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Morfología del gran jefe y la pichona
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Javier Caraballo

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Morfología del gran jefe y la pichona

Todos los escándalos políticos, con independencia de cuál haya sido el destino final de cada uno de ellos, nos han dejado una jerga muy interesante sobre la parte oculta de la política

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a su mujer Begoña Gómez. (EFE/Archivo/Borja Sánchez-Trillo)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a su mujer Begoña Gómez. (EFE/Archivo/Borja Sánchez-Trillo)
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El enfado del gran jefe y la inocencia de la pichona. El gran jefe es el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, y la pichona es su mujer, Begoña Gómez. En la historia judicial de la democracia española, todos los escándalos políticos, con independencia de cuál haya sido el destino final de cada uno de ellos, nos han dejado una jerga muy interesante sobre la parte oculta de la política. Qué lenguaje utilizan, qué expresiones y cómo se hablan entre ellos. La jerga se contiene siempre en los pinchazos telefónicos en los que se les sorprende hablando sin corsés de corrección, diciéndose las cosas como realmente las sienten. Pues bien, de ese extraordinario patrimonio de la jerga política, nos llegan ahora esas dos denominaciones, el gran jefe y la pichona, que merecen un análisis morfológico, siempre respetuoso, para entender su verdadero significado.

La frase completa para analizar es la siguiente: “El gran jefe ha pegado un puñetazo en la mesa y te lo dice a gritos si es necesario, que su mujer puede ser una pichona, pero que no es una corrupta”. El autor de la cita es un empresario investigado por un asunto turbio, de fraudes y blanqueo de capitales y, por eso, la Policía tenía su teléfono intervenido. La investigación al empresario no tiene nada que ver con el presidente del Gobierno, pero los destinos de ambos se cruzan cuando el PSOE acude a él para que ayude a Pedro Sánchez en la ‘guerra’ que quiere declarar en defensa de su mujer. Ese es el ‘puñetazo en la mesa’, que se expresa con una orden taxativa, pronunciada a continuación: “¡Hay que acabar con esto!”.

Detengámonos ahí; dos cosas al respecto. La primera, el momento al que se refiere, que es uno de los ‘agujeros negros’ de esta legislatura, y hasta del reciente periodo democrático: lo que ocurrió en los cinco días en los que Pedro Sánchez simuló que estaba decidido a presentar su dimisión, por el dolor que le producía ver cómo acusaban a su mujer de aprovecharse de su lugar en la Moncloa. Por lo que se sabe ahora, gracias a ese audio, no había nada de abatimiento en el presidente Sánchez en aquellos días, sino todo lo contrario, un ataque de ira, de rabia y determinación para iniciar una guerra total contra aquellos que habían osado poner en duda la legalidad de las actividades privadas a las que se dedicaba su esposa. Recordemos que todo esto se produce porque un juez de Madrid había admitido a trámite una denuncia contra su mujer, Begoña Gómez. Es decir, en aquel momento, ni siquiera se sabía si la denuncia iba a prosperar, si la mujer acabaría acusada formalmente o si las informaciones iniciales de El Confidencial podían tener continuación o se quedaban ahí, en lo ya publicado. Solo era eso, una denuncia admitida a trámite, pero la reacción de Pedro Sánchez fue como si unos sicarios hubieran secuestrado a Begoña y le estuvieran chantajeando.

Cuando vemos a Pedro Sánchez en los mítines de fin de semana, con su camisa vaquera ajustada y la sonrisa pintada en los labios, es difícil imaginarlo iracundo, dando un puñetazo en la mesa, pero ya vemos que el hombre también es así. Por eso lo llaman, con reverencia y temor, “el gran jefe”, debidamente adjetivado; no un ‘jefe’ sin más, sino alguien mayor, grande, máximo, inalcanzable. El ‘gran timonel’ le decían a Mao Zedong y el ‘one’, o ‘dios’, a Felipe González, y todos los apelativos tienen un único significado, un liderazgo incontestable. Pues ese es Pedro Sánchez, el gran jefe que tiene arrebatos de ira capaces de hacer temblar al más calmado.

Centrémonos ahora en la segunda parte de la frase, la referida a la mujer del presidente, Begoña Gómez, y pasemos por alto lo más evidente de todo esto, el cinismo de ver cómo este pretendido adalid de la lucha contra la desinformación y los bulos se pone en manos de un empresario investigado por fraude, para que le suministre información comprometedora contra periodistas y jueces. Vamos al final de la frase: “Puede ser una pichona, pero no es una corrupta”. Lo fundamental de esa expresión es el condicional que se emplea, ‘puede ser una pichona’. Es una formulación retórica habitual, cotidiana, en muchas de nuestras conversaciones, cuando intentamos exculpar a alguien de alguna acusación con un reconocimiento previo de alguno de sus defectos. Por ejemplo, pensemos en un tipo, arrogante y chulesco, que ha sido acusado de maltratar a un compañero de trabajo. En un caso así, quien le quiere defender, diría: “puede ser un gilipollas, pero no un maltratador”. Pues en ese sentido está expresado el condicional en la frase sobre Begoña Gómez.

Pero ¿qué quiere decir pichona? En el diccionario del español actual de la Fundación BBVA es donde encontramos una descripción más completa del término. De todas sus posibles acepciones, la que, sin duda, se emplea en esa frase es la de “persona inocente o fácil de engañar”. Eso es lo que se intenta transmitir: “Puede ser que Begoña sea muy inocente, una mujer fácil de engañar, pero no es una corrupta”. De hecho, prescindiendo de la primera parte, es lo que vienen repitiendo todos los portavoces socialistas desde el puñetazo en la mesa de Pedro Sánchez: “Begoña Gómez es inocente”.

Foto: La presidenta del PSOE, Cristina Narbona, el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán. (Europa Press/Carlos Luján)

Nada extraño, por otro lado, nada que sea exclusivo del presidente del Gobierno y de su esposa, porque todos los días desfilan por los juzgados muchas personas, miles de ciudadanos españoles, que han sido acusados de delitos de los que se consideran inocentes. Con lo cual, hablamos de un sentimiento respetable y común, el de sentirse inocente, que cuando se vive en un Estado de derecho solo tiene un recorrido: la confianza en la Justicia y la defensa legal en los tribunales para desmontar la falsedad de las acusaciones; es decir, lo contrario de lo que ha hecho Pedro Sánchez.

En un Estado de derecho, lo único que no procede es que el presidente del Gobierno sea quien decrete la inocencia de su mujer, como un ser supremo investido de impunidad, y que ordene, de inmediato, la persecución de todo aquel, jueces o periodistas, que lo ponga en duda. Si Begoña Gómez, como se puede deducir de esa frase, ha podido ser engañada por alguien que aspiraba a conseguir favores de la Moncloa, ya determinarán los tribunales de Justicia si ese comportamiento reviste gravedad penal o si, por el contrario, ni siquiera puede sustentarse como una grave negligencia que deriva en un trato de favor. Pero ni puñetazos en la mesa ni órdenes oscuras de ‘acabar con esto’. De eso, nada. Aunque quienes lo aclaman le llamen ‘gran jefe’ y exculpen a su mujer de todo lo ocurrido por pichona.

El enfado del gran jefe y la inocencia de la pichona. El gran jefe es el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, y la pichona es su mujer, Begoña Gómez. En la historia judicial de la democracia española, todos los escándalos políticos, con independencia de cuál haya sido el destino final de cada uno de ellos, nos han dejado una jerga muy interesante sobre la parte oculta de la política. Qué lenguaje utilizan, qué expresiones y cómo se hablan entre ellos. La jerga se contiene siempre en los pinchazos telefónicos en los que se les sorprende hablando sin corsés de corrección, diciéndose las cosas como realmente las sienten. Pues bien, de ese extraordinario patrimonio de la jerga política, nos llegan ahora esas dos denominaciones, el gran jefe y la pichona, que merecen un análisis morfológico, siempre respetuoso, para entender su verdadero significado.

Pedro Sánchez Begoña Gómez
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