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Sánchez exhibe la cabeza de Lobato
El rebelde madrileño capitula en su quijotesca aventura y libera el mayor escollo del Congreso Federal de Sevilla, aunque es difícil ocultar el hedor del sanchismo y la asociación de melhechores que denuncia Aldama
Pedro Sánchez va a presentarse en el aquelarre de Sevilla con la cabeza de Juan Lobato expuesta en una bandeja de plata. Ahí tiene a su Bautista el patriarca del PSOE. Ahí está el escarmiento que aguarda a quienes desafíen el mandarinato. Se ha consumido en unas horas la bravuconada del barón madrileño, cuya dimisión forzosa y forzada ni siquiera alude al nombre del ejecutor. Nos dice que su forma de hacer política “no es compatible con la dirigencia actual del partido”.
La abstracción de la “dirigencia” encumbre la identificación del dirigente único. E implica una capitulación que remedia a Sánchez el bochorno de inaugurar el Congreso Federal de Sevilla con la declaración de Lobato ante el juez. Otra cuestión es que la renuncia a la carrera política permita a Juan el Bautista declarar ante en el Supremo con más libertad de cuanto supondría hacerlo en las condiciones de líder regional socialista.
Tiene a mano Lobato explicarse sin mordazas ni represalias. Porque ya ha sido represaliado. Y porque puede hacerle mucho daño a Sánchez que trasciendan los pormenores de la conspiración. Recordemos: el fiscal general accede a la información reservada del ciudadano Amador, se la traslada a la Moncloa para utilizarla contra Ayuso y la filtra a la prensa afín para disimular el delito de revelación de secretos.
El hedor de la trama desenmascara el papel de Óscar López como el arquitecto, pero, lejos de suponer cualquier escarmiento político, conlleva el premio de la promoción al liderazgo del socialismo madrileño. Sánchez castiga al buen ladrón y premia al artífice del complot contra Ayuso.
El timonel de Ferraz ya tiene amañado el Congreso a su medida. Y aspira a salir de Hispalis en loor de santidad, aunque la sumisión de los camaradas al supremo líder en el régimen del terror. Se resiente del jaleo mediático, político y judicial. Empezando por la imputación del hermano, por el horizonte procesal de Begoña Gómez y por todas las dudas que rodean la credibilidad del secretario de organización, Santos Cerdán, después de haber sido denunciado como receptor de una mordida de 15.000 euros.
Se lo dijo Víctor de Aldama al juez. Lo confirmó ante Carlos Herrera. Y puso en evidencia las cloacas de Ferraz, aunque Sánchez no podía permitirse la frivolidad de depurarlo. Hacerlo hubiera significado reconocer la palabra del comisionista y convertir el Congreso hispalense en Masadá.
Fue allí, en la colina de Judea, en la fortaleza de Yahvé, donde se suicidaron colectivamente los judíos antes de someterse a la dominación romana, aunque el apocalipsis sanchista más bien asemeja a la inmolación de los davidianos. Así se llamaban los miembros de la secta que David Koresh mantenía esclavizados en el rancho de Waco (Texas). Había logrado someterlos con la devoción y la fuerza. Y los obligó a matarse como último gesto de resistencia al asedio de la policía en el año 1993.
No es difícil imaginar el fin del sanchismo en términos wagnerianos. Un narciso megalómano como Pedro el cruel merece un desenlace incendiario en la cima del Valhalla, pero la expectativa de la hecatombe dista mucho de la realidad contemporánea. Lo demuestra la euforia que el líder socialista trasladó a los camaradas de UGT en el Congreso del pasado martes: “Tres años nos quedan, y los que vienen”, proclamaba Sánchez como quien desliza una amenaza y una convicción. Se trata de bunkerizarse. Y de reclamar a la clientela socialista más lealtad que nunca, como si la agonía del PSOE -electoral, judicial- pudiera disimularse entre los clichés de la conspiración ultraderechista o de los bulos despiadados.
El hedor sobrepasa la fantasía, entre otras razones porque las revelaciones de Aldama a propósito de las mordidas y comisiones se añaden al descaro con que Sánchez y sus rapsodas identifican a Ábalos como un cuerpo extraño. Pretenden demostrarnos que el ministro de más presupuesto, el secretario de organización del partido y el artífice de la moción de censura que condujo a Sánchez a la Moncloa, es una figura decorativa y extraña de la familia socialista, un personaje accidental más o menos desnortado.
El presidente del Gobierno exige a su grey tanta credulidad como sumisión. Y extrema un ejercicio de resistencia que tanto subordina el pico fluido de Aldama como transforma a Juan Lobato en un mártir.
Son los mayores peligros que amenazan la precaria estabilidad del sanchismo. El corruptor dosifica con astucia el material que compromete a la asociación de malhechores, mientras que el líder de los socialistas madrileños ha renunciado al disfraz de Espartaco para defender su honor y su decencia en la declaración de este viernes en el Supremo.
Otra cuestión es que el líder supremo consiga convencer de lo contrario a los miembros de la secta. Y que prospere entre ellos el enfoque que podíamos leer en El País: Título: “El PSOE dará en Sevilla el pistoletazo de salida a la renovación territorial para su rearme electoral”.Y subtítulo: “Sánchez saldrá reforzado para la negociación de los Presupuestos en un cónclave de continuidad en el puente de mando de Ferraz, pero con la mirada puesta en los cambios en las federaciones”. Entrañable.
Pedro Sánchez va a presentarse en el aquelarre de Sevilla con la cabeza de Juan Lobato expuesta en una bandeja de plata. Ahí tiene a su Bautista el patriarca del PSOE. Ahí está el escarmiento que aguarda a quienes desafíen el mandarinato. Se ha consumido en unas horas la bravuconada del barón madrileño, cuya dimisión forzosa y forzada ni siquiera alude al nombre del ejecutor. Nos dice que su forma de hacer política “no es compatible con la dirigencia actual del partido”.