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Sánchez, el síndrome de los astronautas y un señor de Galicia que no habla inglés
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Ángel Villarino

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Sánchez, el síndrome de los astronautas y un señor de Galicia que no habla inglés

El presidente del Gobierno recuerda estos días a los 12 astronautas que, tras regresar de la Luna, se convencieron de que estaban llamados a gestas aún más portentosas

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)
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De los 12 astronautas que pisaron la Luna, la mayoría acabaron embarcados en proyectos megalómanos muy extraños. A Mitchell le dio por la vida alienígena y fundó el Instituto de Ciencias Noéticas, una chorrada esotérica incomprensible. Irwin montó un asunto llamado el Ministerio de Vuelo Alto y consagró el resto de su vida a buscar el Arca de Noé. Bean se obsesionó con la Luna y se dedicó a pintarla en series de cuadros feísimos que pretendía vender a precio de Picasso. Duke ideó un género musical, el country sobrenatural, que por lo que sea no ha tenido mucho éxito. Schmitt, geólogo de formación, se transformó en un activista del negacionismo climático. Otros arrastraron problemas psicológicos. Aldrin se derrumbó, cayó en el alcoholismo y acabó pleiteando contra sus propios hijos. Conrad, el menos original, se puso enfermo y se mató en un accidente de moto.

Se ha intentado explicar muchas veces este síndrome del hombre en la Luna. Después de haber conseguido lo increíble, después de haber sido el centro de atención del planeta entero, los astronautas no podían conformarse con una vida normal, ni siquiera con una buena vida. Querían volver a esa emoción, a ese instante. No podían vivir sin experimentar algo especial. Porque ellos eran especiales. Lo habían conseguido una vez, y podrían conseguirlo de nuevo. El éxito desmesurado se transforma en desprecio contra aquellos que no han llegado tan lejos. Y ese desprecio se autoinflige una vez que se desvanece el hechizo.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Pool/Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)

Al bajar de la Luna, hay que tener la cabeza muy fría para no concluir que el mérito ha sido tuyo. No de la NASA, no de los ingenieros que proyectaron el cohete, no del contexto de la Guerra Fría. Tuyo. ¿Exagero? Mira al cielo. Si solo 12 personas en toda la historia han estado allí arriba y yo soy una de ellas, ¿quién va a pararme?, ¿un señor gallego que no habla inglés? Pedro Sánchez recordaba el miércoles a los astronautas del Apollo 12 mientras echaba la bronca al pueblo español en su conjunto por haber votado equivocadamente el 28-M, por haber elegido situarse en la parte equivocada de la Historia, la de las turbas trumpistas asaltando el Capitolio.

Quienes han pasado un periodo de su vida trabajando en la Moncloa suelen insistir en que el factor humano es mucho más importante de lo que solemos pensar desde fuera. Que las estrategias electorales son más maquiavélicas y complicadas en las páginas de los periódicos y en las tertulias que en los cuarteles generales de los partidos. Rodeado de afines, sosteniendo día y noche el peso de su propia leyenda, es probable que Sánchez esté pensando realmente que puede volver a repetir su viaje a la Luna las veces que él quiera.

Todas esas cosas del manual de resiliencia. Las primarias a las que se presentó para hacer bulto y acabó dirigiendo el partido. El viaje en Peugeot por España. El covid que derrotó con sus manos desnudas. Luchando la guerra de Ucrania con la OTAN a sus pies. Los dragones de la inflación y el paro, diezmados. Los ratos con Biden y Xi Jinping junto a la chimenea. Las noches electorales y las investiduras. Los enfrentamientos parlamentarios donde se sintió un rayo en la noche. Incluso su propia cuenta de Twitter. Si trituró a rivales y a colaboradores, si humilló a quien quiso y cuando quiso... ¿A él le va a ganar un señor de Galicia que no habla inglés? Vamos, hombre. Doblo la apuesta.

De los 12 astronautas que pisaron la Luna, la mayoría acabaron embarcados en proyectos megalómanos muy extraños. A Mitchell le dio por la vida alienígena y fundó el Instituto de Ciencias Noéticas, una chorrada esotérica incomprensible. Irwin montó un asunto llamado el Ministerio de Vuelo Alto y consagró el resto de su vida a buscar el Arca de Noé. Bean se obsesionó con la Luna y se dedicó a pintarla en series de cuadros feísimos que pretendía vender a precio de Picasso. Duke ideó un género musical, el country sobrenatural, que por lo que sea no ha tenido mucho éxito. Schmitt, geólogo de formación, se transformó en un activista del negacionismo climático. Otros arrastraron problemas psicológicos. Aldrin se derrumbó, cayó en el alcoholismo y acabó pleiteando contra sus propios hijos. Conrad, el menos original, se puso enfermo y se mató en un accidente de moto.

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