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Sánchez hunde el Aquarius en la playa de Puigdemont

La sumisión a las condiciones de Junts en la gestión de los flujos tanto obedece al chantaje de la legislatura como insinúa una estrategia electoralista de quien antaño se jactó de traernos el Aquarius

Foto: Mural de Sánchez y Puigdemont en el parque de Glòries de Barcelona. (Europa Press/David Oller)
Mural de Sánchez y Puigdemont en el parque de Glòries de Barcelona. (Europa Press/David Oller)
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El Aquarius se ha convertido en un pecio de la memoria sanchista. Así se llamaba el barco de inmigrantes ilegales que vagaba por los mares hasta que el presidente del Gobierno decidió ofrecerle el puerto de Valencia (2018). Puso en juego Sánchez la propaganda y el oportunismo. Y adquirió unos compromisos ejemplares de tolerancia migratoria que se han ido corroyendo entre el cinismo y el pragmatismo. Lo demuestra la iracundia con que Marlaska afila las concertinas del muro de Melilla. Y lo prueban las concesiones xenófobas que identifican la extorsión de Junts.

Carles Puigdemont se ha convertido en el caudillo supremacista. No solo urgiendo sanciones a las empresas taimadas que huyeron de la tierra prometida, sino reclamando las competencias de una política migratoria restrictiva e identitaria. Se trata de frenar la invasión de los mohameds y los panchitos; de expulsar a los extranjeros delincuentes; de establecer el dominio lingüístico del catalán como un criterio de asimilación.

Impresiona que Sánchez se avenga a condescender con semejante fervor ultraderechista, aunque el brote xenófobo de Puigdemont no hace más que redundar en la idiosincrasia discriminatoria que caracteriza el independentismo. Nacionalismo y progresismo son conceptos antitéticos.

Los matices ideológicos que diferencian a Junts, ERC, el PNV y Bildu —los cuatro comodines de Sánchez— no contradicen el sustrato común de las políticas excluyentes ni el espesor de los mitos fundacionales. Los extranjeros son los otros. Empezando por los españoles.

Los índices de natalidad de magrebíes amenazan con la disminución de la población 'genuina'. Por eso conviene proteger la caverna

La sumisión de Sánchez a los soberanistas ha forzado la diferencia de unos territorios y otros. Y la clasificación de unos ciudadanos de primera y otros de segunda. No por convicción, sino por estrictas necesidades aritméticas.

Abusa de ellas más que nadie el expresident desterrado. E incomoda la reputación y la demagogia de la progresía con un discurso racista entre cuyos lugares comunes bien podría identificarse el lenguaje de Vox. No ya con la idea de relacionar la inmigración y delincuencia. O con la recreación aberrante y folclórica de la pureza étnica y cultural, sino porque el soberanismo puigdemoniaco alude a la teoría y práctica del reemplazo demográfico. Los índices de natalidad de magrebíes y de latinos amenazan con la disminución de la población genuina. Por eso conviene proteger la caverna. Y custodiar el linaje de los ocho apellidos catalanes.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la VIII Conferencia de Embajadores hoy en Madrid. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez) Opinión
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Ya lo decía Marta Ferrusola a título visionario cuando desempeñaba las funciones de primera dama de Cataluña a la vera de Pujol. No solo advirtiendo del alud migratorio en… 2001, sino denunciando las costumbres de los invasores: "Lo único que tienen son hijos (...) esta gente que no sabe lo que es Cataluña. Solo saben decir 'dame de comer'. Mi marido está cansado de darles viviendas sociales a magrebíes y gente así...".

La actualidad del discurso demuestra que el debate migratorio forma parte de las preocupaciones electorales. Es el territorio hipersensible y oportunista donde Junts aspira a ganarle votantes a ERC. Y distanciarse de los ardides con que el independentismo de izquierdas aprovechaba los flujos migratorios para trasplantarlos en masa electoral favorable a la causa.

Adherirse el proyecto de la nueva patria y convertirse en simpatizante del Barça servían a los foráneos como mecanismos de integración, al menos hasta que la ultraderecha identitaria —allí está la alcaldesa de Ripoll— ha desquiciado el discurso racista desde el victimismo y la irresponsabilidad.

Foto: Puigdemont, en su comparecencia tras el acuerdo de investidura. (Europa Press) Opinión

Es Sánchez quien nos previene cotidianamente de la xenofobia de Vox. Y quien ha levantado un muro contra la intolerancia. ¿Cómo entonces se puede condescender con la política supremacista de Puigdemont?

Tiene sentido hacerse la pregunta, no solo porque caracteriza un umbral desconocido en las condiciones del chantaje, sino porque invita a pensar hasta qué extremo el propio Sánchez está reconsiderando su propia política migratoria consciente de la sensibilidad social, de los procesos electorales en marcha —comicios autonómicos y europeos— y del giro político que han emprendido algunos gobiernos socialdemócratas de la UE.

Y resulta tentador sospechar que la tolerancia a la intolerancia de Junts no responde únicamente a un nuevo requisito en la subasta de la legislatura

El caso más elocuente es el del canciller Scholz en Berlín, artífice de un endurecimiento que abre el camino de las deportaciones masivas, que aumenta los plazos de la detención preventiva, que pone fronteras a la inmigración ilegal y que extrema el escrúpulo de las condiciones de asilo.

Cuesta trabajo creer que Sánchez admitiera hoy el desembarco del Aquarius. Y resulta tentador, en cambio, sospechar que la tolerancia a la intolerancia de Junts no responde únicamente a un nuevo requisito en la subasta de la legislatura, sino a un cambio de estrategia en el ámbito de la inmigración justificado en el electoralismo, en la renuncia al buenismo y en un nuevo volantazo a los principios.

El Aquarius se ha convertido en un pecio de la memoria sanchista. Así se llamaba el barco de inmigrantes ilegales que vagaba por los mares hasta que el presidente del Gobierno decidió ofrecerle el puerto de Valencia (2018). Puso en juego Sánchez la propaganda y el oportunismo. Y adquirió unos compromisos ejemplares de tolerancia migratoria que se han ido corroyendo entre el cinismo y el pragmatismo. Lo demuestra la iracundia con que Marlaska afila las concertinas del muro de Melilla. Y lo prueban las concesiones xenófobas que identifican la extorsión de Junts.

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