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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Vox está sufriendo un ataque de pánico

Temen una escisión por su derecha y ese miedo vale hoy para explicar lo que vienen haciendo y servirá, a la larga, para que no pasen de ser un complemento del Partido Popular

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Borja Sánchez Trillo)
El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Borja Sánchez Trillo)
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La sorpresa no está en que los muchachos de Abascal ayuden groseramente a Podemos. La novedad no está en que la extrema derecha vuelva a serle instrumental al sanchismo. Lo trascendente y lo inédito está en que esta vez Vox está sufriendo un ataque de pánico.

Temen una escisión por su derecha y ese miedo vale hoy para explicar lo que vienen haciendo y servirá, a la larga, para que no pasen de ser un complemento del Partido Popular.

Foto: La ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Chema Moya) Opinión

Quedarse en que han rescatado a Irene Montero, candidata de Pablo Iglesias, es en realidad lo de menos. Pero, desde luego, no es un error y tampoco una improvisación. El movimiento responde a un cálculo. Y el cálculo es consecuencia de una estrategia.

Si han sacado los pies del tiesto precisamente en este asunto, en la zona de la igualdad, es porque pretenden taponar una fuga potencial de bases y de votos. No es casual. Es una señal de debilidad.

Conviene recordar que Macarena Olona tiene el punto de mira ahí, que quiere librar buena parte de su carrera en el terreno de esa guerra cultural. Por eso han tratado de ocupar el espacio antes de que llegue su desembarco. Por eso y porque, además, el PP, por motivos que no alcanzo a adivinar más allá de la negligencia profesional, ha decidido dejarle el terreno completamente libre al populismo reaccionario.

Foto: Abascal, durante la manifestación de hoy en Madrid. (EFE/Sergio Pérez)

Limitarse a apuntar que la bomba fétida de Vox en el Parlamento es una bendición para el sanchismo porque tapa todo lo que huele a podrido en los presupuestos, en la reforma de la sedición y de la malversación —que a buen seguro veremos— es poca cosa a estas alturas. Siempre ha sido así aunque lo más cívico sea no acostumbrarse.

La extrema derecha actúa desde su llegada a la política española como el más eficaz de los pegamentos de la coalición Frankenstein. Siempre han sido la confortable razón moral que invocan los progresistas de salón para tolerar el daño que este Gobierno le está infligiendo a nuestra democracia y a nuestros bolsillos.

La relación implícita que mantienen Sánchez y Abascal es un buen negocio para los dos. No necesitan ni hablar para activar la dinámica que les beneficia mutuamente. Basta con ver los números de las últimas encuestas para comprobarlo.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Borja Sánchez Trillo)
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En la Moncloa eran plenamente conscientes de que las cesiones presupuestarias al nacionalismo, el premio a Bildu y el regalo de la sedición a los de ERC tendrían un coste demoscópico. Por eso lo han juntado todo.

Y en la sede de Vox han visto que en estos días estaba su oportunidad. Saben que nuestra sociedad no ha perdonado al PP lo que ocurrió cuando el golpe. Saben que, cuando el trauma catalán ocupa el primer plano, mejoran las expectativas de Abascal en lugar de las de Feijóo. Y, como lo saben, han actuado.

De manera que han bastado unas pocas palabras feas, intolerables, para que la extrema derecha le lave la cara al sanchismo y para que el PSOE le regale unas décimas de mejora a los de Vox. Truco y trato. Sánchez, como los Lanister, siempre paga sus deudas —Abascal incluido—.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal (i), y el portavoz parlamentario Iván Espinosa de los Monteros en el Congreso de los Diputados. (EFE/Chema Moya) Opinión
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Lo estructural, en cualquier caso, es que la opción de disputarle al PP el liderazgo de la derecha desapareció del tablero el mismo día en que Feijóo fue elegido. El umbral empezó a estrecharse con la llegada de la pandemia, se cerró con la victoria de Ayuso y se evaporó del todo con el resultado de las elecciones andaluzas. Aquel resultado cayó como una losa sobre el partido de Abascal porque le puso techo a todo su proyecto político.

Sin embargo, quedaba el mazazo más duro. Y está llegando en cómodos plazos. El cobro de la factura de una campaña mal planteada, mal diseñada y mal ejecutada a quien, además de sufrirla, fue primero despreciada, luego humillada y finalmente purgada.

Siempre es una equivocación maltratar a quien ha estado en el núcleo de tu equipo, a quien lo sabe todo de ti y de tu organización. Pero, si esa persona tiene espinazo, agenda, capacidad de comunicación y sed de venganza, prepárate porque acabas de sumarte un enemigo dispuesto a perseguirte hasta el último de tus días. No cejará.

Foto: Santiago Abascal, en el Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Villar) Opinión
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Abascal tiene hoy más miedo a Macarena Olona que a Feijóo porque con él no puede competir, pero ella puede partir a Vox en dos. Durante los próximos años, tenga mayor o menor tamaño, seguirá existiendo una bolsa de votantes dispuesta a votar a una opción política situada a la derecha del PP. Eso es bastante seguro. Lo que para nada está garantizado es que esa opción solo pueda tener tres letras.

La sociedad española ha cambiado desde la pandemia. Estamos atravesando un sumatorio de crisis. La posibilidad de que la extrema derecha crezca ya no está tanto en lo identitario como en lo vivencial. Francia lo ha demostrado y también Italia.

El problema está en que los dirigentes de Vox son, en el fondo, un grupo de pijazos de Madrid que está biográfica y sociológicamente incapacitado para entrar a competir políticamente en el territorio de la capacidad de compra, en el carrito del supermercado, en la inflación, en todo este lento desgajarse de las viejas clases medias que estamos sufriendo los europeos.

Foto: El diputado de Vox Víctor Sánchez del Real, durante la última jornada de debate los presupuestos. (EFE/Chema Moya) Opinión
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La ventaja competitiva de Macarena Olona está en que ella puede empatar con cualquiera en dogmatismo, potencia discursiva y, además, vencer a Abascal en la mesa de la cocina que es donde se cuentan las lentejas.

Cualquiera que se detenga un minuto a ver la composición electoral de Vox podrá ver que hay muchos más hombres que mujeres. Si ella entra en la carrera de las generales llegará donde él no llega y podrá ser vibrante donde él no vibra: en el pan nuestro de cada día.

Por eso lo del ataque de pánico. Por eso el salvavidas a Irene Montero es un movimiento defensivo. En la sede de Vox tienen miedo a la escisión. Sus jugadas, su estrategia completa, tienen que interpretarse ya en clave estrictamente defensiva. Las reglas del juego están cambiando. Los viejos análisis ya no valen.

La sorpresa no está en que los muchachos de Abascal ayuden groseramente a Podemos. La novedad no está en que la extrema derecha vuelva a serle instrumental al sanchismo. Lo trascendente y lo inédito está en que esta vez Vox está sufriendo un ataque de pánico.

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