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Pedro Sánchez y la política para forofos
Como dice el politólogo Eitan Hersh, en realidad somos "forofos" que tratamos la disputa política como si fuera un "hobby" del que se está pendiente porque produce emociones y estados de ánimo, no tanto por su contenido real
Nuestro ecosistema político, encabezado por el presidente Pedro Sánchez, ha dado por sentado que la ciudadanía contempla hoy la política con la misma predisposición con que sigue el fútbol. Uno es fiel a su club incluso cuando este le decepciona o hasta le traiciona. Uno sincroniza su estado de ánimo con el de los líderes del equipo. No hay una derrota tan grande que no pueda ser olvidada gracias a una nueva victoria. Casi se disfrutan más las desgracias del rival que los triunfos propios. Lo peor de todo es que es probable que tenga razón y que esa sea hoy la única forma de conectar políticamente con los votantes.
Sánchez lidera esta manera de hacer política, aunque no es el único. Es un rasgo que comparte casi toda la generación de políticos que inició su carrera en las tertulias de opinión o ha modelado su experiencia política a partir de ellas: además de Sánchez, están Isabel Díaz Ayuso, Pablo Iglesias, Santiago Abascal, Gabriel Rufián o el ya retirado Albert Rivera. Es también una consecuencia lógica de la tecnología: hoy los políticos creen que necesitan a los medios para transmitir mensajes elaborados, pero que para dar moral a su equipo y, lo más importante, para desquiciar al rival, bastan las proclamas en Twitter. Así, la política se ha vuelto estrictamente posicional. Por supuesto, los políticos y sus partidos tienen ideología y programas, pero creen que, en el incesante ciclo electoral actual, lo más importante es posicionarse en el lugar contrario al rival y jugar con que los ciudadanos olviden cuál era esa posición anteayer: si la oposición está a favor de reducir el IVA, yo no lo bajo; cuando calculo que la gente se ha olvidado, lo bajo.
Y, claro, también en la política rige la principal regla del deporte: las victorias borran el mal sabor de las derrotas. El Gobierno era plenamente consciente de que muchos votantes de izquierdas verían con perplejidad la reducción retrospectiva de las penas de delincuentes sexuales y políticos corruptos, pero no pasa nada: hay una nueva victoria, España es el país europeo cuyo PIB crece más y dispone de nuevas medidas contra la inflación. Hay que ir a partido a partido y el que jugamos mal es mejor olvidarlo. Además, los votantes tienen pocas opciones: si queréis que en España haya políticas redistributivas de izquierdas os tendréis que tragar nuestros líos con Bildu y Esquerra, transmite Sánchez. Ayuso juega a lo mismo: madrileños, si queréis impuestos bajos, tendréis que soportar mi absurda percepción de que la política es un combate apocalíptico entre el comunismo y el PP de Madrid. En la política democrática siempre ha habido una parte de votantes cautivos, pero ahora estos recuerdan más a aquellos madridistas cordiales que, para sorpresa de sus amigos, empezaron a defender a Mourinho.
Los medios, sin duda, nos hemos sumado un tanto a esa dinámica: al leer la prensa de ayer, en la que se contaba que al fin parece encauzado el conflicto sobre la renovación del Tribunal Constitucional, la mayor parte de la información parecía responder a preguntas de carácter deportivo: ¿quién ha ganado? ¿Quién ha jugado mejor? Si los nuestros han hecho algo mal, ¿acaso no ha sido culpa del árbitro? ¿Si el árbitro se equivocó a nuestro favor, acaso no se ha equivocado otras muchas veces en favor del rival?
Nada de esto es extraño en la política democrática tradicional. Pero un puñado de cosas —los formatos televisivos, la nueva tecnología, la intensificación de los ciclos noticiosos, la existencia de una coalición de Gobierno con conflictos internos, la necesidad de muchos medios de atraer a los lectores por razones ideológicas y no necesariamente de calidad— han exacerbado la tendencia a convertir la política actual en un espectáculo deportivo. Sin embargo, los políticos tienden a ser seres racionales, aunque no lo parezcan.
En una época sin grandes liderazgos, y con una cantidad relevante del presupuesto de los partidos y los gobiernos dedicada a hacer encuestas, estos tienden a hacer lo que creen que les demandan los votantes. Y debemos reconocer que a veces los espectadores queremos, precisamente, espectáculo: los clips de vídeo virales, los zascas, los pequeños psicodramas cotidianos, los choques entre periodistas y políticos. Vemos el resumen de las noticias de Ángel Martín, miramos un rato Facebook, dejamos un par de comentarios tras leer las columnas de opinión, vemos el resumen del telediario, whatsapeamos un meme, tuiteamos “¡Qué disparate!” en referencia al artículo de un periodista del bando contrario y, ya está: sentimos que somos ciudadanos comprometidos con nuestra política.
Como dice el politólogo Eitan Hersh, en realidad somos “forofos” que tratamos la disputa política como si fuera un “hobby” del que se está pendiente porque produce emociones y estados de ánimo, no tanto por su contenido real. La palabra que mejor define el tiempo político español actual no es “populismo”, es “infotainment”: la política entendida como un entretenimiento que nos electriza. Obviamente, todo esto desincentiva lo que los ciudadanos y políticos decimos que nos preocupa más: políticas de Estado, grandes acuerdos transversales, consensos, el fin de la crispación.
Pedro Sánchez ha interpretado este clima cultural mejor que nadie y por eso tiene una extraordinaria capacidad de resistencia política que ha sabido transmitir, de manera accidentada y ruidosa, pero efectiva, a su Gobierno. No sabemos si eso le permitirá mantenerse en el poder tras las próximas elecciones. Ni tampoco algo más importante: cuáles serán los efectos a largo plazo de esta clase de política tan absorbida por la comunicación y lo posicional, el espectáculo y la brega. Pero sí podemos decir que la política futbolística es fruto de un contrato consensuado. Aunque nos pasemos el día irritados, parece que tanto los políticos como los ciudadanos, con nuestros actos, hemos decidido hacer las cosas así. Antes pensábamos que el fútbol era una extensión de la política por otros medios. Hoy podemos afirmar lo contrario: la política es una extensión del forofismo por otros medios. El problema es que estos últimos son mucho más serios y trascendentes que un balón.
Nuestro ecosistema político, encabezado por el presidente Pedro Sánchez, ha dado por sentado que la ciudadanía contempla hoy la política con la misma predisposición con que sigue el fútbol. Uno es fiel a su club incluso cuando este le decepciona o hasta le traiciona. Uno sincroniza su estado de ánimo con el de los líderes del equipo. No hay una derrota tan grande que no pueda ser olvidada gracias a una nueva victoria. Casi se disfrutan más las desgracias del rival que los triunfos propios. Lo peor de todo es que es probable que tenga razón y que esa sea hoy la única forma de conectar políticamente con los votantes.
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