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Ni resurrección ni nada
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Juan José Cercadillo

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Ni resurrección ni nada

Nació Jesús en Belén, actualmente Cisjordania. Se crio en Nazaret, antigua y actual Galilea. Soltó sus discursos en Jerusalén, capital de las religiones en occidente. El Mesías que vino a salvar al mundo nació en polvorín

Foto: Procesión en Madrid. (Antonio Gutiérrez/Europa Press)
Procesión en Madrid. (Antonio Gutiérrez/Europa Press)
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Jesucristo era judío. Sus correligionarios le dejaron colgado. Literalmente. Cuando alguien no te gusta y le haces la cruz, pero a lo bestia. El sanedrín, velador del statu quo, concluyó que el progresismo un tanto hippie del hijo del carpintero había ido demasiado lejos. Luego Jesús se vengó volviendo, precisamente, del más allá al que le acusaron de haber llegado, y resucitó el problema.

Las cuitas con los judíos suelen dar con alguien mal parado porque ellos siempre son de los que no se detienen. Abrieron de par en par el Mar Rojo, tal es su determinación, su storytelling y su forma de labrarse un futuro. Aunque casi siempre con ayuda. En tiempos de dominación romana entregaron al disidente de una tradición de siglos al gobernador interino de la provincia Judea, un cabreo muy hebreo, una solución semita. Se lavó las manos el representante imperialista en oprobio acto público que consumó la pena y pasó a la historia como referente de usar el agua sin mojarse. Nos sigue sonando en estos tiempos imperialistas e impermeables.

Foto: Acto de turismo de Andalucía en Madrid. (EFE)

Nació Jesús en Belén, actualmente Cisjordania. Se crio en Nazaret, antigua y actual Galilea. Soltó sus discursos en Jerusalén, capital de todas las religiones conocidas en occidente. El Mesías que vino a salvar al mundo nació en puto polvorín. Y no es de ahora. Miles de años contemplan luchas de posesiones. Peleas por el agua, por el acceso al mar, por las rutas del comercio, por el tiempo que ya llevan allí, lo que paradójicamente venimos en llamar civilizaciones.

Después de los primeros judíos pastoreados por Moisés hasta la tierra prometida, se la prometieron muy felices, y sin solución de continuidad, asirios, babilonios, persas, griegos, romanos, bizantinos, árabes, cruzados, mamelucos, otomanos, que precedieron a los británicos hasta que lo prometido se hizo deuda y lo convirtieron en Estado con nombre de otro patriarca con rebranding, que debe su nombre al profeta Israel, "AK" Jacob. Demasiada gente en tránsito en un vergel que a fuerza devino en desierto. Algo tendrá aquello, aunque ningún capitalista lo veamos. Fechorías empieza por fe, ahí lo dejo. Historietas, rifirrafes, odios y diferencias cicatrizan las paredes, consolidan grandes muros, delimitan a los guetos de una ciudad que, de reyes, de dioses y otros aspirantes, acaba siendo un infierno.

Foto: Autobuses de la EMT en Madrid. (Europa Press/Eduardo Parra)

Solo han pasado dos mil años y nuestra tradición cristiana sigue con el absurdo de representar los pasos de un filósofo de éxito en tiempos de los romanos. Fit, melenudo, medio rubio -otro milagro para aquellos tiempos y latitudes- y fashion por interés mediático con el devenir de su empresa, pero sobre todo influencer. Inventó el tuit gritando bienaventuranzas desde la montaña.

"Abro hilo: bienaventurados…". Apostados a su lado se los transcribían los apóstoles y se hizo trending topic durante más de dos mil años. Repetimos cada año la última semana de su primera vida. Y a partir del tercer día la historia pasa a esoterismo y consolida su éxito prometiendo nuevas vidas. Cuando el hijo se hace padre con su volver de la muerte, al judaísmo le sale un hijo que llamamos cristianismo. Un retoño que hizo rama del árbol que plantó Abraham que también es la simiente del mismísimo islamismo.

Foto: Salomé a la derecha, lavando a Jesús (Wikipedia)

Demasiado lío todo. Demasiado odio por nada. Si es por la tierra yerma, poco se justifica, si es por tener razón sobre quién habló con Dios es aún menos entendible. Pero en el nombre de Dios matan y no hay quien pare esa rueda, se ve en todos los telediarios que cada vez esto va a más. Las trincheras ideológicas son de las más profundas, pero cavadas con fe son letales.

Tanta manifestación de creencia son formas de dispararse a lo tonto, a los tontos, a los más influenciables. Vemos con normalidad representar el calvario que los judíos aplicaron hace más de dos milenios. Eso sí que podría definirse como "ni olvido, ni perdón". Pero en lugar de ir a menos, parece que va en aumento la afiliación a las formas que me distancien del otro. Pantomimas, extremismos que muchas veces nacen por pura reacción y que hoy están condicionando el mundo, radicalizándolo de nuevo.

Foto: La procesión de la Hermandad de la Paz de Sevilla. (EFE/David Arjona) Opinión
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Sabiendo que no es lo mismo empuñar fusil que cirio, sabiendo que la batalla está más perdida por el lado radical de oriente, a fuerza de haber sembrado durante décadas la pobreza por intereses indecentes, y donde hemos aplicado sin disimulos políticas que han favorecido la sistemática explotación de sus recursos, en tierras que desde aquí calificábamos de infieles, sabiendo que el odio sobrevive incluso a la integración social que llevamos un tiempo intentando, al final de esta Semana Santa me siento muy pesimista.

No lo vamos a arreglar. Es imposible soñar con una sociedad más laica. Los atentados de Rusia criminales e indiscriminados, Trump vendiendo ahora biblias, Gaza siendo aniquilada, África también convencida de que el enemigo es Europa. Bruselas yendo a por uvas, y en España lamentándonos de unos días de lluvia que impiden rememorar la saña de los judíos con nuestro guía espiritual. Ni resurrección, ni nada.

Jesucristo era judío. Sus correligionarios le dejaron colgado. Literalmente. Cuando alguien no te gusta y le haces la cruz, pero a lo bestia. El sanedrín, velador del statu quo, concluyó que el progresismo un tanto hippie del hijo del carpintero había ido demasiado lejos. Luego Jesús se vengó volviendo, precisamente, del más allá al que le acusaron de haber llegado, y resucitó el problema.

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