Takoma
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Algo más inquietante que el silencio de Zapatero sobre Venezuela
Los intereses de China en España están cada vez mejor defendidos. El expresidente socialista y su entorno trabajan para enseñarnos el mundo tal y como se ve desde Pekín
Todos vemos el mundo a través de nuestras propias obsesiones y en España no hay obsesión más inflamada en política internacional que Venezuela. Con buenos y abundantes motivos, que se han ido sustanciando a lo largo del proceso de degradación institucional y económica del país hasta convertirlo en una dictadura. Que la posición de Zapatero es inaudita lo dicen ya sin miramientos muchos de sus compañeros de partido, preocupados además por el protagonismo que se le ha dado en los últimos tiempos.
Pero es necesario levantar un poco la mirada para entender que se está tejiendo algo con más recorrido. Una alianza de orígenes similares y en la que participan los mismos protagonistas. Sobre los lazos de Zapatero con China ha ido informando en este diario, y lo vuelve a hacer hoy, Ignacio Cembrero. Tampoco es un secreto que la consultora de Pepe Blanco tenga entre sus principales clientes a la tecnológica Huawei, a quien representa incluso en Bruselas. Ni que gigantes chinos que invierten en España, como Envision, logran acceder a cientos de millones de euros en subvenciones públicas.
Zapatero es uno de los pocos expresidentes occidentales que tiene una relación privilegiada con China y una mirada al mapamundi que se parece más a la de Pekín que a la de Washington. Algunos de sus excolaboradores dicen que se fraguó durante la crisis económica, cuando viajó al gigante asiático en repetidas ocasiones para pedir ayuda y cuando el Partido Comunista Chino le tendió la mano, comprando deuda española cuando nadie la quería. Para entender su “antiimperialismo” militante, seguramente haya que irse aún más atrás, cuando levantó el estandarte para oponerse a la guerra de Irak y retiró las tropas.
En Washington, pocos niegan a estas alturas que la ocupación de Irak fue uno de los mayores desastres de la política exterior americana, pero Zapatero ha llevado sus posiciones mucho más lejos, hasta convertirlas en una lucrativa opción ideológica. A día de hoy, en los informes de los numerosos think tanks atlantistas que vigilan la expansión de China por el planeta, es habitual encontrarse con su nombre.
Sebastián Grundberger, de la fundación Konrad Adenauer, le dedica un capítulo entero en un libro sobre la “galaxia rosa” en el que analiza desde la beligerancia las actividades del Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla. Zapatero es uno de los protagonistas y el autor lo define como la voz más perseverante a la hora de “presentar a China como contrapeso necesario a Estados Unidos” y “demostrar que su sistema político y económico es superior”. El Gobierno chino lleva décadas trabajando con tesón su entrada en América Latina y Zapatero ha abierto ya varias puertas.
Esto no es suposición basada en rumores, sino una declaración de intenciones efectuada en público. Zapatero lo ha llegado a poner, negro sobre blanco, en el diario que edita en inglés el gobierno chino, en el China Daily, donde hace un par de años sostuvo que “el principio de una sola China es trascendental y siempre lo he defendido”, en relación con el conflicto de Taiwán. En el foro de Puebla, por poner otro ejemplo, animó a la izquierda latinoamericana a abrir un diálogo con Pekín para “recuperar un orden multilateral” y “poner a Estados Unidos en una situación imposible”. Pocos políticos europeos se han atrevido a tanto.
Los intereses chinos son cada vez más y están mejor defendidos en España, algo lógico al tratarse de una potencia en plena expansión y que ya no oculta sus ambiciones. Doublethink Lab, un think tank que analiza la penetración china en el mundo, elabora una clasificación de países, tratando de ordenar el grado de influencia china mediante una serie de parámetros. En la edición de 2022, España se sitúa ahí en el puesto 40 y es el cuarto país de la Unión Europea, solo por detrás de Alemania, Italia y Bulgaria. Es posible que en la edición de 2024, que está a punto de publicarse, Italia caiga por debajo de España, ya que Meloni se ha distanciado del país asiático, saliéndose de los acuerdos sobre la Ruta de la Seda.
Se trata de una realidad que será cada vez más relevante a medida que se agrave la Guerra Fría entre las dos superpotencias. El contexto volverá a ocuparnos en unos días, durante la gira de Pedro Sánchez por el gigante asiático, arropado por una comitiva empresarial a la que Moncloa ha movilizado para el desembarco. Se discutirá mucho, otra vez, de las exportaciones de carne de cerdo y los aranceles que amenaza con levantar China. Se recordará la delicada posición de los gobiernos europeos, que plantan cara desde Bruselas, y que a la vez buscan acuerdos bilaterales para suavizar el impacto y seguir haciendo negocios. Pero no conviene perder de vista que, de fondo, existe una pugna entre dos modelos antagónicos y sus órbitas de influencia. Y que Zapatero hace tiempo que escogió el suyo, en disonancia con el compromiso atlantista que se esfuerza en subrayar el Gobierno.
Todos vemos el mundo a través de nuestras propias obsesiones y en España no hay obsesión más inflamada en política internacional que Venezuela. Con buenos y abundantes motivos, que se han ido sustanciando a lo largo del proceso de degradación institucional y económica del país hasta convertirlo en una dictadura. Que la posición de Zapatero es inaudita lo dicen ya sin miramientos muchos de sus compañeros de partido, preocupados además por el protagonismo que se le ha dado en los últimos tiempos.
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