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¿Polarizados? ¿Y cuándo no? Mejor defender convicciones que no tener ninguna
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Josep Martí Blanch

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¿Polarizados? ¿Y cuándo no? Mejor defender convicciones que no tener ninguna

No hay que rasgarse las vestiduras por algo que es consustancial a la propia actividad política cuando es ejercida desde la convicción

Foto: Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (Europa Press/E. Parra)
Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (Europa Press/E. Parra)
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Que la Fundación del Español Urgente de la Real Academia de la Lengua haya escogido polarización como palabra del año 2023 no puede sorprender a nadie. Es a fin de cuentas donde estamos, no todos afortunadamente, pero sí la mayoría de los actores principales de esta obra de representación diaria tremendamente guionizada que es la política.

Defender vehementemente los propios principios no es malo. De hecho, es mucho mejor que no tenerlos. Así que tampoco hay que rasgarse las vestiduras por algo que es consustancial a la propia actividad política cuando es ejercida desde la convicción. Las opiniones opuestas, de signo contrario e incompatibles entre ellas, forzosamente han de erizar el debate y hacerlo más áspero. Y hay que tener muy poca memoria y muy pocas lecturas para creer que estamos viviendo una excepción histórica. Lo cierto es que no es ni mucho menos así. Ha habido tiempos mucho peores y no hay que salirse de los periodos democráticos para darse de bruces con ellos.

Pero la existencia de tiempos más aciagos no es motivo para no señalar los signos de degradación que advertimos en el presente. A peor no puede ir uno voluntariamente. Y una cosa es que las cosas no sean nuevas y otra distinta que no deba señalarse su carácter pernicioso cuando regresan tras un paréntesis más o menos largo, en el que llegamos a creer que habíamos alcanzado y consolidado un nivel superior de civilidad que nos ahorraría definitivamente según qué tipo de groserías. Una cosa es creer firmemente en algo y no dar el brazo a torcer y otra levantar ese mismo brazo o amenazar con hacerlo.

Esta semana se han multiplicado en los medios de comunicación las recapitulaciones de actos de matriz poco democrática vividos en parlamentos autonómicos y plenos municipales en los últimos meses. Sirvió de excusa para empaquetar y servir a las audiencias televisivas un resumen de estos intensos y desagradables momentos el reciente episodio violento —sí, violento— protagonizado por Ortega-Smith en el Ayuntamiento de Madrid. Episodio que no ha ido acompañado de su dimisión, a diferencia de lo que ocurrió en la misma institución cuando el socialista Daniel Viondi fue obligado a renunciar a su acta de concejal tras tocarle tres veces la cara al alcalde, José Luis Martínez-Almeida.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Eduardo Parra) Opinión
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El ambiente anda tan cargadito que hay quien, como Neymar en los campos de futbol, quiere sacar provecho de la exageración y echar el público encima al adversario incluso cuando no ha pasado nada. Así sucedió con los socialistas en el pleno de las Cortes valencianas. Quisieron hacer pasar por agresión a uno de sus diputados la firme negativa del vicepresidente valenciano de Vox, Vicente Barrera, de recibir en su escaño un diploma de gran censor que quería entregarle el supuestamente agredido. El VAR certificó que ahí no había nada que fuera ni siquiera merecedor de tarjeta amarilla. Pero es la demostración de que incluso cuando no pasa nada hay ciertas ganas en el ambiente de que pase. Cuanto más vistoso sea el teatro, mejor, más aplausos cosecharemos, parece que quieran decirnos los actores.

Estos episodios, siendo graves (por ciertos cuando existe la agresión, por victimización ficticia cuando no), siguen siendo afortunadamente poco habituales, aunque no hay que desdeñarlos ni despacharlos como si no tuvieran su importancia. Pero teniendo en cuenta el número de parlamentos y plenarios municipales que podemos contar en España, habrá que coincidir en que no hay motivo para sacar las cosas de quicio… todavía.

Uno espera poco de los extremos de uno y otro lado. A fin de cuentas, su condición de extremistas viene normalmente avalada no solo por el fondo, sino también por las formas. De hecho, habitualmente más por lo segundo que por lo primero. Pero espera más de todas aquellas formaciones políticas que teóricamente no han renunciado todavía a ejercer la política desde la complejidad y un cierto sentido del respeto por el oponente.

Igual que también es normal que se exija más a los gobiernos que a las oposiciones a la hora de cuidar las formas y el saber estar. Claro que esto era así cuando los gobiernos no se dedicaban a hacer de oposición de la oposición (Pedro Sánchez) o de otro Ejecutivo (Isabel Díaz Ayuso) y los grandes partidos no tenían miedo a perder comba respecto a los que querían comerles la tostada desde el flanco amigo, que jamás habían necesitado defender con artillería (Vox en la derecha, Sumar y Podemos en la izquierda).

El próximo año seguiremos deslizándonos hacia abajo en el ámbito del saber estar político. Sería ingenuo pensar lo contrario, dados los síntomas y las circunstancias. No hay motivos para creer lo contrario. Ni aquí ni en el resto de las democracias occidentales, pues todas ellas andan con un humor de perros.

Es época de deseos. Vamos a abogar por un debate político tan firme en los planteamientos como sereno en la forma e inteligente en el fondo

Pero esta es época de buenos deseos, incluso para los cínicos y descreídos. Vamos a adelgazar, a aprender idiomas, a escribir mejor y a dedicar más tiempo a los amigos y a la familia. Y por supuesto a abogar por un debate político tan firme en los planteamientos como sereno en la forma e inteligente en el fondo. Y sí, sepa que lleva usted razón si al leer la última frase ha caído en la cuenta de que el día de los inocentes era ayer y no hoy. La broma llega con retraso imperdonable.

Feliz Año nuevo a todos. Nos leemos en 2024.

Que la Fundación del Español Urgente de la Real Academia de la Lengua haya escogido polarización como palabra del año 2023 no puede sorprender a nadie. Es a fin de cuentas donde estamos, no todos afortunadamente, pero sí la mayoría de los actores principales de esta obra de representación diaria tremendamente guionizada que es la política.

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