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El edificio más insólito de Madrid es un frontón de 1894
Oculto en el barrio de Chamberí, el Beti-Jai ultima los trabajos de rehabilitación impulsados por el Ayuntamiento y representa un ejemplo extraordinario de la arquitectura neomudéjar
Cuesta trabajo creer que el número 7 de la calle Marqués de Riscal aloje un frontón inaugurado en… 1894. La fachada neoclásica del inmueble identifica un indicio: Beti-Jai, puede leerse mirando con atención al frontispicio. Pero los transeúntes no reparan la existencia del templo “clandestino” ni alcanzan a sospechar que una puerta metálica introduce el acceso a un extraño “teatro” de ladrillo. Se diría más bien que estamos en la plaza de Las Ventas. Por la imponente arquitectura neomudéjar que delinea la fachada lateral del frontón. Y porque el arquitecto que concibió la maravilla, Joaquín Rucoba (1844-1819), ya se había prodigado con mucho ingenio en el repertorio taurino.
Suya es la autoría del coso de La Malagueta (1874-1876) y suyo es el criterio estético que inspiró la plaza de la calle Alcalá, aunque el Beti-Jai puede considerarse un antecedente más concreto. Y más misterioso también. Porque el gigantesco frontón está escondido como si fuera una mina de oro entre las calles nobles del barrio de Chamberí. Y porque resulta inverosímil toparse con el hallazgo de un estadio a cielo abierto cuyas gradas alojan 4.000 localidades y cuyos palcos de madera y hierro forjado describen la donosura de los tendidos. Cuesta trabajo imaginarlos totalmente abarrotados cuando el Beti-Jai se inauguró hace 128 años. Y cuesta más esfuerzo aún creer que la pasión a la pelota vasca en la villa de Madrid requiriera tantos espacios de congregación y de pasiones.
El frontón de Marqués de Riscal era el cuarto recinto deportivo que se abría en la capital. También el más original y el más bello de los anteriores, pero las intenciones urbanísticas y lúdicas con que fue ideado el proyecto no se correspondieron a los vaivenes de su maltrecho porvenir.
Languideció el templo en pocos años, hasta el extremo de que los últimos pelotaris intervinieron en la temporada de 1919, en sospechosa y premonitoria coincidencia con la muerte del arquitecto Rucoba. Fue entonces cuando la gigantesca superficie de juego y el inmueble de ladrillo aledaño se reciclaron en toda clase de funciones alternativas. Un centro de experimentación aeronáutica, por ejemplo. Y por ejemplo una cárcel, un acuartelamiento de la Guardia Civil, un espacio de ensayo para las bandas musicales de la Falange y un taller a cielo abierto que puso en funcionamiento la compañía automovilística Citröen.
La sociedad vasca Frontón Jai-Alai lo adquirió en 1997 con el propósito de recuperar la tradición de la pelota, pero la iniciativa no llegó a prosperar ni tampoco lo hicieron otras alternativas empresariales posteriores. Se explica así la intervención tutelar de las administraciones: la Comunidad de Madrid declaró el Beti-Jai Bien de Interés Cultural en 2011 y el Ayuntamiento expropió el edificio en 2015 para rehabilitarlo y reanimarlo como espacio cultural y deportivo. Los vecinos del barrio recelan de que puedan regresar los pelotazos del frontón -demasiado jaleo en un distrito residencial-, aunque tendría sentido conceder a los pelotaris el honor de evocar y convocar aquellos aguerridos deportistas que se vistieron de blanco en 1894.
El Ayuntamiento de Madrid realizará “excursiones” organizadas. Las obras están a la vista. Y queda pendiente conocerse el destino lúdico del prodigio arquitectónico, aunque la mera experiencia de visitarlo representa en sí misma una experiencia cultural y una revelación contemplativa. Beti-Jai significa “siempre fiesta” en euskera.
Cuesta trabajo creer que el número 7 de la calle Marqués de Riscal aloje un frontón inaugurado en… 1894. La fachada neoclásica del inmueble identifica un indicio: Beti-Jai, puede leerse mirando con atención al frontispicio. Pero los transeúntes no reparan la existencia del templo “clandestino” ni alcanzan a sospechar que una puerta metálica introduce el acceso a un extraño “teatro” de ladrillo. Se diría más bien que estamos en la plaza de Las Ventas. Por la imponente arquitectura neomudéjar que delinea la fachada lateral del frontón. Y porque el arquitecto que concibió la maravilla, Joaquín Rucoba (1844-1819), ya se había prodigado con mucho ingenio en el repertorio taurino.