No es no
Por
Sánchez el contemplativo: gobernar sin gobernar
La fantasía de llegar hasta 2027 sin Presupuestos remarca el colapso de una legislatura que el presidente ha anestesiado para ganar tiempo e ir asimilando y digiriendo las condiciones extremas de Puigdemont
La capacidad de adaptación de Pedro Sánchez a la Moncloa ha predispuesto ahora su faceta más contemplativa y zen. Gobierna sin gobernar. Y no por ausencia de energía, sino porque el colapso de la actividad parlamentaria ha congelado y anestesiado la actividad legislativa.
Decía nuestro presidente que no puede gobernarse sin presupuestos. Y tenía razón, pero el reproche que le objetaba a Mariano Rajoy para forzar la convocatoria de elecciones se ha convertido en un nuevo episodio de amnesia. Sánchez ya no ocupa la Moncloa para hacer, sino para estar.
Y se ha puesto a jugar al balón prisionero. La pelota está en sus manos y no la expone para así evitar una derrota. Por esa razón, ha retirado la tramitación del techo de gasto. La rutina de los contratiempos parlamentarios socavan la credibilidad de su Gobierno y enfatizan las condiciones del chantaje soberanista. Así es que Pedro Sánchez juega con el segundero. Y adopta el principio taoísta de la creatividad pasiva. En lugar de intervenir y de ejecutar, deja -prefiere- que los hechos se manifiesten por sí solos.
La estrategia de la contemplación no proviene del convencimiento, sino de la necesidad y del oportunismo. Sánchez es un hombre de acción cuando se lo puede permitir y un santón estilita cuando las circunstancias le obligan a moderarse. Y el tiempo le ha dado la razón. Tanto llama la atención que haya cumplido seis años de legislatura como impresiona la expectativa de cumplir una década. Y no podrá gobernarse sin presupuestos, pero la maestría de Sánchez consiste en transformar los obstáculos en salvavidas.
La estrategia de la contemplación no proviene del convencimiento, sino de la necesidad
El gatillazo de la propuesta de la senda de déficit que tenía que haberse dirimido este jueves ha forzado el discurso posibilista de una nueva negociación. Ya se ocupa Puigdemont de recordar a Sánchez que la mayoría parlamentaria depende de sus siete diputados. Y que el porvenir de la senda de déficit y de los Presupuestos depende del cumplimiento de los acuerdos de Ginebra. Nos hemos acostumbrado a la humillación y bochorno que suponen negociar en el destierro de Suiza el porvenir de la legislatura.
Ya le gustaría a Sánchez amenazar a sus acreedores con la convocatoria de unas elecciones, pero el patriarca socialista no se cree las encuestas manipuladas de Tezanos ni se atreve a encarar un duelo con Feijóo.
Hay dos caminos para sobreponerse al colapso. Uno consiste en anestesiar las tareas de Gobierno, narcotizar la actividad ejecutiva. Y el otro radica en someterse a las condiciones extremas de Junts: las que conciernen al privilegio del déficit catalán y las que comprometen la gestión de la inmigración, las comisiones de investigación y las excepciones identitarias.
Entre un extremo y el otro, conviene al régimen general de los españoles que prevalezca la dimensión contemplativa de Sánchez. Y que se convierta él mismo en el protagonista del cuento sufí del tañedor del laúd.
Es la alegoría del sanchismo en su éxtasis contemplativo. Sánchez no necesita gobernar para seguir gobernando
O sea, la peripecia de un joven intérprete que buscaba encontrarse con un anciano y reputado maestro para encontrar el pleno dominio del instrumento. Se resistía a comparecer el gurú, ocupado, como estaba, en el gran viaje del interior, pero la paciencia y la obstinación del muchacho obtuvieron la recompensa. “¿Y por qué ha venido usted sin laúd, maestro?, preguntó sorprendido el pupilo. “¿La sabiduría del laúd se adquiere cuando ni siquiera necesitas el laúd para tocarlo”, le respondió el sabio.
Es la alegoría del sanchismo en su éxtasis contemplativo. Sánchez no necesita gobernar para seguir gobernando. La habilidad para ganar tiempo redunda en una inercia virtuosa que desespera a sus rivales y que predispone la codicia de sus aliados. Y no concibe el presidente otros presupuestos que sus propios presupuestos. O sea, la relación orgánica con el poder, la astucia adaptativa, el sacrificio del interés general al particular y la subordinación de los valores comunes a las reglas propias. Empezando por la de la supervivencia a cualquier precio y de cualquier manera.
La capacidad de adaptación de Pedro Sánchez a la Moncloa ha predispuesto ahora su faceta más contemplativa y zen. Gobierna sin gobernar. Y no por ausencia de energía, sino porque el colapso de la actividad parlamentaria ha congelado y anestesiado la actividad legislativa.
- España es para Sánchez un parque temático Rubén Amón
- La revuelta de Pedro Sánchez Rubén Amón
- El soberanismo muta del folclore al pragmatismo Rubén Amón