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La segunda llegada del mesías es nefasta para Europa

Los imitadores del trumpismo se extienden por la UE con más poder e influencia para sabotear el proyecto comunitario mientras se consolida la amenaza expansionista de Putin

Foto: Donald Trump. (Reuters/Carlos Barra)
Donald Trump. (Reuters/Carlos Barra)
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Trump ha obrado su primera proeza unas horas antes incluso de acceder al trono de la Casa Blanca. Se atribuye a sí mismo el alto el fuego de Gaza vigente desde ayer. Y trata de proyectar sus propiedades catárticas y providencialistas. La segunda llegada del Mesías ha procurado la solución de la crisis en Judea. Y la mera sucesión ambiental ha forzado el acuerdo de Netanyahu y Hamas, como si Trump ejerciera una sugestión milagrera y como si la bandera de la paz jalonara el inicio del segundo mandato.

Poco importa que sea verdad o que sea mentira el papel desempeñado por el renacido, entre otras razones porque el trumpismo predispone la frontera de la "realidad alternativa" a expensas de la propaganda, el sensacionalismo y el fervor característico de la "emocracia". Tiene sentido mencionar el neologismo porque la mengua de la "d" inicial fomenta el híbrido y el concepto de las democracias emocionales. No importan tanto los resultados de la política ni el rigor de un Estado de derecho como las sensaciones y las conmociones populistas.

Trump regresa este lunes a la Casa Blanca desenmascarando el mayor fracaso de la legislatura de Joe Biden, pero también suscribiendo un modelo de Gobierno que socava la reputación de las instituciones, que amalgama la "res publica" con la injerencia de la clase oligárquica y que subordina las obligaciones y responsabilidades de una democracia homologable, aseada.

El propio Trump interpreta su vuelta al poder como un ejercicio de voluntad plebiscitaria. Sus compatriotas han indultado sus delitos, han amnistiado el asalto al Capitolio y han acudido al ritual de las urnas para consentirle un modelo cesarista que no responde al escrutinio de los contrapoderes. Donald Trump es el antisistema "sistematizado", el condotiero que fomenta y ampara el salto degenerativo de las democracias iliberales y que justifica la legitimidad de los imitadores. Por esa misma razón, el compadre Elon Musk sostenía que la extrema derecha alemana aloja una luz de esperanza.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Lizón) Opinión
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Es la manera de intervenir en las elecciones germanas de febrero. Y de inocular el trumpismo no solo como una religión política que abjura de la transparencia, sino como un mecanismo de implosión en Europa. Proliferan los epígonos de Trump en la UE. Y no solo en las realidades periféricas —Hungría— y en las esencias identitarias (Austria), sino también porque el poder político y económico que ha adquirido Giorgia Meloni en Italia se vislumbra como la precuela de la llegada de Le Pen en Francia.

Menos mal que Vox es un partido de holgazanes y de patrioteros anticuados, pero la devoción de Abascal a Trump expone en sí misma la temeridad e irresponsabilidad con que el cambio de guardia en Washington amenaza la estabilidad del proyecto comunitario. No solo por la pujanza de las fuerzas euroescépticas que recelan de la cesión de soberanía y que evocan la fantasía del estado-nación, sino porque el desenlace de la guerra de Ucrania sitúa a Putin como la gran amenaza expansionista.

Trump ha prometido reconsiderar el peso de Estados Unidos en la OTAN y relativizar la implicación militar y presupuestaria en el frente oriental. Se avecina un armisticio entre Kiev y Moscú, pero Putin acaso aceptaría la condición de alojar a Ucrania en la alianza atlántica a cambio de garantizársele el control de los territorios conquistados. Se han puesto a temblar los países nórdicos y los bálticos, igual que sucede con los vecinos del Este. Putin intimida con la tentación del expansionismo. Y la UE no tiene otro remedio que formalizar e impulsar su propio sistema de defensa, precisamente porque el ambiguo aislacionismo de Trump malogra los ejercicios de filantropía geopolítica y subordina el juego en equipo.

Foto: Feijóo, con los líderes territoriales de su partido. (Europa Press/Jorge Peteiro) Opinión

Trump recupera el lema de "America first". Ha prometido reducir la inflación, bajar los impuestos, expulsar las hordas de los inmigrantes impuros, aunque el ensimismamiento y concepción onanista del poder no contradicen la guerra arancelaria con China ni los delirios de su ambición territorial.

Es el contexto providencialista en que mencionaba la invasión de Groenlandia, la anexión de Canadá, el control del canal de Panamá y la conquista de Marte, aunque las bravuconadas forman parte de un lenguaje propagandista que subordina los hechos al mero efectismo. Emocracia.

No se trata del viejo "savoir faire" (saber hacer), sino del nuevo "faire savoir" (hacer saber). Y de recuperar el pulso y la pasión de la política a partir de la superstición y del fanatismo, de tal manera que Trump ha aprovechado el camino de la democracia para conspirar contra ella. Solo así puede entenderse que el lugar donde este lunes se oficia su entronización —el Capitolio— sea el mismo templo que sus secuaces tomaron por la fuerza.

Trump ha obrado su primera proeza unas horas antes incluso de acceder al trono de la Casa Blanca. Se atribuye a sí mismo el alto el fuego de Gaza vigente desde ayer. Y trata de proyectar sus propiedades catárticas y providencialistas. La segunda llegada del Mesías ha procurado la solución de la crisis en Judea. Y la mera sucesión ambiental ha forzado el acuerdo de Netanyahu y Hamas, como si Trump ejerciera una sugestión milagrera y como si la bandera de la paz jalonara el inicio del segundo mandato.

Donald Trump Estados Unidos (EEUU)
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