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No es no
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Pedro Sánchez ya gobierna en estado de excepción
La crisis ucraniana es la coartada de un nuevo volantazo autoritario que desprecia el Parlamento y que malogra la oportunidad de un gran pacto de Estado con el PP
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No podrá negársele a Pedro Sánchez el atrevimiento desde el que ha convertido el Parlamento en la sala de estar de la Moncloa. "Que vengan", ordena el presidente a los portavoces. Y los despacha contrarreloj como si unos y otros formaran parte de una partida de ajedrez simultánea.
Corresponde al criterio del gran maestro imponer las reglas y las condiciones de juego. Empezando por el tablero inclinado. Y porque el trajín de diputados en los salones de palacio suscribe, en realidad, la suspensión o la congelación de la Cámara Baja. La mejor manera de instrumentalizarla consiste en subordinarla con mansedumbre al control del Ejecutivo.
“Que pasen”, les exige Sánchez a sus señorías. El trámite le gusta a Bildu porque las armas son la especialidad de la casa, pero también implica una degradación del Partido Popular. Los deberes institucionales contradecían la idea o la tentación de un plantón. No podía Feijóo ausentarse de la cita monclovense, sino reaccionar a los temores de un nuevo volantazo autocrático, más o menos como si Sánchez pretendiera convertir la crisis con Trump y Putin en el atajo de un nuevo estado de excepción.
Y no hace falta formalizarlo ni definirlo, sino establecerlo implícitamente eludiendo los mecanismos de escrutinio. Sánchez elude el Parlamento porque no quiere retratarse en la indigencia de sus apoyos ni quiere concederle al PP el mérito de comportarse como un partido de Estado.
"Los tiempos justificarían su liderazgo extremo, aunque ya sabemos que la estrategia de Sánchez se explica en una maniobra de escapismo"
Es la manera de hacer pesar todas las facultades ejecutivas. Y de rebuscar en los subterfugios para sustraerse a los deberes con las Cortes. El fondo de contingencia, por ejemplo, se utiliza como solución alternativa a la aprobación de un presupuesto militar, mientras que la abstracción de los "compromisos europeos" consiente a Sánchez distanciarse de las explicaciones en la política doméstica. Pedro I no acude al Parlamento para legitimar el gasto en Defensa ni molestarse en el objetivo de un consenso. Lo que hace es traerse el Parlamento a la Moncloa. El desfile de los portavoces en los sofás del búnker retrata una parodia y un maltrato de la actividad legislativa. Sánchez encubre la soledad abusando del presidencialismo y exhibiéndose como el gran ejecutor.
La gran coartada es la crisis planetaria. Y mayores son los peligros del "nuevo orden mundial", más puede Sánchez significarse en la excepcionalidad de sus iniciativas y en el autoritarismo de sus decisiones.
Los tiempos convulsos justificarían una suerte de liderazgo extremo, aunque ya sabemos que la estrategia de Sánchez se explica en una maniobra de escapismo. La coalición que lo sujeta lo ha abandonado. Y el único partido que apoya el gasto en Defensa, aun siendo el principal, demuestra a la opinión pública que el presidente del Gobierno depende Feijóo.
"El misterioso plan de Sánchez tanto se resiente de su precariedad política como de la distancia psicológica y geográfica de la frontera ucraniana"
Es una desgracia que el giro personalista de Sánchez desprecie la oportunidad de un sólido acuerdo bipartidista. El líder socialista tiene a su alcance un pacto de Estado, pero incurre en la irresponsabilidad de malograrlo porque antepone su concepción providencialista.
Se trataría de sugestionar un estado de alarma. La propia excepcionalidad de la amenaza putinista justificaría las atribuciones excepcionales. Comenzando por la opacidad y el hermetismo con que Pedro Sánchez gestiona el desembolso del escudo defensivo. Solo conocemos vaguedades e informaciones parciales, como si nuestro presidente nos tratara como niños, como si no pudiéramos asimilar el gasto de armamento y como si no quisiera irritar el buenismo obsceno de los socios de legislatura.
El planteamiento identifica una frivolidad que bien puede exasperar a los otros estados de la UE. El misterioso plan de Sánchez tanto se resiente de su precariedad política como de la distancia psicológica y geográfica de la frontera ucraniana. No percibimos la amenaza de Putin como Polonia ni como Lituania, pero además estamos subestimando que el aval de Trump al zar supone aceptar que puede discutirse la soberanía de un Estado. Pongamos como ejemplo la de España en Ceuta y Melilla.
No podrá negársele a Pedro Sánchez el atrevimiento desde el que ha convertido el Parlamento en la sala de estar de la Moncloa. "Que vengan", ordena el presidente a los portavoces. Y los despacha contrarreloj como si unos y otros formaran parte de una partida de ajedrez simultánea.