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La amable venganza de los purgados: así suma Yolanda Díaz
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Esteban Hernández

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La amable venganza de los purgados: así suma Yolanda Díaz

La dificultad a la hora de leer los tiempos de las fuerzas políticas, pero en especial de aquellas que deben ganarse un espacio propio, queda patente en la nueva perspectiva que está aportando la ministra de Trabajo

Foto: Errejón y Díaz, en Madrid.
Errejón y Díaz, en Madrid.
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Yolanda Díaz es la mejor baza con que cuenta la izquierda del PSOE. Su perfil transversal, poco dado a los enfrentamientos y más a los acuerdos, su gestión al frente del Ministerio de Trabajo, la aceptación que cuenta entre sus posibles votantes y su capacidad para unir a izquierdas diversas la convirtieron en una opción clara de revitalización de su espacio político. Sin embargo, la efervescencia en torno a Díaz está comenzando desinflarse, en parte por la dilación a la hora de poner en marcha su proyecto. Tiene sentido, en la medida en que Díaz quiere dejar pasar las elecciones andaluzas para no contaminar su proyecto con el previsible fracaso, pero ese retraso también apareja un coste. Un año asegurando que tiene un proyecto de país sin definirlo ha generado cierta saturación.

Díaz ha asegurado que pondrá en marcha un proceso de escucha tras los comicios andaluces. La asociación que conducirá ese proceso ya tiene nombre, Sumar. Un término que contiene un buen resumen del doble objetivo: sumar para reunir a las fuerzas de izquierda dispersas, y sumar con los socialistas de cara a repetir gobierno.

Ilusión y derechos

Respecto del primer punto, no debería existir demasiado problema, a pesar de los palos en las ruedas que insistentemente coloca Iglesias. De hecho, su animadversión le viene bien a Díaz, porque facilita la reunión de los damnificados por Iglesias. El malestar generalizado con el exlíder del espacio ayuda a la hora de animar la venganza de los purgados.

Han pasado de querer sustituir al PSOE como partido progresista dominante a convertirse en un complemento menor de los socialistas

En el segundo aspecto tampoco hay demasiada tensión, porque las ideas que está manejando el espacio de Díaz encajan bien con las del PSOE. Sumar pretende ensanchar la democracia, los derechos fundamentales, el ecologismo y el feminismo. “Estoy muy ilusionada y espero que se sume mucha gente”, ha declarado Díaz, afianzándose en un marco, ilusión, derechos y democracia, que es una suerte de actualización del elegido por Zapatero. Es una señal más que muestra el espacio político que quiere ocupar la izquierda: de querer sustituir al PSOE como partido progresista dominante (y no estuvieron tan lejos) a convertirse en el complemento electoral de los socialistas. De aspirar a presidir España a la IU de Llamazares en pocos años. En fin, Zapatero, Llamazares, 2022.

El problema de la diferencia

Sin embargo, este planteamiento, muy factible, conduce a un problema respecto del espacio político diferencial y otro de corte ideológico. El primero se describe rápido: si Yolanda Díaz encaja bien con el PSOE y sus propuestas tienen que ver con la democracia, los derechos, el ecologismo y el feminismo, es difícil entender en qué puede competir con los socialistas, porque se mueven discursivamente en el mismo espacio. Se trataría de una suerte de ala progresista del PSOE más que de un partido que marca un espacio propio.

En cuanto al problema ideológico, es un poco más complicado, pero muestra bien el giro que Díaz está aportando. Más allá de los aspectos programáticos ya citados, ligados con el tipo de valores que quieren promover para nuestra sociedad, Díaz también ha exhibido su desempeño como ministra de Trabajo durante estos tiempos convulsos. El perfil técnico de su equipo y su carácter dialogante y afectuoso le han granjeado un capital simbólico importante. El talante es parte de su oferta.

Según Díaz, “el futuro del trabajo tiene que ser luminoso y lleno de colores, no en blanco y negro”

Sin embargo, la ideología supone también contar con una visión sobre el futuro, sobre el tipo de acciones que se quieren desarrollar, sobre la clase de cambios que se quieren generar. Ayer, Díaz intervino en el acto sobre ‘El futuro del trabajo’, organizado por Retina, y dejó un apunte nítido sobre la perspectiva con que aborda el tema del empleo. Su núcleo puede resumirse así: no hay elementos negativos en la robotización, los mejores expertos en materia ecológica y energética han señalado que se van a destruir puestos de trabajo que son altamente contaminantes, y está bien que así ocurra. Va a existir un efecto sustitución, y tendremos que determinar cuáles son los sectores de futuro y de presente, y tener personas altamente cualificadas para dar ese cambio. Y ahí las universidades jugarán un papel importante, ya que han vivido de espaldas a las firmas, y ahora tenemos que construir pasarelas con el mundo empresarial, sinergias colectivas en tiempo real que diagnostiquen sus necesidades y les aporten la mano de obra cualificada que precisan. En resumen, “el futuro tiene que ser luminoso y lleno de colores, no en blanco y negro”.

La política como terapia

El problema con esta visión, expresada en estos términos, es que es la misma que pueden mantener Luis Garicano o muchos de los expertos económicos del PP. No es algo novedoso, es la simple adaptación a un curso de acontecimientos, sin el impulso de transformar sustancialmente los procesos. Donde establece la diferencia Díaz no es el enfoque, sino en el tono. En sus propias palabras: “El trabajo del futuro pasa por impulsar la digitalización de la mano de los derechos laborales, racionalizar los horarios y poner la vida y los cuidados en el centro”.

Sin un proyecto sólido, la insistencia en lo emocional convierte la política en terapia

Por decirlo de otra manera, la diferencia reside en el enfoque emocional y terapéutico con el que se acerca a las transformaciones que vienen. Se podrían realizar diversas críticas a esta perspectiva, y más en la medida en que esconde un enfoque de clase muy marcado, pero, más allá del fondo, conviene insistir en el envoltorio. Su idea de “no quiero reinventar el mundo, sino cuidarlo” fija el marco, y añade ese matiz emocional tan importante en su candidatura.

El problema de esta visión no es la actitud, sino el objetivo. Sin un proyecto sólido, la insistencia en lo emocional convierte la política en una suerte de terapia anímica, que aporta sentimientos amables, que puede ser útil como complemento, pero no como esencia. En ese sentido, lo ocurre lo mismo que al propósito de sumar: se suma como medio, no como objetivo último. Y ocurre con el proceso de escucha, puede acabar convertido en un ejercicio más de empatía que de política.

Las nuevas preguntas

Esta suerte de 'mindfulness' para el pueblo, que tanto ha bordeado el errejonismo, puede tener adeptos y detractores, y poco cabe decir al respecto, cada elector escoge las opciones que más interesantes le resultan. Pero, ideológicamente, plantea un obstáculo que va más allá de la aceptación electoral que consiga. El mundo ha cambiado en los últimos años, y de manera sustancial en los últimos meses. La guerra de Ucrania está suponiendo transformaciones de calado en el orden internacional, en las nuevas rutas de abastecimiento de energía, en los precios que se van a pagar por ella, implica riesgos económicos, con repercusiones serias para la industria europea y para las economías caseras. En definitiva, la política occidental debe dar respuesta a preguntas muy distintas de las de años precedentes. Sin embargo, nada en la visión de esta izquierda parece tomar en cuenta este momento tan relevante, ni tampoco aporta una idea sobre cuál debería ser su dirección. En su lugar, insisten en las fórmulas políticas que llevan defendiendo casi una década, y hacen del matiz emocional y empático su marca distintiva.

En este cambio de época, Sánchez está intentando jugar sus bazas con Alemania y EEUU, y lateralmente con Francia, y está mostrando un grado de adaptación interesante. El PP de Feijóo, de momento, no propone grandes cosas, porque parece dar por sentado que la izquierda está cayendo electoralmente, por lo que no se siente obligado a mover demasiadas piezas. Vox tiene un proyecto claro, que generará animadversiones o adhesiones, pero tiene uno. El espacio a la izquierda del PSOE está mostrando el suyo, pero cuanto más asoma, más claro queda que es un proyecto viejo, en la medida en que no afronta, del modo que sea, el momento sistémico en el que vivimos. Y esa falta de sincronía entre la época y las propuestas por las que abogan es especialmente perjudicial para las fuerzas que tienen que generar un nuevo espacio.

Yolanda Díaz es la mejor baza con que cuenta la izquierda del PSOE. Su perfil transversal, poco dado a los enfrentamientos y más a los acuerdos, su gestión al frente del Ministerio de Trabajo, la aceptación que cuenta entre sus posibles votantes y su capacidad para unir a izquierdas diversas la convirtieron en una opción clara de revitalización de su espacio político. Sin embargo, la efervescencia en torno a Díaz está comenzando desinflarse, en parte por la dilación a la hora de poner en marcha su proyecto. Tiene sentido, en la medida en que Díaz quiere dejar pasar las elecciones andaluzas para no contaminar su proyecto con el previsible fracaso, pero ese retraso también apareja un coste. Un año asegurando que tiene un proyecto de país sin definirlo ha generado cierta saturación.

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