Matacán
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Habas contadas, el bluf de la izquierda
Si no se modifican las tendencias electorales en los seis meses que quedan hasta las elecciones, toda esta estrategia de las izquierdas españolas tiene el riesgo de acabar en bluf
Premisa inicial: nadie le debe discutir a un trotskista sobre la división de los partidos políticos, las puñaladas internas y las luchas de poder, porque son los mejores en eso, los más reputados. Que nadie cuestione la palabra de un trotskista cuando habla de conspiraciones porque lo llevan en la sangre, en la piel, en el acervo de una historia de persecuciones internas y deslealtades que nadie será capaz de igualar. El fraccionalismo comenzó siendo una acusación contra ellos dentro del movimiento comunista y, al cabo de los años, se ha convertido en una inercia o una forma de ser en política.
Así que ahora que, otra vez, se ha presentado un proyecto ilusionante para sumar a las fuerzas políticas que están a la izquierda (a la izquierda del PSOE, se entiende), recurramos a la mejor sentencia política que se ha dictado al respecto. La dictó, por supuesto, contundente y lapidaria, una reconocida trotskista española, la gaditana Teresa Rodríguez, cuando en las elecciones andaluzas de junio pasado estaban en las mismas que ahora, hablando de la necesidad de unirse para ser más fuertes en las urnas. Con notable eficacia, Teresa Rodríguez despreció las propuestas de unificación de dos sartenazos: “No tengo ningún interés en ponernos a sumar las habas contadas”. Ese es el problema, el riesgo, como veremos: que todo el proyecto de las izquierdas quede reducido aSuma, sí, pero sumar habas contadas, que son las que hay, porque no habrá más, e intentar repartirlas entre todos, que es donde estallan todas las disputas.
De forma general, el cálculo electoral, el diseño estratégico, del PSOE es intentar reeditar en el Congreso la mayoría parlamentaria de la actualidad. Como se viene diciendo desde hace meses, la gran novedad de estas elecciones generales es que el Partido Socialista ya no aspira a ser el partido más votado, consciente de que sigue muy lejos de poder alcanzar de nuevo ese objetivo, sino que su pretensión es que las elecciones las gane el bloque parlamentario que conocemos por Frankenstein. Y para conseguir ese objetivo, ha arropado y fomentado que a su izquierda solo haya una candidatura, otra vez una izquierda unida, liderada por una dirigente política sin los espolones de Pablo Iglesias, sin la mala leche de Podemos, sin la deslealtad de sus dirigentes.
Lo que busca el líder del PSOE es poder mirar a la cara a sus votantes y decirles que ya han encontrado a su izquierda a un semejante, que Yolanda Díaz no le quita el sueño, como le pasaba con Pablo Iglesias. Que Sumar es de fiar y que la legislatura progresista necesita 10 años para que sus reformas se consoliden. En teoría, por lo tanto, si había votantes del PSOE descontentos o desconcertados por haber pactado con Podemos, ya pueden respirar tranquilos porque ese peligro se ha conjurado con Yolanda Díaz, la socia fiel y moderada. Esa es la teoría, sí, pero en política no todo es laboratorio, es más importante la realidad.
Para empezar, los recelos de muchos votantes socialistas que han dejado de votar a este partido, su partido de siempre, no se limitan al acuerdo con Podemos, sino que se producen también por el acercamiento a los independentistas catalanes y a los antiguos socios de ETA en el País Vasco, “los del pañuelo palestino, el forro polar y el flequillo cortado a motosierra”, como los define el presidente del PNV, Andoni Ortuzar. De hecho, lo que no varía en las encuestas que se publican es la certeza de que el votante de las derechas presenta una fidelidad de voto que está muy alejada de la de los partidos de la izquierda. Es decir, cuando se pregunta a los ciudadanos si tienen decidido cambiar de partido político o votar al mismo que en las últimas elecciones, en torno al 80% contesta afirmativamente, en el caso de las derechas, y en torno al 60%, en las izquierdas.
La menor fidelización del voto de los partidos de izquierda, lo que nos está indicando, además del descontento social con el Gobierno, es que no es posible pensar en un trasvase de votos desde otras opciones políticas, como sí ocurre con los votantes socialistas que han comenzado a votar a los populares. Andalucía fue un claro ejemplo de ello y las encuestas más favorables para el PSOE le están indicando que, ahora mismo, un 10% de sus votantes de 2019 está decidido a cambiar su voto para dárselo a la derecha.
La lógica más elemental nos llevaría a pensar, a partir de aquí, que, sin aportaciones de voto nuevo, cualquier operación política que se plantee es un ejercicio de suma cero. Ocurre, además, que por muy pretenciosa que sea la escenografía y por grandilocuentes que sean los discursos, la realidad es que la nueva plataforma de Yolanda Díaz está lejos, muy lejos, de la convulsión política y social que supuso Pablo Iglesias con su proyecto inicial de Podemos, a partir de 2014. Aquella presentación sí que removió todas las estructuras políticas de España y levantó expectativas de poder ganar unas elecciones generales, con el PSOE arrinconado y el Partido Popular hundido. Con el paso de los años, ocurrió lo que ocurrió, y Podemos y su líder quedaron reducidos a la caricatura gruñona que vemos ahora, pero eso no le resta verosimilitud a la comparación entre Yolanda Díaz y Pablo Iglesias como líderes políticos.
La política gallega puede servir, en todo caso, para evitar que se pierdan más escaños en la izquierda, por la dispersión del voto, pero no contribuye a atraer nuevos votantes a la izquierda, como sí ocurrió con Podemos en su primera época, aquel partido que superaba los cinco millones de votos, a escasa distancia del PSOE. La única modificación que puede propiciar la llegada de Yolanda Díaz como líder es el trasvase de votos entre la izquierda, ya sea de votantes antiguos de Podemos hacia Sumar o incluso del propio Partido Socialista, por el descrédito que acumula el presidente Pedro Sánchez. Pero eso, como decía la trotskista, es ponerse a sumar habas contadas. Con lo cual, si no se modifican las tendencias electorales en los seis meses que quedan hasta las elecciones, toda esta estrategia de las izquierdas españolas tiene el riesgo de acabar en bluf.
Premisa inicial: nadie le debe discutir a un trotskista sobre la división de los partidos políticos, las puñaladas internas y las luchas de poder, porque son los mejores en eso, los más reputados. Que nadie cuestione la palabra de un trotskista cuando habla de conspiraciones porque lo llevan en la sangre, en la piel, en el acervo de una historia de persecuciones internas y deslealtades que nadie será capaz de igualar. El fraccionalismo comenzó siendo una acusación contra ellos dentro del movimiento comunista y, al cabo de los años, se ha convertido en una inercia o una forma de ser en política.
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