeholder 'El milagro del Sotillo', de Zurbarán. (MOMA de Nueva York)
'El milagro del Sotillo', de Zurbarán. (MOMA de Nueva York)

En recuerdo de aquel milagro, se levantó una primitiva ermita en acción de gracias a la Virgen por su defensión de los cristianos jerezanos y, casi un siglo después, sobre aquel lugar, se levantó la imponente Cartuja jerezana.

La portada exenta es una declaración de intenciones en lenguaje renacentista, firmada por el arquitecto jerezano Andrés de Ribera en 1571. Concebida como un arco de triunfo, hasta hace muy pocos años no podían acceder mujeres, cumpliendo una de las reglas de los monasterios cartujos.

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Dicen quienes gustan de ponerle colorines a la historia que, en cierta ocasión, una mujer de la realeza quiso visitar el monasterio. Tratándose de persona regia, no pudieron más los monjes que dejarla pasar, aunque se las ingeniaron para ir tras la señora marcando con tiza las baldosas que esta iba pisando con el objetivo de cambiarlas y que no quedara ningún vestigio del paso de aquella mujer por los pasillos cartujos. “Aquí nunca ha pisado una mujer” dicen que sentenció el superior de la orden sin saber que, con el tiempo, los destinos de aquel lugar estarían regidos por mujeres, las Hermanas de Belén.

No termina el esplendor artístico en la monumental portada principal, sino que vuelve a sorprendernos en la extraordinaria fachada de la iglesia, con ADN barroco en su composición a modo de retablo.

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Miren si es legendario este sitio que fue hasta lugar de retiro de un espía al servicio de la Alemania nazi. Un espía o un titiritero de los placeres mundanos que se las ingenió para sacarle dinero a los nazis a cambio de informaciones que tenían la trascendencia de un folleto de publicidad en el buzón. Un artista de la pista que, quizá queriendo purgar pecados inconfesables y habiendo exprimido al límite la vida sin ataduras, llegó anhelando un tratamiento de paz, silencio y meditación.

Ya para entonces había perdido la Cartuja muchas de las extraordinarias obras de arte que albergaba en su interior. Los estragos de la desamortización. La mayor parte de las pinturas que hizo Zurbarán para el retablo mayor se encuentran en el Museo Provincial de Cádiz. Otras se reparten entre Grenoble (Francia), Poznan (Polonia) y la citada del MOMA neoyorkino.

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“Fíjate que soy de aquí y no sabía que teníamos esta joya”, me repite una de cada tres personas a las que enseño Sevilla (pónganle el nombre de cualquier ciudad monumental andaluza) colaborando como guía en una ciudad entregada al turismo, que no tiene que ser necesariamente malo si tenemos presente que quien viene a Andalucía, más allá de sol y playa, lo hace por un patrimonio cultural por el que hay que velar desde las instituciones.

Si descuidamos aquello que nos hace únicos, nos volvemos vulgares y me temo que no habrá un rayo de luz milagroso que venga a salvarnos como en el Sotillo.

La Cultura es chiquitita.

Juanma Moreno Historia Arte Noticias de Andalucía